Capítulo 35.1

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- No, no quiero vino, Christian –dice Anastasia con desdén-. Lo que quiero es saber qué hace ella aquí a estas horas.

- Pues… no lo sé, sinceramente –digo, volviendo a tomar asiento en una banqueta y degustando el vino. Y, para qué engañarnos, fingiendo naturalidad. Esto que se me viene encima puede ser un tsunami.

- ¿Has hablado con ella hoy? –pregunta, nerviosa.

- Sí. Hablé con ella.

- ¿Y qué le dijiste?

- Le dije que no tenías ningún interés en verla. Y que yo entendía muy bien los motivos por los que no querías hacerlo. Y también le dije que no me gusta que actúe a mis espaldas.

- ¿Y qué te dijo ella? –Anastasia se mueve nerviosamente por la cocina, una mano dentro de la otra, la otra dentro de la una.

- No dijo nada, sencillamente eludió la responsabilidad magistralmente, como sólo ella sabe hacer.

- ¿Y por qué crees que ha venido?

- No lo sé.

Taylor vuelve a entrar, esta vez seguido de Elena, que viene con paso muy firme.

- La señora Lincoln está aquí –anuncia la llegada de Elena muy ceremonioso.

Elena venía andando detrás de Taylor, así que mi chófer le impedía la visión del salón. Al pararse él y entrar ella, la firmeza de su paso se detiene bruscamente. No esperaba ver a Anastasia aquí, supongo. Me levanto del taburete y me pongo al lado de Ana, tomándola por la cintura, y atrayéndola a mí. Vamos a dejar muy clarito desde el principio cuáles son las prioridades aquí.

- Elena –digo por todo saludo.

- Oh, vaya –dice sorprendida-. No sabía que tenías compañía, Christian. Hoy es lunes –deja caer como una bomba, desafiante. Los lunes eran los días en los que no reuníamos habitualmente. Para tratar temas de negocios. Pero eso no lo ha dicho, claro. Bien. ¿Quiere jugar? Juguemos.

- Novia –digo, por toda respuesta.

- Claro –admite la derrota, al fin-. Hola Anastasia, no sabía que estabas aquí –pero algo en su sonrisa me hace pensar que tal vez no le importe demasiado que estuviera-. Ya sé que no quieres verme, ni hablar conmigo y créeme querida, lo entiendo.

- ¿Ah sí? –espeta Anastasia apretándome fuertemente la mano.

- Sí, he captado el mensaje. Ya te he dicho que no he venido a verte a ti –ambas mujeres se sostienen la mirada como un par de animales midiéndose-. He venido a hablar con Christian y, puesto que no suele tener compañía entre semana, no esperaba encontrar a nadie.

- Bien, aquí estoy. ¿Quieres beber algo? –pregunto sacándolas de su círculo de desprecio.

- Sí, por favor, tomaré una copa. Tengo un problema, Christian. Necesito hablarlo contigo –dice mientras se dirige al fondo de la cocina y toma asiento en uno de los taburetes que hay libres.

Relleno con naturalidad una tercera copa que saco de la alacena y coloco junto a las nuestras. Elena se pasea arriba y abajo por la sala del apartamento haciendo gala de lo familiar que le resulta estar aquí. Un frente más de competición con Ana. Al final, toma asiento en la barra de la cocina. Anastasia, que ha decidido entrar al juego como una leona protectora, toma asiento al otro lado de la barra de la cocina, dejando una banqueta libre entre las dos. Toma su copa y bebe de ella. Me siento entre las dos, conciliador.

- ¿Qué pasa, Elena? –digo.

- Yo… -balbucea Elena mirando hacia Anastasia, claramente molesta por el hecho de que no abandone la cocina y nos deje hablar.

- Anastasia está ahora conmigo, Elena –digo, tomándola de nuevo de la mano.

- Está bien. Como quieras –Elena coloca su bolso sobre la mesa y busca algo dentro de él-. Me están haciendo chantaje, Christian.

Oh, joder, lo que me faltaba por oír. Elena siendo víctima de chantaje. Eso si ella es la víctima, y la cosa no me salpica a mí. Para cualquiera que tenga un estilo de vida poco… heterodoxo, digamos, ésta es la mayor pesadilla.

- ¿Cómo?

- Mira esto –dice pasándome una nota que ha sacado de dentro del bolso de piel.

- No voy a tocarla. Ábrela tú.

- ¿No quieres tocarla?

- No, podría cargarme las huellas dactilares, si es que hay alguna –respondo, y noto cómo la mano de Anastasia intenta soltarse, fría, de la mía. Mis sombras, de nuevo. He vuelto a espantarla.

- Oh vamos, Christian, sabes que no puedo ir a la policía con esto –coloca encima de la barra una cuartilla garabateada. Cinco mil dólares.

- ¿Tienes idea de quién puede ser? ¿Tal vez alguien de la comunidad? –Anastasia se remueve en su banqueta, visiblemente incómoda.

- No lo creo, no.

- Es extraño, cinco mil dólares son muy pocos. ¿Tal vez Linc? –tal vez su exmarido está en apuros… nunca fue muy listo y una jugada tan torpe, como pedir sólo cinco mil dólares, sería muy de su estilo pueblerino.

- ¿Después de tanto tiempo? No, no lo creo.

- ¿Y qué hay de? –oh, mierda, ¿cómo se llama el sumiso de ahora? ¿Ethan? -¿Isaac?

- No le he dicho nada –dice, moviendo a ambos lados la cabeza, derrotada.

- Pues yo creo que debería saberlo, Elena.

Anastasia logra apartar su mano de la mía, pese a que trato de estrecharla aún más, y se levanta de la banqueta.

- ¿Ocurre algo? –le pregunto.

- Nada, estoy cansada. Creo que lo mejor es que me vaya a la cama ya.

- De acuerdo –digo, sin dejar de buscar en sus ojos alguna pista de lo que está pensando, sintiendo ahora mismo-. Yo iré enseguida.

- Buenas noches, Anastasia –se despide Elena, un poco triunfal.

- Buenas noches – replica Ana, fría como el hielo. No puedo evitar sentirme orgulloso de ella.

Miro de nuevo la nota sobre la barra de la cocina intentando encontrar algo que me ayude a saber de dónde viene. Pero nada. El tono de la amenaza es casi pueril: “si no quieres que hagamos pública información que podría hundir tu reputación…”. Es posible que ni siquiera sepan de lo que están hablando pero, en cualquier caso, es mejor ser cautos.

- No creo que yo pueda hacer gran cosa, Elena. Si es una cuestión de dinero ya sabes que no tienes por qué preocuparte, y si quieres puedo pedirle a Welch que investigue. Entiendo que no quieras ir a la policía con esto pero…

- No es necesario. Sólo quería que lo supieras –recoge de nuevo la nota escrita con recortes de letras, en el más torpe estilo de chantajista de película, y la guarda en el bolso-. Se te ve muy feliz, Christian –dice, cambiando radicalmente de tema.

- Porque lo soy.

- Te lo mereces.

- Ojalá eso fuera cierto –respondo, pensando en lo poco que me debe la vida a mí.

- Christian –me reprende Elena, en tono maternal-. ¿Sabe Anastasia lo negativo que puedes llegar a ser contigo mismo? ¿En todos los sentidos?

- Sí. Anastasia me conoce mejor que nadie –de hecho, Anastasia es la única con la que, sin saber cómo, sencillamente viviendo, me descubro siendo yo mismo. Con mis luces. Con mis sombras.

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