Anastasia me mira desde el borde de la cama con fuego en los ojos.
- Ya te lo he contado todo, Anastasia –digo, tratando de encontrar la calma en alguna parte de mí, pero sin encontrarla. Estoy furioso, realmente furioso, y empieza a hartarme este tener que medir siempre mis palabras. Si quiere saber lo que ocurrió, bien. Se lo diré. Ahora mismo-. Tuvimos una historia hace muchísimo tiempo. Elena solía darme unas palizas de muerte, y yo me la tiraba de mil maneras que tú no podrías ni siquiera imaginarte. Fin de la historia.
Sin embargo, al contrario de lo que me esperaba, reacciona en modo pasivo. Su tono de voz cambia y las lágrimas asoman a sus ojos.
- ¿Pero por qué estás tan enfadado, Christian? –me pregunta.
- ¡Porque toda aquella mierda se terminó ya!
Se sienta, derrotada, en el borde de la cama, con las manos entrelazadas sobre su regazo. Yo repito para mis adentros esas últimas palabras que no he pronunciado conscientemente, sino que prácticamente he vomitado. Aquella mierda se terminó ya. ¿Es eso cierto? ¿Realmente se terminó? ¿Qué es lo que se terminó? ¿Elena? ¿El sado? ¿Las palizas de muerte? ¿Los polvos que alguien de fuera de este círculo, como Anastasia, no podría nunca concebir? Sin saber bien cómo enfrentarme a esto que acabo de decir y que no sé cuánto tiene de cierto, la miro. Parece tan pequeña como impotente. Tan lejos de mí como yo de ella. Con un pasado, el mío, que nos está haciendo más daño que el más duro de los golpes. Y puede, pienso, que no esté de verdad esta mierda terminada por completo hasta que no cierre con ella. Y cerrar con ella implica hablar con Anastasia. Porque ella es mi presente, y no hay presente sin pasado.
- ¿Qué es lo que quieres saber? –le pregunto sentándome a su lado.
- Es igual, Christian. No quiero entrometerte –dice, cansada-, no tienes por qué contármelo.
- No se trata de eso, Anastasia. No es que te entrometas –respondo, con un suspiro-, pero no me gusta hablar de todo aquello.
Miro sus manos, cuyos dedos juegan entre ellos, nerviosos. Quiero tomarlos entre los míos, pero hay una distancia entre nosotros en este momento que no puedo romper.
- Durante muchos años he vivido en una burbuja –continúo, eligiendo las palabras que menos puedan herirla, que mejor me hagan quedar a sus ojos, sabiendo que detesta todo lo que tenga que ver con mi pasado oscuro, y con Elena-. Entonces nada me afectaba, y no tenía que justificarme ante nadie. Elena era mi confidente entonces, siempre lo ha sido. Pero era parte de aquella burbuja. Ahora, de repente, mi pasado y mi futuro colisionan estrepitosamente. Elena es el pasado. Y no puedo cambiarlo, ni borrarlo. Yo no sería quien soy si no fuera por ella. Tal vez tú y yo nunca hubiéramos llegado a encontrarnos. Y tú, Ana –trato de buscar sus ojos detrás de la cortina de pelo que le cubre la cara-, tú eres mi futuro.
Sólo entonces Anastasia reacciona. Levanta la vista, y me devuelve la mirada, lo que me da fuerzas para continuar.
- Yo nunca había imaginado mi futuro fuera de esa burbuja, Anastasia, y mucho menos me lo había imaginado al lado de alguien. Pero tú me das esperanza, y has conseguido que me plantee todo tipo de posibilidades, de alternativas.
Sí, tal vez es esto lo que tenía que hacer para cerrar. Comprender yo, y hacerle comprender a ella, que la forma en la que me he conducido todos estos años cumplió su función, pero ya no es ni lo que quiero, ni lo que necesito.
- Pero os he oído, Christian. Os he estado escuchando –confiesa al fin, y vuelve a concentrar su atención en sus manos lacias.
- ¿A nosotros? ¿Mientras hemos estado hablando?
- Sí.
- ¿Y? –no sé qué habrá alcanzado a oír, y mucho menos cómo se lo habrá tomado.
- Se preocupa por ti, Christian. Elena –pronuncia su nombre casi con un deje de… ¿celos?
- Claro que se preocupar por mí, Anastasia. Igual que yo por ella, a mi manera. Pero eso no puede compararse, ni de lejos, con lo que siento por ti. No sé si te refieres a eso pero…
- No –me interrumpe bruscamente-, no estoy celosa, no es eso. No la quieres. Lo sé.
¿Querer a Elena? ¿Dónde? ¿En qué plano? Nuestra relación no fue nunca de amor, por mucho que yo pensara en un momento que así era. Cuando toda aquella bronca con Linc, cuando la golpeó y yo pensé que la furia que sentía era amor, necesidad de posesión. Pero no lo era. Lo nuestro no fue aquello. Era amistad. Era sexo. Era carnal, y físico. Y cuando terminó quedó el poso de la amistad sincera.
- No, no la quiero. Hace mucho tiempo creí que la quería –digo, por toda explicación-, pero no era así. Y no lo es ahora.
- Pero cuando estábamos en Georgia, Christian, me dijiste que no la querías.
- Es cierto –respondo, y Anastasia hace un mohín de disgusto. Joder-. Entonces ya te quería a ti, Ana. Volé cinco mil kilómetros sólo para verte, y te aseguro que eso no lo había hecho nunca por nadie. Ana, tienes que creerme, lo que siento por ti es muy diferente de lo que sentí nunca por Elena.
- ¿Y cuándo lo supiste? –pregunta, ablandando por fin el tono.
- No lo sé con seguridad –respondo encogiéndome de hombros-. Pero lo que sí sé es que fue Elena la que me animó a ir a Savannah. Ella fue la que me hizo notar que te quería. ¿No es irónico?
No responde. Tal vez no le ha hecho gracia la ironía o, tal vez, sencillamente no me cree. Se retira un mechón de pelo de la cara y se apoya sobre la colcha de la cama, jugando a estirar las arrugas que han aparecido. No sé en qué estará pensando. Qué mierdas estará pasando por su cabeza ahora que, por fin, yo le he contado lo que quería saber. Oh, joder, espero que no salga corriendo de nuevo, presa de un ataque de celos.
- Entonces, ¿la deseabas? –pregunta sin mirarme-. ¿Cuando eras más joven?
- Sí, cuando era más joven sí –respondo enfatizando el cuando era más joven para evitar malos entendidos-. Ella me enseñó muchas cosas, entre ellas, me enseñó a creer en mí mismo.
- Pero a la vez te daba unas palizas, ¿cómo las has llamado? ¿de muerte?
- Sí, eso es cierto también –es posible que palizas no sea la palabra que hubiera tenido que utilizar-.
- ¿Y a ti te gustaban? –insiste.
- Por aquellos entonces sí, me gustaba. Si no no habría permitido que lo hiciera, Anastasia.
- ¿Y te gustó tanto que querías hacérselo a otras mujeres?
- Sí –respondo, esperando no estar metiéndome en terreno farragoso a costa de saciar su curiosidad.
- ¿Te ayudó también con eso?
- Sí –Elena fue mi primera sumisa. Elena fue mi Ama y mi maestra.
- ¿También fue sumisa tuya? –pregunta, como leyéndome el pensamiento.