Con el desastre sobre la mesa resuelto, aviso a Ross. Tal vez es hora de ponerme al día seriamente con los asuntos de esta semana. Pero me responde que todo está en orden y que cuánto más voy a tardar en presentarme a la reunión con los investigadores de UCLA. ¡Mierda! Lo había olvidado completamente y, al llegar y decirle a Andrea que no quería que nadie me molestase, no me han avisado de que ya estaban aquí. Cojo un par de papeles de encima de la mesa, sólo por no llegar con las manos vacías a la reunión, y me dispongo a salir. Siempre, después de comprobar que llevo la BlackBerry en el bolsillo y que está en modo vibración. Bajo ningún concepto quiero que Anastasia intente ponerse en contacto conmigo y no me lo diga. Aunque sólo sea para decirme que está cachonda. Mejor dicho, especialmente si es para decirme que está cachonda.
La reunión va sobre ruedas, y hasta me resulta amena. Por fin he podido desconectar un rato del único y recurrente pensamiento de estos días. Los únicos dos, más bien. Anastasia por un lado, y su seguridad, es decir, Leila, por el otro. Los tipos de California están diseñando un pequeño dispositivo que colocado sobre la batería de los teléfonos móviles permite que se carguen con energía solar incluso en condiciones meteorológicas adversas. Estoy francamente contento, y orgulloso del producto que vamos a lanzar al mercado. Han traído, incluso, un prototipo que está en las últimas fases de construcción. Fantástico.
Mientras están haciendo la demostración práctica mi teléfono vibra en el bolsillo. Lo saco sin ninguna discreción para ver quién es. Al fin y al cabo la empresa es mía. No tengo por qué disimular, y el silencio se hace a mi alrededor. Es Anastasia.
- Disculpadme un momento, muchachos, tengo que responder esta llamada –digo sosteniendo la mirada de Ross, que levanta una ceja incrédula. Mientras salgo por las altas puertas de cristal de la sala de reuniones siento todas las miradas clavadas en mi espalda, y un murmullo se levanta a medida que me alejo.
- Anastasia, ¿qué tal?
- Hola, Christian –responde, con su voz dulce-. Jack me ha pedido que salga a comprarle algo para almorzar.
- Ese tipo es un vago, un cabrón holgazán -¿es que no tiene una secretaria para eso? ¿O dos piernas para salir a la calle y comprárselo él? Pero no digo nada más, no quiero empezar un enfrentamiento por teléfono.
- Así que voy a salir un momento a comprarle algo. Y… -duda un momento antes de seguir-, igual es más fácil que me des directamente el número de teléfono de Sawyer, visto que es él quien me vigila. Así no tendría que molestarte en tus horas de trabajo.
- Tú nunca molestas, nena –el que molesta es el cretino de su jefe. Qué poco va a durar…-. ¿Dónde vas a ir a comprarlo?
- Aquí al lado hay un restaurante que prepara comida para llevar. Le compraré algo rápido sin alejarme más de doscientos metros, Christian. Apenas tengo que cruzar una calle.
- Me alegra oírlo. De todos modos Sawyer estará allí todo el tiempo.
- ¿Estás en el despacho?
- No, de hecho estoy en la sala de conferencias con seis ingenieros de la Universidad de Los Ángeles que se están preguntando con quién estaré hablando… Deberías ver cómo me miran.
- ¿En serio? –pregunta atónita.
- Y tan en serio. Espera –abro otra vez la puerta y asomo la cabeza dentro de la sala de reuniones otra vez. Los ojos de todos están clavados en mí. Divertido, les digo –disculpad la interrupción, es mi novia- y vuelvo a cerrar la puerta.
- Es probable que pensaran que eras gay, y por eso te miran extrañados –me espeta, divertida.
- Sí, probablemente es eso.
- Escucha, Christian, tengo que colgar.
- Muy bien nena. Ahora mismo aviso a Sawyer. Pero sabes que no es tu trabajo comprarle la comida a ese vago, ¿verdad?
- Basta, Christian, por favor.
- Está bien. Oye –de repente recuerdo que el hermano de Kate tenía que llamarla-, ¿te ha llamado ya el hermano de tu amiga?
- Aún no, señor Grey. Y además no tiene de qué preocuparse, le prometo que usted será el primero en enterarse cuando me llame.
- Así me gusta, nena. Hasta luego.
- Ciao, Christian –se despide.
Les hago un gesto a los ingenieros y a Ross para que prosigan ellos. Yo ya no tengo mucho más que ver allí dentro, y de los detalles técnicos no tengo nada que aportar. Se ocuparán ellos. Vuelvo hacia mi despacho y telefoneo a Sawyer.
- Sawyer –responde al primer tono
- Soy Grey. La señorita Steele va a salir del edificio.
- ¿Quiere que la lleve a su casa, o a su apartamento del Escala, señor Grey? –pregunta.
- Ninguna de las dos cosas, por desgracia. El gilipollas de su jefe la ha tomado por una recadera y le ha pedido que le lleve el almuerzo a la oficina.
- ¿Quiere que la acompañe en el auto?
- No será necesario, me ha dicho que irá al lado del edificio de las oficinas de la editorial, es mejor que la sigas a pie.
- ¿A distancia, jefe?
- Un poco, pero no demasiado. No quiero que se agobie, pero ya sabe que estás allí, así que no hace falta que seas la discreción en persona. De hecho, no. Ve con ella. Dale conversación, mantente cerca. Y, otra cosa.
- ¿Sí, jefe? –insiste.
- No me llames jefe. Nunca más. Me haces parecer un maestro de obra y a ti un albañil.
- Está bien, señor Grey.
- Gracias. No la pierdas de vista Sawyer, ni un segundo.
- Descuide, jef… señor Grey. No lo haré.
- Bien. Llámame en cuanto vuelva. Sawyer, ¿alguna noticia de Leila?
- No, ninguna. Por ahora.
- Bien. Mantén los ojos abiertos.
Cuelgo el teléfono, inquieto. No me hace ninguna gracia que Anastasia tenga que salir del edificio, y mucho menos para hacerle de niñera al imbécil de Jack Hyde. En cuanto se haga pública la compra de la editorial le pondré de patitas en la calle. Me ocuparé de destruirle. De vengar cada una de las cosas que le está haciendo a Anastasia, las humillaciones a las que la somete. Tocarla, acercarse demasiado, mandarla a por comida… No sé bien quién se ha creído que es este gilipollas, pero conmigo cerca no llegará muy lejos. Noto que necesito descargar toda mi adrenalina. Que tengo que desfogarme. Cojo una bolsa del gimnasio que tengo siempre en la oficina y le digo a Andrea que volveré después del almuerzo.
- Taylor –le digo a mi chofer cuando responde al teléfono.
- Recógeme en la puerta de la oficina. Voy a ir al gimnasio.
- En un minuto, señor Grey.