- Dios mío, Taylor –dice Anastasia volviéndose hacia el espejo empañado e intentando colocar su melena alborotada-.
- Tranquila nena, no tiene por qué notar nada –le digo, colocándome a mi vez la camisa por dentro de los pantalones-. ¿Estás bien?
- Claro –responde ella, dándose por vencida y recogiéndose el pelo en una discreta cola de caballo sobre la nuca-. Estupenda –dice, sonriéndome.
Las puertas del ascensor se abren y Taylor se hace a un lado para dejarnos salir.
- Un ligero problema con el ascensor –le digo, más para poner en evidencia a Anastasia, que sigue sin comprender la relación que tengo con mi empleado. Y, efectivamente, sale disparada del ascensor con dirección a mi habitación. A ducharse, supongo. No puedo reprimir una sonrisa-. ¿Alguna novedad, Jason?
- Ninguna, señor Grey. Pero el dispositivo sigue operativo. Le informaré de lo que sea, no se preocupe.
- Gracias, Taylor.
Gail se asoma ligeramente, con el delantal aún puesto.
- ¿Van a cenar los señores?
- Sí, señora Jones. En cuanto la señorita Steele esté lista –me quito la chaqueta y la dejo sobre el respaldo del sillón-. ¿Qué tenemos?
- Coq au vin, señor Grey –responde Gail señalando con una cuchara de madera hacia la cocina-. Un minuto más y estará en su punto.
- No sabía que supiera de cocina francesa –realmente no sé por qué me sorprende tanto… a duras penas como en casa, por lo que la señora Jones no tiene oportunidad de cocinar para mí muy a menudo.
- Yo lo llamaría más cocina familiar que francesa. Mis abuelos paternos salieron de Francia después de la segunda guerra mundial y se instalaron aquí. Éste es un plato que solía hacer mi abuela. Mi madre lo aprendió de ella. Y mi madre me enseñó a cocinar a mí.
- Huele de maravilla. Iré a buscar un vino a la altura.
- Un Pinot Noir, si me permite la recomendación, señor Grey –apunta Gail cuando me dirijo a la bodega.
- Siempre es bienvenida una recomendación, y más cuando suena así de acertada. Gracias.
Vuelvo a los dos minutos con una botella de Saintsbury. Gail está terminando de colocar en la mesa los cubiertos.
- Pinot Noir Brown Estate 1998, Saintsbury. A catorce grados y medio. ¿Qué le parece, señora Jones?
- ¿Una añada excelente? –me dice en tono interrogativo-. Lo siento pero no sé nada de vinos. Sólo que con el pollo mis abuelos sacaban su mejor Pinot Noir. Tenga el decantador.
- No se disculpe, señora Jones –abro la botella y la vierto en el decantador. Un aroma delicioso a rosas, moras y arándanos sube a través del cristal.
Anastasia entra en ese momento con la misma ropa que llevaba el resto del día. Mi apuesta por la ducha habría fracasado, así que mi competidor interior se alegra de no haberme jugado nada. Sí parece que se haya peinado, tal vez se ha refrescado un poco, pero en sus mejillas brilla aún el rubor del sexo. Se sienta frente a mí en la barra de la cocina y la señora Jones nos sirve con cuidado la cena.
- Señora Jones, muchas gracias por el almuerzo. Estaba delicioso –le dice a Gail mientras toma asiento.
- Pues espera a probar esto, nena –replico yo, cortando cualquier posibilidad de charla entre ellas. Si es necesario, tendré que volver a recordarles que el servicio es el servicio.
- Espero que sea de su agrado, señor Grey, Ana –mira con cariño a Anastasia cuando lo dice, seguramente recordando la conversación que tuvieron por la mañana acerca de cómo debía dirigirse a ella. Anastasia le devuelve la sonrisa. Gail se retira.
- ¿Un poco de vino, Ana?
- Claro, Christian –dice, acercándome su copa-. ¿Qué es esto? Parece ese plato francés… ¿cómo se llamaba?
- Coq au vin –le digo-. Una receta familiar de la señora Jones, según me ha dicho. Por lo visto tiene antepasados franceses.
- Tiene una pinta deliciosa…
- Así es –afirmo-, y además, estoy seguro de que nuestro pequeño encuentro en el ascensor te ha abierto el apetito.
- ¡Christian! –dice azorada, mirando a su alrededor-. Preferiría no hablar de eso en público.
- ¿Público? ¡Pero si aquí no hay nadie, nena!
- Es igual. Cuéntame, ¿qué tal tu día en el trabajo?
- Bien. Normal –respondo entre bocado y bocado.
- ¿Eso es todo? Seguro que habéis hecho un descubrimiento de algo, o habréis comprado alguna pequeña empresa en apuros, ¿no? Tengo entendido que últimamente te gusta hacer esas cosas… -dice, socarrona, buscando la forma de decir sin decir que he comprado SIP. Decido darle de un gustazo.
- Algo así. Una pequeña empresa japonesa. Una eléctrica.
- ¿La has comprado? –pregunta, abriendo mucho los ojos.
- Eso espero, son las últimas órdenes que he dado.
- ¿Y por qué? ¿Una eléctrica? ¿Qué tiene eso que ver con vosotros?
- ¿De verdad te interesa? –pregunto, esta vez incrédulo yo, pero contento de poder compartirlo con ella.
- ¡Claro!
- Bien. Te lo contaré –doy un sorbo de vino y dejo el tenedor a un lado del plato-. Grey Enterprises Holdings está desarrollando un nuevo prototipo de teléfono móvil, sostenible –Anastasia me mira perpleja-. Es decir, la carcasa, el plástico que lo conforma, está hecho a partir de botellas de agua de PVC recicladas y, si la compra de la empresa japonesa sale bien y podemos adaptar sus instalaciones como tenemos previsto, pronto tendremos entre manos el primer teléfono que se cargue con un pequeño panel solar… En solo diez minutos.
- Pero Christian, eso es… -busca las palabras sin encontrarlas-, muy poco parecido a lo que parece que haces.
- ¿Y qué parece que hago? –respondo, divertido.
- No sé. Comprar y vender empresas sí, pero en frío. Y ganar dinero sin parar.
- De momento el prototipo del teléfono no ha supuesto más que una inversión multimillonaria –pienso si decirle las cifras, pero decido no hacerlo-. El año que viene queremos presentarlo al congreso mundial de telefonía. Entonces, si no se nos adelanta nadie, claro, será la auténtica revolución. Y podremos empezar a hablar de ganar dinero.
- Fascinante –añade Anastasia, levantándose a llevar los platos sucios al fregadero.
- Deja eso nena, Gail lo hará.
Con un mohín de fastidio deja los platos en la pila y levanta las manos en señal de rendición. La agarro de la cintura y la atraigo hacia mí.
- Ahora que ya está más dócil, señorita Steele, ¿podemos hablar de lo que ha pasado hoy?
- ¿Yo, dócil? Mi opinión es que el que está más dócil eres tú, Christian. Creo que se me va a dar bien domarte.
- ¿Domarme? –con una carcajada la atraigo aún más hacia mí, dándome cuenta de que sí, que tal vez tenga razón. No hay más que ver lo alterado que estaba esta mañana y lo suave que me ha dejado el polvo en el ascensor-. Sí, Ana. Es posible que se te dé bien.