Capítulo 35.14

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Conecto en la pantalla principal esa cámara cruzando los dedos para que Anastasia baje a darle las llaves y no suba Ethan hasta su planta. Una joven está sentada detrás de un mostrador, hablando con el que será Ethan. Lleva una mochila gastada, y un aspecto un poco desarrapado. Supongo que se creerá sexy, o moderno, o algo así. Me tranquiliza ver que la recepcionista le dice algo y él se sienta en un sillón al lado de la puerta. Pocos segundos después se abren las puertas del ascensor y aparece Anastasia, que corre hacia él. Ethan se levanta y se dan un enorme abrazo. Siento cómo mis puños se cierran con fuerza. Suéltala, cabrón. Suéltala. Es mía. Por fin se separan y Ana le da un manojo de llaves, señalándole dos de ellas, supongo que la de la puerta de la calle y la del apartamento. Charlan unos minutos más, se ríen, y al final se marcha. Anastasia se despide de él con un beso en la mejilla, y vuelve hasta el ascensor. Ethan se va. Desconecto el sistema de seguridad.

Me recuesto en el asiento, pensando en la tarde que me espera. En lo poco que me apetece irme a tomar copas con este chaval, o con Kate, si es que está en la ciudad, que aún no he conseguido aclararme. Preferiría tomar algo rápido, en casa, y tomar a Anastasia despacio, después.

Aún tengo un par de horas hasta que tenga que salir a buscar a Anastasia. Voy al despacho de Ros a poner en marcha el lanzamiento del prototipo del teléfono solar. Si los investigadores de UCLA siguen cumpliendo con los plazos, estaremos listos para tenerlos funcionando, aunque en versión de prueba, antes de que termine el verano. Es una gran noticia. Por su parte, el equipo de Vancouver ha enviado también el software que van a llevar los teléfonos, incluso antes de lo previsto. Pero cuando llego a su oficina Ros me espeta:

- ¿Tu novia? Pasa, siéntate –sonríe y señala la butaca frente a su mesa.

- No he venido aquí para hablar de eso –respondo, sentándome.

- Ya supongo que no, pero tal vez me merezco algo más de información que los seis desconocidos de California. ¿No te parece?

- No, no me lo parece.

- Vamos, Christian –rezonga ella-, hace años que trabajamos juntos y no sólo es la primera vez que hablas de una novia, sino ¡que la tienes! –hace un gesto de clamar al cielo con las manos mientras lo dice.

- Supongo que tú también eras de las que pensabas que yo era homosexual.

- En absoluto. A los empleados de Grey Enterprises Holdings no se nos permite pensar en la vida personal del todopoderoso Presidente.

- ¿Acaso te crees que no sé que hablas con mi madre más que conmigo? –le digo, sabiendo que a Grace Ros le cae fenomenal, y que siempre que viene por aquí pasa a saludarla antes de entrar en mi oficina.

- Te equivocas, esa es Andrea –dice con una sonrisa.

- Pero por motivos estrictamente logísticos: Andrea responde mis llamadas.

- Bueno, no vas a contarme nada, ¿no? –se rinde al fin.

- No.

- Está bien, entonces trabajemos.

En una hora y media hemos dejado listos todos los papeles de las patentes, y por fin puedo salir a buscar a Anastasia. Taylor me recoge en la puerta, y vamos a la SIP. Por el camino me cuenta que no hay noticias de Leila. Ninguna. Su rastro está totalmente perdido. No ha usado sus tarjetas de crédito, no ha llamado a nadie, ni hay registro de ninguna recaída en los hospitales del estado. No sabemos nada nuevo, dice. Un mal presentimiento me invade… Siguen pasando los días y que Leila no esté haciendo nada me preocupa. O está a punto de lanzar su ofensiva o se ha rendido y vuelto a casa. Pero lo dudo mucho. Flynn también opina lo mismo. Los cuadros como el suyo no se resuelven sin una explosión. Y me temo que esa explosión esté al caer.

Llegamos a la puerta de la oficina un poco antes de las seis. Llamo a Anastasia para que se prepare y baje.

- Anastasia Steele –responde jovial.

- Aquí el señor rudo y enfadado llamando desde la puerta de su oficina.

- ¡Oh! Aquí la loca insaciable por el sexo. ¿Ya estás aquí? ¡Llegas pronto!

- Es que estoy deseando verla, señorita Steele.

- Yo también –dice cariñosa-, enseguida bajo.

A las seis en punto, ni un minuto más, aparece Anastasia por las puertas de la SIP. Está radiante, sonriente, con el pelo suelto y la chaqueta en la mano. Otra vez esa sensación de familiaridad, de saber que cuando ha salido de mi casa llevaba esa ropa. Porque ha dormido conmigo, se ha despertado conmigo… Porque tal vez mi casa sea la suya. No veo el momento de recoger sus cosas del apartamento, acabar con esta cena cuanto antes y volver al Escala.

- Estás tan fascinante como esta mañana, Anastasia –y es verdad… Ese look tan sofisticado le sienta de maravilla. Infinitamente mejor que los andrajos que se ponía cuando la conocí.

- Gracias –musita, acercándose a mí hasta que puedo abrazarla y besarla. En plena calle. Delante de Taylor. Delante de toda la ciudad. Anastasia es mía.

- Tú también estás para comerte –bromea.

- ¿Nos vamos a buscar a tu amigo? –le pregunto.

- ¡Sí! Vámonos, hace y un buen rato que vino a por las llaves –lo sé, lo vi en las cámaras-, seguramente esté acomodándose.

- Usted primero, señorita –le digo, abriéndole la puerta del asiento trasero para que pase.

Taylor y ella se saludan casi tímidamente, la reprimenda les vino bien. Estoy más cómodo así.

- ¿Qué tal tu día, señor Rudo y Enfadado? –me pregunta acomodándose en el asiento.

- ¡De maravilla! El prototipo del teléfono solar estará en el mercado antes de tres meses. Hemos conseguido poner de acuerdo a los equipos de UCLA y de la WSU de Vancouver para que fusionen sus tecnologías y el resultado es espectacular.

- ¿Revolucionario? –me pregunta, con una mirada de que no está entendiendo nada más que la terminología básica.

- Exacto –le concedo, para que no se sienta mal-. ¿Y el tuyo?

- Nada del otro mundo –responde-, Jack me tiene todo el día haciendo recados –suspira cuando lo dice-, pero me ha dado también un montón de manuscritos para que revise y resuma los primeros capítulos de los que yo considere que merecen la pena.

Decido cambiar de tema. El asunto de Jack me crispa los nervios. Ese gilipollas me pone al límite de mi paciencia. Saco del bolsillo la hoja con los horarios de Claude y se la entrego.

- ¿Qué es esto? –me pregunta, abriéndola.

- Son las horas que Claude, el entrenador personal, tiene libres esta semana.

- ¿Así que iba en serio? –me pregunta divertida.

- Por supuesto. Le he dicho que te haga sudar, y que esté preparado para enfrentarse a un combate de kick boxing. Que tenga cuidado contigo porque eres una experta –bromeo.

- ¡Christian! ¡Dime que no le has dicho eso! –dice azorada-, qué vergüenza…

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