Capítulo 34.15

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Después del intercambio de confesiones, y con los restos del vino en las copas volvemos a sentarnos frente a frente en la isla de la cocina. Los ojos de Anastasia están perdidos en algún punto detrás del gran piano de cola, en la maravillosa vista de Seattle que hay desde aquí. Más en una noche clara como la de hoy, con el cielo recién lavado por la lluvia.



  • Sabes –dice Anastasia de pronto, bajando tímidamente la cabeza-, tenías razón con respecto a Jack.

Mierda. ¿Qué cojones quiere decir eso? Intento contenerme, intento no perder los nervios. Pero me pierde la prisa por saber.

  • ¿Es que ha intentado algo? –el tono de mi voz me delata. Estoy furioso.

  • No –dice Ana mientras hace un gesto negativo con la cabeza-. No, y no lo hará, Christian. Le he dicho que era tu novia, y ha reculado inmediatamente.

  • ¿Estás segura? Porque podría despedir a ese cabrón –podría y estoy deseando hacerlo. Maldito gilipollas entrometido.

  • Oh, vamos, Christian –dice, con un suspiro-, creo sinceramente que deberías dejar que sea yo la que solucione mis propios problemas. Es imposible que preveas todas las contingencias para intentar ponerme a salvo. Es… es asfixiante –continúa-. Si no paras de interferir en todo momento nunca podré progresar. A mí no se me ocurriría nunca entrometerme en tus asuntos, Christian y yo… -improvisamente segura de sí misma, me mira a los ojos- necesito un poco de libertad.

¿Pero cómo voy a darle libertad si además de ser una insensata hay todo tipo de peligros absurdos a nuestro alrededor amenazándola? Algunos de ellos, como Leila, además, por mi culpa. Que el imbécil de su jefe intente ligar con ella no me sorprende ni siquiera… Anastasia es tremendamente atractiva y el depravado de Jack venía ya con antecedentes… La miro a los ojos, buscando su comprensión, y no la encuentro.

  • Solamente quiero que estés segura y a salvo, Anastasia. Si llegara a pasarte algo yo no podría –se me atoran las palabras en la garganta. Si llegara a pasarle algo realmente no respondería de mí mismo.

  • Lo sé, Christian –responde ella, tomando mi cara entre sus manos y acariciándome-, y entiendo por qué lo haces. Es más, me gusta que lo hagas, es encantador que sientas ese impulso de protegerme. Yo ya sé que si te necesito estarás ahí, igual que sé que yo estaré ahí para ti si se diera el caso. Pero si queremos tener alguna esperanza de que lo nuestro tenga algún futuro –toma aire profundamente antes de insistir en su libertad, en su espacio, en su necesidad de independencia-, tienes que confiar en mí, y en mi criterio. Y tienes que contar con que a veces me equivocaré, y cometeré errores. Pero, ¿hay alguna otra forma de aprender?

Ante mi silencio se acerca a mí. Con sus manos coge las mías, haciendo que la abrace. No puedo dejar de pensar en sus palabras. ¿Y si hiciera lo que me pide? ¿Dejar que fuera a Nueva York con el cabrón de su jefe? No, de ninguna manera. Pero es eso lo que me está pidiendo. Libertad para tomar sus decisiones. Independencia… dejar que la SIP se hunda antes que mandar allí a mis contables.

  • No puedes interferir en mi trabajo, Christian, no está bien que lo hagas. Y no necesito que aparezcas como un caballero andante medieval para rescatarme. Sé que quieres tenerlo todo bajo control, y hasta entiendo por qué, pero no puedes hacerlo siempre, en todas las ocasiones. Es imposible, Christian. Tienes que dejar que, simplemente, las cosas pasen. Y si eres capaz de hacer eso, y de concederme eso, entonces me vendré aquí a vivir conmigo.

  • ¿En serio? –sus últimas palabras flotan en el aire, y me toman por sorpresa.

  • En serio.

  • Pero, Anastasia, si apenas me conoces –dos sentimientos opuestos se debaten en mi interior. Sí, Anastasia viviendo aquí conmigo sería el culmen de todos los placeres. Pero Anastasia viviendo aquí conmigo sería la posibilidad real de que viera mis rincones oscuros. Todos aquellos que me dan miedo. Y que a ella le darán aún más. Y entonces, tal vez, se vaya para siempre.

  • Te conozco lo suficiente, Christian. Tienes que creerme. Nada de lo que me cuentes sobre ti hará que me asuste y me vaya de aquí a la carrera. No voy a huir. Sólo necesito que dejes de presionarme…

  • Lo intento, Anastasia. Pero, ¿cómo querías que me quedara cruzado de brazos y te dejara ir a Nueva York con el degenerado de tu jefe? Ese canalla tiene una reputación horrorosa. Ninguna de las ayudantes que ha tenido ha durado en el puesto más de tres meses, y ninguna se ha quedado en la empresa después. Cariño, no quiero eso para ti. No quiero que te pase nada –y con Jack Hyde podría haberle pasado cualquier cosa, empezando por tener que desembarazarse de su presencia en un hotel en Nueva York en el que sólo había reservada una habitación con una cama doble-. Me aterra la idea de que te hagan daño. No puedo prometerte que no voy a interferir si creo que hay alguna posibilidad de que salgas malparada.

Así los dos, parados en mitad de la cocina, después de cenar como una pareja normal, una familia normal, en una casa normal, hablando de cosas casi normales, y yo me doy cuenta de que lo volvería a hacer. Volvería a ponerme en medio, entre ella y Jack Hyde las veces que hiciera falta. Lamento ya no haber estado esta tarde, cuando sea lo que sea que ha sucedido Anastasia ha tenido que decirle que yo era su novio para que él se detuviera. Haría cualquier cosa por ella. Cualquiera. Y haría cualquier cosa por retenerla a mi lado.

  • Te quiero, Anastasia. Y utilizaré todo el poder que tengo a mi alcance para protegerte. No puedo imaginarme la vida sin ti, nena.

Presa de la emoción Anastasia me besa en los labios.

  • Yo también te quiero –musita, ciñéndome en un abrazo.

A nuestra espalda se escucha un carraspeo. Miro por encima del hombro de Ana y veo a Taylor, parado con las manos detrás de la espalda, en la eterna pose de camarero que tiene.

  • ¿Qué ocurre? –pregunto.

  • Disculpe, señor Grey. La señora Lincoln está subiendo.

  • ¿Cómo? -¿Elena? – Esto se va a poner interesante.



Taylor hace un gesto con la cabeza y abandona la estancia. El cuerpo de Anastasia, que se ha tensado por completo al escuchar el nombre de la señora Lincoln, se separa del mío como si se repelieran. Vierto vino del decantador en las copas. No está de más que tengamos algo que llevarnos a la boca cuando llegue Elena y suavizar el ambiente.

  • ¿Otra copa? –le digo a Anastasia, que me mira furiosa.

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