Capítulo 34.13

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El se detiene con suavidad. Las luces de vibran un momento antes de apagarse, y se encienden las de emergencia. Más suaves. Perfectas para el espectáculo. Anastasia está apoyada contra la pared del ascensor, y me alejo un paso para poder mirarla con un poco de distancia. El conjunto es maravilloso. Lleva el pelo recogido en una cola de caballo a un lado del cuello; tiene un aire infantil que no casa con su elegancia, con su porte. Con el traje que lleva en este momento. Con la marca que el liguero ha dejado sobre su muslo.

- Suéltate el pelo, nena.

Obediente, tira del elástico, dejando que su melena caiga sobre sus hombros. Agita un par de veces la cabeza, ahuecándolo. Y levanta sus ojos, desafiante. Ha entrado en el juego. Sabe cuánto me gusta. Sabe que así es como somos capaces de limar nuestras diferencias. Con el sexo.

- Ahora quiero que te desabroches la camisa. Poco a poco. Sólo dos botones.

Una vez más, mis palabras ejercen la magia que espero sobre ella. Juega un momento con los botones antes de abrirlos, retrasando el momento de enseñarme sus pechos. Con la inocencia de quien sólo ha visto un striptease en televisión suelta el botón pero sostiene la tela pegada contra su cuerpo. Le doy tiempo a que se acostumbre a mis ojos fijos en su escote.

- Aparta las manos. Quiero verte.

Sin ninguna timidez coloca el cuello de su camisa lo más abierto posible, hasta hacerlo llegar casi hasta sus brazos. Los tirantes del sujetador dibujan una línea perfecta entre la copa de sus pechos y los hombros, cubiertos por su oscura melena. Pocas veces la seda ha parecido menos suave que una piel… La suya, tan blanca…

- Anastasia, ¿sabes lo atractiva que estás ahora mismo? –le digo, recreándome en la visión.

Por toda respuesta, suspira. Se muerde el labio. Abre las piernas. Un poco nada más. Probablemente sin darse cuenta. El aire dentro del ascensor se carga de química. Me acerco a ella, los brazos apoyados a los lados de su cuerpo, contra la pared. Atrapándola sin tocarla.

- Yo creo que sí lo sabe, señorita Steele –cuando mi rostro alcanza el suyo suspira de nuevo y se muerde el labio inferior, retándome-. Sí, lo sabe, y además creo que le gusta volverme loco.

- ¿Te vuelvo loco, señor Grey? –pregunta, levantando una ceja, con un susurro seductor.

- Muy loco, Anastasia. Eres una diosa, una sirena…

Y eres el cuerpo que quiero poseer ahora mismo. Avanzo un paso más, hasta que mis caderas tocan las suyas. Levanto de un tirón su falda, haciendo que resbale muslo arriba, liberando sus piernas. Agarro una, y la coloco alrededor de mí, permitiendo que sienta mi erección.

- Voy a poseerte ahora mismo –digo, lamiendo salvajemente su cuello, de arriba abajo, hasta llegar casi a su escote. Noto que la piel se le eriza y los suspiros de antes se han convertido en jadeos, gemidos anhelantes.

Podría desnudarla poco a poco. Podría quitarle la ropa con cuidado, dejar que cayera con suavidad sobre el suelo del ascensor. Pero lo que quiero es follármela ahora mismo. Quiero tirar de su camisa y hacer que los botones salten, si es necesario. Quiero liberar sus pechos y morder sus pezones, y lo hago. Anastasia grita al sentir la presión de mis dientes, y aprieta sus manos en mi pelo.

- Quiero que me abraces, nena. Fuerte. Quiero que me ayudes con esto.

Coloco en mi boca un preservativo, y se lo muestro. Se lo acerco a los labios. Adivinando mis intenciones, muerde el lado opuesto del envoltorio. Y tira. Lo cojo, y lamo su boca obediente.

- Buena chica. Espero que no les tengas mucho cariño a estas bragas…

Anastasia me mira, clavada donde está, apoyada contra la fría pared del ascensor. A nuestra derecha, el espejo empieza a empañarse. A medio metro de ellahago valer mi amenaza: la giro, y se apoya con las manos en el cristal. Con dedos expertos recorro el elástico de las bragas, de delante atrás, deteniéndome sobre el monte de su clítoris, y lo presiono. Anastasia gime de nuevo. Acaricio su cuerpo con la mano abierta: las nalgas, las caderas, el vientre, sus pechos, su cuello, e introduzco dos dedos en su boca. Los lame, succionando entre jadeos. Con la otra mano sigo tanteando su entrepierna. Oh, está tan húmeda… Retiro los dedos de su boca y hago que se incline más hacia delante. Levanto del todo su falda, dejando a la vista su culo, cubierto por unas bragas que estoy a punto de romper. Aparto el elástico, rasgo la tela con el pulgar, desgarrándola. Anastasia da un leve grito al escuchar cómo se rompe la tela. Y vuelve a gritar cuando introduzco los dedos en su vagina para prepararme el terreno. Está más que lista.

- Gírate –ordeno.


Anastasia vuelve a colocarse frente a mí. En el espejo han quedado marcadas las huellas de sus manos. Aparto con una mano la tela de sus bragas rotas, y sin esfuerzo, la penetro. Noto cómo mi miembro se introduce sin ninguna dificultad en su cuerpo caliente. Sus ojos están fijos en los míos, y de su boca entreabierta salen rítmicamente los gemidos que acompañan mis envites.

- Eres mía, Anastasia –le digo, con la cabeza hundida en su cuello, lamiendo el lóbulo de su oreja.

- Sí, Christian. Soy tuya. Sólo tuya. ¿Qué tengo que hacer para convencerte? –responde entre jadeos.

A medida que acelero el ritmo Anastasia hunde más sus manos en mis brazos, apretándome contra ella. El olor que emana su cuerpo, el reflejo de nuestras figuras en el espejo, cada vez más empañado, sus palabras “soy sólo tuya, Christian” y de repente ella, que explota en un tremendo orgasmo, apretando mi pene dentro de su cuerpo con cada convusión…

- Oh nena –apenas logro articular palabra, casi como un gruñido su nombre sale de mis entrañas mientras me corro-. ¡Anastasia!

Su pierna resbala lentamente por la mía, hasta quedar en el suelo. Con agilidad sujeta la base del preservativo para ayudarme a salir de ella. ¿Cuándo acabará esta tortura de no poder derramarlo todo en su interior? ¿De ser realmente uno? Abrazado a ella siento cómo se cuelga de mi cuello, respirando pegada a la tela de mi camisa. El calor de sus exhalaciones me conforta. Su presencia, su contacto me conforta. Sólo con ella siento calma a mi alrededor.

- Te necesito tanto, Anastasia –le digo, con mi boca enterrada en su cabello, y la beso.

- Y yo a ti, Christian –responde ella.

- Ven, salgamos.

Desenrollo su falda, aún recogida alrededor de la cintura, y se la aliso. Anastasia sonríe, y se deja hacer. Abotono su camisa y mi pantalón.

- ¿Lista? Taylor estará preguntándose dónde nos hemos metido.

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