Capítulo 35.2

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  • ¡Vaya! – Elena golpea teatralmente la mesa de la cocina con las palmas de las manos-, eso me ha dolido.

  • Pero es la verdad, Elena. Con Anastasia no necesito ningún tipo de -¿cómo explicarlo?- jueguecitos. Y lo digo en serio, te ruego que la dejes en paz.

  • Pero, ¿cuál es su problema? No lo entiendo.

  • Tú eres su problema, Elena –admito al fin-. Nosotros. Lo que fuimos. Y lo que hicimos. Ella no lo entiende –ella nunca verá nada más que suciedad en lo que fuimos.

  • Pues haz que lo entienda.

  • No es tan sencillo. Y además, lo nuestro es el pasado, Elena. ¿Por qué voy a querer contaminarla con nuestra jodida relación? Anastasia es buena, inocente, dulce, y milagrosamente, además, me quiere.

  • Que alguien te quiera no es un milagro, Christian –replica Elena-. ¿Por qué no confías más en ti mismo? ¿Es que ese doctor Flynn no está haciendo lo que tendría que hacer? Tú eres una joya, te lo he dicho muchas veces. Y Anastasia –toma aire y suspira-,me parece una mujer encantadora y fuerte. Te hará frente.

  • Ya lo hace Elena, ya lo hace. Que no te quepa la más mínima duda. Me hace frente constantemente –apuro el vino y dejo la copa sobre la barra, esperando zanjar ya el tema.

  • Dime, ¿lo echas de menos? –pregunta sosteniendo su copa, dispuesta a no zanjar.

  • ¿El qué?

  • El cuarto de juegos –responde, levantando una ceja.

  • Maldita sea Elena, ¡eso no es asunto tuyo!

  • Vaaaale –se defiende Elena-, lo siento.

  • Creo que es mejor que te marches, Elena –digo, poniéndome en pie-. Y la próxima vez que decidas aparecer por aquí, llama antes.

  • Bueno, Christian –dice ella, levantándose también-, ¿desde cuándo eres tan sensible?

  • Mira Elena, tú y yo hemos tenido una relación laboral enormemente provechosa para los dos. Y lo mejor es que lo dejemos así. Lo que hubo entre nosotros pertenece al pasado. Anastasia es mi futuro y no quiero ponerlo en peligro. Así que ahórrate toda esta mierda.

  • Entiendo, Christian.



Nos dirigimos hacia la puerta en silencio, mientras Elena termina de cerrar el bolso. En la mano lleva el sobre que contiene la nota con el chantaje. Le da vueltas nerviosamente. Yo camino a su lado, en silencio. Incómodos. Claramente nunca volveremos a ser lo que fuimos. Y tampoco tengo ningún interés en que así sea. Cuando llegamos al recibidor me giro hacia ella.

  • Elena, siento mucho que tengas problemas –hago un gesto hacia la nota-, pero tal vez lo mejor sería que les plantaras cara.

  • De ninguna de las maneras –dice ella con un ademán, doblando por la mitad el sobre. Antes de salir, se gira, y me mira-. No quiero perderte, Christian.

  • No puedes perderme. Para eso tendría que ser tuyo.

  • No es eso a lo que me refería –insiste Elena, críptica.

  • ¿Entonces? ¿A qué te referías? –pregunto, cansado.

  • Oye, no quiero que discutamos, Christian. Tu amistad es muy importante para mí. Me alejaré de Anastasia, si eso es lo que quieres. Pero si me necesitas para algo, no tienes más que llamarme. Siempre.

Claro. Siempre. ¿Y siempre por mi bien? Me ha metido en más de un lío últimamente Elena.

  • Anastasia cree que el sábado por la noche estuvimos juntos. Tú sabes que no es así. Solamente me llamaste por teléfono. ¿Por qué mierdas le dijiste lo contrario?

  • Porque quería que supiera cuánto te afectó que se marchara de aquí –se defiende Elena-. No quiero que te haga daño.

  • Ella ya lo sabe, Elena. Y lo sabe porque yo se lo he dicho. No necesito que te entrometas. Francamente, te estás comportando como una madre muy pesada.

  • Lo sé –sonríe Elena-, y lo siento. Ya sabes que me preocupo por ti, querido. Sabes, nunca pensé que llegara a verte enamorado, pero así es, y es muy gratificante. Y a la vez me asusta, porque no quiero que termine por hacerte daño.

  • Correré el riesgo –respondo, sonriendo ante la complicidad que ya no es la que era, pero que ahí está-. ¿Estás segura de que no quieres que Welch eche un vistazo a esto?

  • Supongo que eso tampoco perjudicaría a nadie –dice resignada, dejando la nota sobre el mueble de las llaves-. Muchas gracias.

  • De nada –respondo-. Le llamaré mañana por la mañana. Le diré que empiece por la comunidad, aunque dudo mucho que venga de ahí la cosa.

  • Yo también lo dudo… Ninguno de nosotros querría tirar piedras sobre nuestro tejado.

  • Prométeme que hablarás con Isaac –le pido-. Es posible que sin darse cuenta haya contado algo a alguien. Ya sabes cómo son estos muchachos.

  • Sí –ríe Elena-, de muchachos sé algo. En fin, gracias, Christian. Me voy, y perdona por haberme entrometido. La próxima vez llamaré.

  • Bien.

Nos despedimos como de costumbre, con un beso en la mejilla. Me quedo esperando hasta que las puertas del ascensor se cierran tras de ella. Taylor aparece, como siempre, de la nada.



  • Señor Grey –dice-, se me había olvidado decírselo. El Saab ya está aquí.

  • ¿Ya? –digo, sorprendido. Tenía que llegar mañana.

  • Así es, lo han traído del concesionario esta misma tarde.

  • Bien. Gracias.

  • De nada. Buenas noches, señor Grey.



Taylor se retira, y yo aparto las tres copas de vino de la mesa de la cocina. Temo enfrentarme con Anastasia ahora mismo… me temo lo que me espera. Temo su reacción, sus preguntas, toda esa información que quiere que le dé pero en el fondo preferiría no saber… Y yo preferiría no contarle. Dispuesto a apagar el último fuego del día, me dirijo a mi habitación. Nuestra habitación, debería empezar a decir. Una agradable sensación de hogar me invade al recordar las palabras de Anastasia. “Me vendré a vivir contigo”. Sólo tengo que aceptar su precio. Y estoy dispuesto a intentarlo.



  • Elena acaba de irse –le digo a Anastasia, que está aún vestida sentada muy seria en el borde de la cama.

  • ¿Vas a contármelo todo? ¿Sobre ella? –lanza la primera de sus llamaradas-. Intento entender por qué crees que te ayudó. Yo la odio, Christian. Y creo que te hizo un daño irreparable. No tienes amigos. ¿Fue ella la que los alejó de ti?

Hastiado, me apoyo contra la pared, al lado de la puerta, que cierro cuidadosamente. Quiero dejar atrás el pasado por Anastasia, para ella, y es ella misma la que no me deja hacerlo. La que quiere removerlo una vez y otra vez.

  • ¿Por qué coño quieres saber cosas de ella? –pregunto, golpeando la pared con los puños cerrados-.





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