- ¿Kickboxing? No sé si sabes bien en qué consiste eso, pero… ¿te imaginas tus posibilidades contra mí? –la reto, pensando en cuánto más allá de un simple combate podría convertirse-. Adelante, señorita Steele, provóqueme, provóqueme.
Anastasia sonríe y se relame. Da gusto verla comer así. Se comporta con total naturalidad, como si, de alguna manera, perteneciese a este lugar. A mí. Come con apetito, mira a través de las ventanas el perfil de la ciudad. Sus ojos se detienen en el piano.
- Has vuelto a subir la tapa del piano –me dice, notando que ya no está en posición horizontal, como la dejamos anoche después de acostarnos sobre él.
- Sí. La cerré cuando empecé a tocar anoche. No quería molestarte con el sonido, pero me parece que no funcionó.
- Yo creo que funcionó estupendamente.
Gail aparece en ese momento y deja sobre la mesa, al lado de Anastasia, una bolsa de papel marrón.
- Te he preparado el almuerzo, Anastasia –caigo en ese momento en que no se lo he pedido yo. Bravo por la señora Jones-. ¿Te gusta el atún? He metido un sándwich y una ensalada de frutas.
- Muchísimas gracias, señora Jones. Me encanta el atún.
- Si no necesitan nada más, iré a seguir con las tareas de la casa, señor Grey.
- Nada más, Gail. Gracias por el almuerzo.
Se retira de la cocina, dejándonos a solas con nuestra intimidad, con nuestro desayuno y esa vida que estamos empezando a compartir.
- ¿Puedo preguntarte algo, Christian?
- Por supuesto –respondo.
- ¿No vas a enfadarte?
- No si no es sobre Elena.
- Mmmm –duda Anastasia-. No lo era, pero ahora tengo dos preguntas.
- A ver –suspiro-, ¿qué quieres saber ahora?
- ¿Por qué te enfadas tanto cuando hablamos de ella?
- ¿De verdad quieres saberlo? ¿Honestamente?
- Pensaba que siempre habías sido honesto conmigo –replica, incorporándose un poco a la defensiva en la silla.
- Así es, nena. O al menos eso intento.
- Me suena un poco a respuesta evasiva –dice ella, negando con la cabeza.
- No Ana, no lo es. Siempre soy honesto contigo –dejo la taza sobre la barra y levanto las manos en señal de rendición-. No quiero jugar ningún juego contigo, al menos no de esa clase.
- ¿Y qué clase de juegos quieres jugar? –dice, recuperando la candidez.
- Señorita Steele, tiene usted un serio problema de concentración… Se distrae con mucha facilidad.
- Ah, señor Grey –dice ella riendo-. Me distrae usted de muchas maneras diferentes.
Adoro el sonido de su risa. Cuando su rostro se tiñe de nuevo de la inocencia y la alegría que destilaban las fotos de José y que no consigo quitarme de la cabeza. Como si fueran un objetivo que cumplir.
- Sabes, Anastasia –digo, devolviéndole la sonrisa radiante que me regala-, mi sonido favorito en el mundo es el de tu risa. Y ahora, dime. ¿Cuál era la primera pregunta que me querías hacer?
- ¡Ah! Es cierto –lame la cuchara del té antes de devolverla al platillo, tal vez para ganar tiempo, y eso que le he prometido que no me enfadaría-. ¿Tú sólo veías a tus sumisas durante los fines de semana? ¿De viernes a domingo?
- Así es –respondo.
- Entonces, ¿nunca mantenías relaciones sexuales durante la semana?
- Así que ahí es adónde te dirigías, ¿eh? –me gusta, porque con ella es distinto. Puede sentirse distinta. Por fin se ha dado cuenta de que con las otras mujeres, las sumisas, mi relación no tenía nada que ver con la que tengo con ella-. ¿Por qué crees que me entreno todos los días de la semana?
Anastasia vuelve a apoyarse en el respaldo de la banqueta. Exultante. Por fin parece que nos entendemos. Que estamos juntos sea o no sea fin de semana. Que lo nuestro es distinto.
- Parece usted muy complacida, señorita Steele –le digo, afirmando su actitud.
- Es que lo estoy, señor Grey.
- Deberías estarlo. Pero ahora, haz el favor de terminarte el desayuno –digo señalando los restos de omelette en su plato y tomando de nuevo la prensa de la mañana.
- ¡Lista! –dice cuando termina el último pedazo-. Voy a terminar de arreglarme. ¿Podré ir en mi coche nuevo hoy?
- De ninguna de las maneras, Ana. Taylor nos llevará al trabajo. A los dos. ¿No te gusta que hagamos cosas juntos?
- ¿Todo, todo, Christian? –responde, poniendo por un momento los ojos en blanco, con su cara de no soporto que te pongas en plan posesivo-. Está bien, iremos juntos. Dame cinco minutos.
- Bien, te espero aquí.
Me besa en la mejilla antes de salir disparada hacia el cuarto de baño. Cuando sale está preciosa. Se ha retocado el carmín, va subida en unos tacones que le dibujan unas piernas deliciosamente torneadas, y su pelo brilla con la luz del sol que entra por los ventanales.
- Estás preciosa, Ana. No estoy seguro de que una becaria de editorial tenga que ir así de arreglada.
- ¡Tú me compraste esta ropa! –se queja, con razón.
- Es cierto, perdona. Vamos, Taylor nos está esperando abajo.
Tenemos que hablar de algo… El hermano de Kate llegaba hoy a la ciudad, para quedarse en su apartamento. Tendremos que ir a recoger algunas cosas para que pueda instalarse aquí, pero la conozco ya. Si se lo digo pensará que la estoy controlando de nuevo, tomando decisiones por ella. Espero hasta que hemos salido del garaje antes de planteárselo. Taylor y Sawyer van en la parte delantera, y conociendo a Anastasia, no se atreverá a montar una escenita delante de ellos.
- ¿No me habías dicho que el hermano de Kate iba a llegar hoy a la ciudad?
- ¡Madría mía! ¡Ethan! –exclama Anastasia-, ¡se me había olvidado por completo! Muchas gracias por recordármelo. Tengo que pasar por el apartamento.
- ¿A qué hora llega? –insisto, tratando de que no se me note mucho que no me hace gracia… de momento se lo ha tomado bien.
- No lo sé, no estoy segura. Supongo que me avisará.
- Ana, no quiero que vayas sola a ninguna parte. Ya lo sabes –la reprendo.
- Ya lo sé –me corta, con voz cansina-. Aunque no creo que haya problemas… ¿Vas a mandar a Sawyer otra vez a patrullar cerca de la oficina, por si se me ocurre salir?
Sawyer se mantiene impasible en el asiento del copiloto, fingiendo no haber escuchado nada.
- Por supuesto.
- Si me hubieras dejado ir en mi propio coche todo sería más sencillo –dice, enfadada.
- No hay ninguna necesidad, Sawyer tiene un coche a su disposición y te llevará al apartamento cuando quieras.
- Está bien, como tú quieras. Ethan me llamará a lo largo del día. Te avisaré antes de salir de aquí. ¿Estás contento?
Mierda, sigue tomándoselo a cachondeo. Pero Leila sigue ahí fuera.
- Sí. Está bien. Pero no vas a ningún lado por tu cuenta. ¿Lo has entendido?