- Joder Taylor, parece mentira –le reprendo-. ¿Tan difícil era montarla en el coche con su amiguito y llevártela de aquí?
- Mucho me temo que sí, señor Grey –titubea.
Y lo cierto es que tiene razón. Ni siquiera yo soy capaz de hacer entrar en razón a Anastasia. Y eso que conmigo sabe que si las cosas no se hacen a mi manera, puede esperar una reprimenda. Con Taylor no. En fin, tal vez me pueda ser de utilidad aquí, bien pensando.
- Está bien, Taylor. La señorita Steele es extremadamente testaruda, eso no te lo puedo discutir. Y sí que puedes serme de utilidad aquí, desmoviliza al equipo. Ponte en contacto con Sawyer y que sus hombres recojan el operativo. Ya no los necesitaremos más.
- Por supuesto, señor Grey, inmediatamente –responde Taylor sacando del bolsillo su teléfono y apartándose hacia la cocina para llamar.
Vuelvo hacia el baño mientras busco mi BlackBerry para llamar a Anastasia. Estará preocupada y no quiero que haga ninguna estupidez, ni que hable más de la cuenta con su amigo. Me asomo a la puerta entreabierta. Leila sigue en el agua, como le he ordenado. Dibuja círculos con un dedo alrededor de las pompas de jabón que hay en la bañera. Marco el número de Anastasia. Primer tono. Segundo tono. Tercer tono. Cuarto tono.
- ¡Hola! Este es el contestador automático de Anastasia Steele. En este momento no puedo atender su llamada, pero puede dejar un mensaje después del bip.
¿Pero qué cojones? Vuelvo a marcar. Primer tono, segundo tono, tercer tono… Y el contestador automático salta de nuevo.
- ¡Taylor! –llamo desde el pasillo.
- ¿Sí, señor Grey? –responde Taylor acercándose desde el salón.
- Anastasia. No contesta al teléfono.
- Oh, es posible que no lo lleve encima. Y que dejara el bolso en el coche. No recuerdo que lo llevara cuando les acompañé abajo, al señor Kavannagh y a ella.
- ¡Mierda!
Descargo un puño sobre el marco de la puerta, lleno de rabia. Ahora no sé dónde está Anastasia, no sé cuándo piensa volver a casa, ni siquiera sé si piensa volver.
- ¿Sabes a dónde han ido? –pregunto a Taylor, esperando que les haya acompañado al bar y sepa cuál es.
- Lo lamento, señor Grey, pero insistieron en ir solos. No lo sé.
- Ve a dar una vuelta por la zona. Pasa por el coche antes a ver si está el bolso y llévaselo, si es que la encuentras –digo entre dientes, sabiendo que no será fácil.
- Ahora mismo, señor Grey.
- Y, Taylor –añado antes de que se vaya-. Si la encuentras, haz que me llame. Inmediatamente. Quiero que vaya al Escala lo antes posible.
- Por supuesto, señor Grey.
Taylor sale del apartamento y yo intento inútilmente volver a llamar a Anastasia. De nuevo el buzón de voz. Mierda. Será mejor que me ocupe de Leila e intente hablar con ella antes de que llegue Flynn. Saber si puedo ayudarla en algo. Saber si ha sido mi culpa.
- ¿Leila? –digo, cuando entro de nuevo en el cuarto de baño.
- ¿Sí, Amo? –responde ella sin levantar la vista de las irisadas burbujas, cada vez más pequeñas, que cubren el agua.
- ¿Cómo te encuentras?
- Muy bien, Amo –responde.
- Voy a la lavarte el pelo, ¿de acuerdo? –pregunto, remangándome las mangas de la camisa para que no se mojen con el agua.
Leila asiente por toda respuesta, y echa ligeramente la cabeza hacia atrás para facilitarme la tarea. Abro el grifo del agua y dejo que corra hasta que está a una temperatura agradable, y mojo su cabello. El pecho de Leila sube y baja, su respiración es lenta y profunda. Casi como si no estuviera aquí. Completamente relajada, completamente sometida. De entre los botes que tienen Anastasia y Kate en el baño cojo el que pone champú, y echo un poco sobre el pelo de Leila. Suavemente lo froto, haciendo salir espuma. Inmediatamente se tiñe de un color parduzco, entre marrón y gris. Aclaro la primera enjabonada y vuelvo a echar un poco más de champú, hasta que la espuma sale blanca.
- ¿Tienes frío? –pregunto.
- No, Amo –dice ella, con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás.
- Gírate, voy a darte un masaje en la cabeza.
Obediente, Leila se pone de espaldas a mí, con las piernas cruzadas dentro de la bañera. Introduzco mis dedos entre su pelo y con ayuda del acondicionador voy suavizando sus enredos, acariciando su cuero cabelludo, dejándola en este estado de calma y reposo que tiene ahora. Tal vez sea el más propicio para hablar. Aunque está de espaldas, veo su cara reflejada en el acero de la grifería.
- ¿Qué has venido a hacer a Seattle, Leila? Pensaba que te habías mudado –empiezo una conversación para intentar sonsacarle algo.
- He venido a buscar a mi Amo –responde.
- Pero tú ya tenías otro Amo, Leila, ¿lo recuerdas? Te marchaste para casarte con él –me sorprende esta salida.
- Él nunca fue mi verdadero Amo. Mi verdadero Amo eres tú, señor.
- ¿Qué ocurrió, Leila? ¿Por qué dejó de ser tu Amo? –insisto. Tal vez ahí esté la clave.
- Aquel Amo no me quería. Tuve que marcharme –sus manos siguen jugueteando con el agua mientras hablamos.
- ¿Marcharte? ¿Dónde? –sigo indagando.
- Con otro Amo.
La historia empieza a tener sentido. O más bien, a parecerse a lo que hemos podido indagar hasta ahora. Leila se marchó de casa, abandonó a su marido por otro hombre. El hombre que murió.
- ¿Y dónde está ese Amo ahora, Leila?
- Ese Amo también se marchó, señor. Por eso tuve que venir a buscarle.
- ¿A mí?
- Sí. Todos me han abandonado. Estoy sola. Quería volver a encontrarme con mi Amo y tuve que volver. Ahora ya estoy con mi Amo. Ahora estoy bien –a través del reflejo veo correr las lágrimas por sus mejillas-. Este es mi sitio, con mi verdadero Amo.
- Así es Leila, aquí estarás segura.
En silencio, le aclaro el pelo, otra vez negro y brillante. No recuerdo haber tenido ningún momento de intimidad así con ella antes. Con cuidado la ayudo a salir de la bañera y la envuelvo en un albornoz, tapando su pelo mojado con una toalla. Leila se deja hacer, con la mirada perdida.
- ¿Por qué estabas escondida, Leila? ¿Por qué no me llamaste?
- Porque vi a la otra mujer. Entonces tuve miedo.
La otra mujer es Anastasia.
- Esa mujer estaba apoderándose de mi Amo.
- ¿Por eso compraste el arma?
- Yo sólo quería a mi Amo –su mirada se congela, llena de dureza cuando lo dice.
- No debiste hacerlo, Leila.
- ¿He hecho enfadar a mi Amo? –dice, con la voz quebrada.
- Sí. Me has hecho enfadar. Me has asustado –respondo con tono apaciguador pero firme, mientras le seco el cuerpo.
- Perdón, Amo. Perdóname –las lágrimas asoman de nuevo a sus ojos.
- Ahora no tienes que preocuparte por eso. Ya estoy aquí.
- Ya no estoy sola, ya no estoy sola –dice una y otra vez, como quien repite un mantra.