Ahí está. Ya lo tengo. Leila relaja su cuerpo, se deja dominar. Agacha la cabeza, los brazos lánguidos a lo largo del cuerpo. Ya puedo hacerme con ella.
- De rodillas –murmuro, reviviendo los miles de momentos en los que nuestros encuentros en el cuarto rojo que han empezado así.
Taylor y Anastasia miran en silencio desde el fondo de la habitación, retirándose hacia atrás a medida que yo me hago con Leila. Sus expresiones de incomprensión me resultan muy incómodas. Posiblemente ambos habrían preferido resolver esto llamando a la policía, a una ambulancia, a cualquier profesional que se hiciera cargo de una desequilibrada. Pero no es eso lo que Leila necesita. Leila necesita que alguien tome el control de las cosas por ella. Ha perdido completamente la capacidad de actuar, de reaccionar, de responder, y está sobrepasada por la vida. Un sumiso puede ponerse, por completo, en manos de su Amo, y eso es lo que Leila está pidiendo a gritos: que la libere de sí misma sometiéndola a mí.
Suelta la pistola, que cae al lado de sus rodillas cuando se agacha. Ahí está, completamente dócil. Recojo la pistola, y me la guardo en el bolsillo.
- Anastasia, espérame abajo con Taylor –ordeno. No quiero hacer esto más en público. No quiero que me vean así, que nos vean así. Estas cosas no deberían salir jamás del ámbito más privado y yo estoy utilizando el poder de la sumisión para hacer que una psicópata se rinda. Tanto Taylor como Anastasia ligarían estos comportamientos al sexo. Taylor no me preocupa demasiado, pero con Anastasia me puede traer problemas. No quiero que vea el poder que ejerzo todavía sobre ella.
- No sé dónde está Ethan –dice en voz baja, desesperada.
- Está abajo. Ve con Taylor –insisto, pero ella no se mueve. Sus ojos saltan alternativamente de Leila a mí. No sé si incrédula, fascinada, aterrada, celosa. No tengo ni la más remota idea de lo que está pensando ahora pero no la necesito aquí-. Por el amor de Dios, Anastasia, ¿es que no puedes hacer jamás lo que te dicen? ¡Márchate! –grito.
Ana sigue sin moverse. Con los labios temblorosos y la mirada acuosa hace un ademán de acercarse a mí. No puedo permitirlo.
- Taylor, lleva a la señorita Steele abajo –ordeno a mi chofer, que la tiene cogida por el codo antes incluso de que me de tiempo a terminar la frase.
- Ahora mismo, señor Grey.
- Salid de aquí. Llévala a casa, Taylor. Y a Ethan también. Salid de aquí.
- ¿Estarás bien, Christian? –Leila se revuelve y su respiración se acelera al oír que Anastasia pronuncia mi nombre. Necesito que salgan de aquí y que no estropee este momento con mi ex sumisa, porque podría volver a descontrolarse si vuelve a sentirse amenazada por Anastasia.
- Salid, ahora –digo, dando un paso más hacia Leila, colocándome justo delante, para que pueda ver mis pies. Noto que al escuchar los pasos que se alejan vuelve a respirar con tranquilidad-. Id al Escala y sin hacer ninguna parada por el camino.
Entiendo el miedo de Anastasia. Que me crea en peligro. Pero no lo estoy. Salen por la puerta, y vuelvo la mirada hacia Leila, que sigue arrodillada a mis pies, con las manos sobre los muslos, la gabardina enorme haciendo la forma de una flor sucia deforme, podrida. Pero el vínculo entre los dos toma más fuerza ahora que nos hemos quedado a solas. Saco mi BlackBerry y mando un SMS a Taylor.
* Localiza a Flynn inmediatamente. Que venga aquí. Ya. No quiero ni policía ni ambulancias. Sólo a Flynn. Cuanto antes.
Guardo el teléfono en el bolsillo de los pantalones y me quito la americana, dejándola sobre el sofá con la pistola en el bolsillo. Cuanto más lejos, mejor. Me acerco de nuevo a Leila.
- Puedes mirarme ahora –le digo.
Su rostro se alza hacia mí. Por Dios, está hecha un asco. Sucia, demacrada, con ojeras y las aletas de la nariz enrojecidas. El pelo grasiento le cae a mechones sobre la cara. Me sonríe con la mirada un poco perdida. Está fuera de sí. El teléfono vibra en mi bolsillo. Apuesto a que es Flynn. Necesito ganar tiempo hasta que llegue, necesito mantenerla apaciguada.
- No te has cuidado. Ya sabes que eso no me gusta. ¿Qué tienes que decirme a eso?
- Que lo siento, Amo –dice, volviendo a bajar la cabeza al suelo-. He sido mala.
- Así es. Muy mala. Pero lo podemos remediar.
- ¿Me perdonarás, Amo? –pregunta.
- Sólo si a partir de ahora vuelves a ser obediente. Ven, sígueme.
Leila se levanta del suelo y camina dos pasos detrás de mí por el apartamento de Anastasia en dirección al cuarto de baño. Más vale que se dé una ducha, tiene un aspecto completamente indigno ahora mismo. No quiero que nadie, ni siquiera Flynn, la vea así. Dios mío, ¿le he hecho yo esto? Se para frágil a mi lado, con los pies poco firmes sobre el suelo, como si le costara sostenerse por sí sola. Abro el grifo de la bañera y el agua caliente empieza a llenar de vaho el baño.
- Vamos a quitarte la ropa –le digo mientras el nivel del agua va subiendo.
- Sí, Amo –dice ella, dejándose hacer.
Debajo de la gabardina mugrienta lleva una especie de chándal negro, y una camiseta que tal vez fue blanca la primera vez que se la puso. La piel de sus manos está cubierta por una costra de suciedad. Recuerdo las manos de Leila, manos de artista, finas y delicadas. Y me castigo por haber dejado que llegara hasta aquí. Una vez desnuda la ayudo a entrar en la bañera.
- Voy a lavarte –le digo.
- Sí, Amo –responde.
En ese momento escucho un ruido en el salón.
- Espérame aquí. No te muevas. Volveré a terminar de enjabonarte.
- Sí, Amo.
Taylor está atravesando el umbral de la puerta.
- ¿Qué cojones haces aquí? Ya tendríais que estar en el Escala.
- Es la señorita Steele, señor Grey. No ha querido.
- ¿Cómo que no ha querido? –esto es el colmo.
- No, se encontró con su amigo, que todavía estaba en el portal, y se marcharon a tomar una copa. Parecía muy afectada, señor Grey.
- ¿Y por qué les has dejado? ¡Te dije que al Escala! –le reprendo, furioso.
- La señorita me dijo que ya podíamos aflojar la cuerda, que ya sabíamos dónde estaba Leila y que, por tanto, ella ya no corría ningún peligro.
- ¡Joder! ¡Es imposible encargaros nada! Primer aparece Leila aquí, después se marcha Anastasia… ¿es que no puedo confiar en vosotros para nada? ¿Por qué estás aquí y no les has acompañado? –exploto, frustradísimo.
- Yo… -Taylor duda, cosa que no suele hacer-, en el fondo pensé que la señorita Steele tenía razón y que tal vez aquí le sería de más ayuda.