- Siéntate aquí, voy a buscarte algo de ropa limpia.
- Sí, Amo.
Dejo a Leila sentada en la taza de váter con la mirada perdida, el albornoz grande envolviendo su cuerpo, la toalla mal anudada en la cabeza y un pequeño charco de agua a sus pies. Dios mío, ¿cómo hemos podido llegar a esto? ¿Cómo puede un ser humano caer así, tan bajo? Lucho conmigo mismo para apartar los sentimientos de pena que me provoca y no salirme de mi papel de Amo, que es el único con el que voy a poder gestionar esta situación mientras Flynn llega y no llega. Si no hubiera mandado a Taylor a buscar a Anastasia podría habérselo pedido a él.
En la habitación de Anastasia echo un vistazo en los cajones buscando algo de ropa que pueda valerle. Le compraremos algo más tarde. No quiero que la ingresen en un psiquiátrico con una de esas horribles batas que se anudan a la espalda.
El armario de Anastasia poco tiene que ver con el vestidor que le he preparado en el Escala. Pantalones vaqueros de todos las gamas del color tejano y en distintos estados de destrucción, gastados por las rodillas, descosidos en los bajos. No sé si será cosa de moda o de dejadez, pero no me gusta. Elijo de entre todos los que parecen menos ajados. De la cómoda saco un par de bragas de algodón sencillas. Calcetines, una camiseta negra lisa. Asomando todavía de una caja se ven los zapatos sin colocar, como si no hubiera terminado la mudanza. ¿Querrá eso decir que no piensa terminar de hacerla? En cualquier caso, si va a venir conmigo, no necesitará ni esta ropa, ni estos zapatos. Saco unas converse AllStar blancas, las que parecen más nuevas, confiando en que la talla de cintura no sea la única que comparten Leila y Anastasia, y vuelvo al cuarto de baño.
- Ya estoy aquí. Venga Leila, ayúdame, tienes que vestirte.
- Sí, Amo –responde, levantándose y quedándose en pie frente a mí con el albornoz abierto.
Me descubro pensando en que ese cuerpo una vez me volvía loco de pasión. Desataba mis instintos sexuales, mis ganas de follar. Ahora, sin embargo, su desnudez no me provoca nada más que lástima. Lástima y sentido de culpabilidad. ¿He sido yo? ¿Ha sido culpa mía que ahora Leila se encuentre en este estado? Aún son visibles en las muñecas las marcas de los cortes que se hizo. El daño que quiso infligirse por mi, por haber visto a Anastasia.
- Ponte esto –digo, dejando la ropa sobre el lavabo-. Vístete.
Leila toma la ropa interior y, sin levantar la vista del suelo, dice:
- ¿Puedo preguntarle algo, Amo?
- Dime –respondo desde el umbral de la puerta.
- ¿No quiere tomarme ahora, Amo? –sostiene las bragas en la mano, y deja caer el albornoz al suelo.
- No, no quiero –digo, tajante-. Quiero que te vistas. Ahora.
- Pero soy suya, Amo.
- ¡Vístete! –levanto el tono y golpeo con la palma abierta el marco de la puerta-. ¡Ya!
- Sí, Amo. Perdón, Amo –se pone la ropa interior y la camiseta-. No quiero disgustarle, Amo. Perdón.
- Vuelve al salón cuando hayas terminado –echo un vistazo antes de salir, por si hubiera algún objeto con el que Leila pudiera lesionarse.
Pocos minutos después suena el interfono.
- Soy Flynn –dice una voz a través del intercomunicador. Al fin.
- Sube.
El sonido de la puerta al abrirse zumba antes de que devuelva el auricular al soporte de la pared. Espero al doctor en el descansillo, y aparece con una mujer vestida de verde.
- Señor Grey, esta es Candance, una ayudante.
- Encantado –digo, estrechándoles la mano.
- ¿Dónde está la señorita Williams? –pregunta Flynn, mirando a su alrededor.
- En el baño, vistiéndose. He hecho que tomara un baño. No puede imaginar las condiciones en las que ha llegado.
- Puedo, señor Grey. Le recuerdo que soy el doctor aquí.
- Es cierto.
- ¿Cómo se encuentra? –me pregunta.
- Un poco alterado, pero ya ha pasado todo-. Creo que tengo la situación bajo control.
- Me alegro mucho de saberlo, señor Grey, pero me refería a mi paciente. A la señorita Williams.
- Leila, claro –digo, avergonzado-. Está aparentemente tranquila.
- Cuénteme qué ha ocurrido –me pide el doctor, pasando hacia el salón y tomando asiento en un sillón.
- Candance, por favor, siéntese también –le digo a su ayudante, indicándole con un gesto el otro sillón-. No sé exactamente cómo entró al apartamento, pero cuando llegó la señorita Steele ya estaba aquí.
- ¿Llegaron juntos? –inquiere.
- No. Yo estaba abajo, en el coche, con Taylor. La señorita Steele llamó al telefonillo pensando que era un amigo suyo, el hermano de Kate…
- ¿Quién? –me pregunta confundido el doctor.
- Es igual –respondo haciendo un gesto de rendición con las manos. Estoy complicando demasiado las cosas-, un amigo de Anastasia tenía que estar aquí, en el apartamento, esperándola. Ella llamó al timbre y alguien abrió la puerta. Pasaban los minutos y empecé a inquietarme porque no bajaba. Me había dicho que en un par de minutos habría terminado. Y entonces vi a Ethan que…
- ¿A quién? –vuelve a interrumpirme el doctor Flynn.
- A su amigo.
- ¿Pero no estaba aquí ya, en el apartamento, cuando ella llamó?
- Eso es lo que pensábamos. Por eso, cuando Taylor y yo le vimos aparecer por la calle, nos alarmamos. Nadie más tiene llaves del apartamento de la señorita Steele más que ella, y su compañera de piso, que está fuera de la ciudad ahora mismo… Así que sólo podía ser Leila. Taylor y yo nos precipitamos a la carrera porque temíamos por la vida de Anastasia.
- Shhh –Flynn me hace un gesto con la mano para que baje un poco la voz-, preferiría que la señorita Williams no escuchase esta conversación.
- Claro, claro –me disculpo y bajo el tono-. Cuando llegamos aquí arriba Leila estaba parada justo aquí, junto al sofá, y apuntaba a Anastasia con un arma.
- ¿Dijo algo?
- No –digo, tratando de reconstruir perfectamente la escena-. Nadie dijo nada. Estaban las dos muy asustadas, no sabría decirle cuál de las dos lo estaba más.
- ¿Y qué ocurrió? Taylor me ha dicho que no ha habido disparos.
- Así es. Bajó el arma.
- ¿Por voluntad propia?
- No –miro con desconfianza a Candance… pero al fin y al cabo está con Flynn, y de lo que se trata es de ayudar a Leila. Y el doctor tiene que saber todo lo que ha ocurrido.
- Creí que la única forma de hacer que Leila dejara el arma era volver a someterla a mi autoridad. Volver a hacer que sintiera que yo era su Amo.