Capítulo 35.15

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Se tapa la cara con el papel de los horarios para ocultar su rubor. Yo no puedo evitar sonreír. Es tan dulce…

Mi teléfono vibra en el bolsillo, justo cuando llegamos a la puerta del apartamento de Anastasia y Kate, y Taylor se detiene. Le hago un gesto a Anastasia con la mano para que me espere.

- Grey –respondo-, ¿qué ocurre, Ros?

- Disculpa que te llame a estas horas, pero creo que tenemos un problema de patentes.

- Se trata de la Universidad de California. Creo que han pensado que han cedido los derechos del teléfono demasiado rápido. No debían esperar que su bebé creciera tanto.

Anastasia se revuelve nerviosa a mi lado, mirando por la ventanilla. Al final llama mi atención con dos dedos y me dice algo en un susurro para no interrupirme.

- Voy a subir al apartamento a buscar a Ethan –dice mientras señala con el dedo las ventanas de su piso-. Bajo enseguida, no tardaré ni dos minutos –y me guiña un ojo antes de salir.

Cierra con suavidad la puerta del coche y corre hacia el portal. La veo tocar el telefonillo mientras, al otro lado de la línea, Ros sigue contándome que los abogados de la universidad están peleando por un porcentaje de las patentes, por lo que el lanzamiento del teléfono se retrasará. No estoy dispuesto a ceder ni una parte de lo que es mío, y menos aún cuando los tratos se cerraron hace varios meses y todas las partes estaban de acuerdo.

- ¡Soy yo! –me parece entender que dice Anastasia cuando alguien responde al otro lado del interfono. La puerta se abre, y Ana pasa.

Ros quiere saber qué tiene que hacer.

- Está bien, pásale toda la documentación al departamento legal y que se ocupen ellos. Yo me encargaré de llamar a la universidad de Washington para contárselo en persona.

- ¿Crees que llegará la sangre al río? –me pregunta Ros, visiblemente inquieta.

- No. Pero es mejor que no tengamos ninguna sorpresa. Hablamos luego.

- Está bien. Hasta luego.

Es el mismo problema de siempre. Nadie quiere arriesgarse a invertir, a montar nuevos equipos de investigación, pero una vez que los resultados son buenos todo el mundo quiere apuntarse el tanto. Metido en estos pensamientos pasan los minutos, hasta que empiezo a inquietarme. ¿Por qué tarda tanto en bajar? Me ha dicho que sólo dos minutos, y en recoger a Ethan no debería estar demorándose tanto.

- Señor Grey –dice Taylor girándose desde el asiento de adelante-. ¿No es ése el señor Kavannagh?

Miro a través del cristal en la dirección que mi indica Taylor. Un chaval de unos veinte años se acerca mirando los números de los portales con aire despistado. Lleva la misma mochila, lleva la misma ropa, el mismo peinado sin peinar… y saca del bolsillo las llaves de Ana.

- ¡Joder! –grito mientras salgo del coche a la carrera, y Taylor hace lo mismo. Kate está fuera de la ciudad, y nadie más que Ana tiene llaves… por eso tenía que dejárselas a Ethan. Y si Ethan no estaba en el apartamento, la persona que ha abierto tiene que ser… Joder, tiene que ser Leila.

Nos lanzamos hacia el portal de Anastasia en el mismo momento en el que Ethan busca la llave para abrir.

- ¡Aparta! –grito empujándole por el hombro para dejarnos el camino libre.

- ¡Eh! ¿Qué coño haces? ¡Cuidado! –exclama Ethan, casi cayéndose sobre su mochila a nuestro paso.

Ni Taylor y yo nos molestamos en contestar. Atravesamos el vestíbulo en penumbra con el corazón latiendo a mil por hora. Nuestros pasos resuenan en el suelo de baldosas, atropellados.

- ¡Voy delante, señor! –dice Taylor tratando de frenarme.

- ¡No! –sigo mi carrera y me lanzo escaleras arriba.

- Puede ser peligroso –insiste Taylor.

- ¡No me importa una mierda! ¿Entiendes? ¡No me importa una mierda! Anastasia puede estar en peligro, ¡tengo que darme prisa! –respondo sin dejar de correr escaleras arriba en ningún momento.

Joder, Leila, la pistola, Anastasia en el apartamento con ella… Todo esto ha sido un error. Nunca debería haber permitido que subiera sola a casa. ¿Por qué cojones no lo he pensado antes? ¿Por qué en la cámara de la entrada del edificio no se ha registrado nada? Sawyer lo habría sabido, y yo también. Ha tenido que volver a entrar por otros medios, igual que cuando se coló en mi casa. Tenía un mal presentimiento esta mañana y no me equivocaba. Leila está armada y a solas con Anastasia… Si es que aún no ha disparado. Habríamos oído el disparo, pero podría tener un silenciador puesto. Corre, Christian, corre, me digo a mí mismo tratando de apartar esos pensamientos de mi mente. Puedes salvarla si corres, Christian.

Todo mi cuerpo se mueve en bloque, presa de la tensión. Jamás me he sentido tan fuerte, tan capaz de todo. Mi mano vuelva sobre el pasamanos, mis piernas suben veloces, mi cerebro lucha por no anticipar nada de lo que pueda estar ocurriendo allá arriba. Cuando llegamos a la puerta miro a Taylor, que asiente. Nos lanzamos a la vez sobre ella usando los hombros como ariete. Al unísono. La cerradura salta y se produce un ruido sordo cuando la hoja de madera choca contra la pared.

Los ojos de Anastasia se clavan en los míos con una mezcla de alivio y desesperación. ¡Está viva! Está viva. Al otro lado de la cocina Leila está de pie, sosteniendo un revólver con la mano izquierda y haciendo caracoles con un dedo en su pelo sucio. Nos mira con los ojos abiertos, como platos, cuando entramos. Parado en la puerta, siento el aliento de Taylor en la nuca. Le escucho llamar por teléfono, avisar a Sawyer, pedir ayuda. Levanto la mano para indicarle que no lo haga. Sé cómo controlar esto. Sé manejar a Leila.

Anastasia sigue firme, hierática, a medio camino entre Leila y yo. Me muevo un poco hacia mi derecha liberándome el camino. Necesito conectar con mi ex sumisa, que agarra el arma con las dos manos y la empuña con fuerza. Me reta con la mirada. Dios, me cuesta reconocer a la Leila que conocí en este ser fantasmagórico, pálido y sucio que tengo frente a mí. Parece aún más pequeña, con esa gabardina marrón gigante. Pero hay algo en ella que sigue siendo la esencia de la mujer que una vez conocí y dominé. Y la única forma de conseguir redimirla ahora mismo es recuperar ese espíritu de sumisa. Tengo que volver a ser su Amo. Tengo que hacer que me obedezca, y lo hará.

Abro las piernas ligeramente y apoyo los puños en mis caderas, sin dejar de sostener su mirada. Mi posición en este momento es intimidante para ella. Y, aún así, aguanta unos segundos más clavándome los ojos. Pero sé por qué está aquí. Leila quiere recuperarme, quiere recuperar al Amo que perdió, y si piensa que lo ha hecho, obedecerá. Finalmente, ladea la cabeza, en un gesto casi tierno, a punto de ceder. Aguanto. Aguanto sin moverme hasta que baja los ojos, volviendo a esa conexión que siempre tuvimos. Leila fue mi sumisa el tiempo suficiente como para saber cuándo quería yo entrar en acción.

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