- No creo que tenga que sentirme orgulloso o no, doctor Flynn. Soy el dueño de la editorial y se trata de una decisión comercial. Está pasando por un mal momento económico, y yo estoy recortando gastos.
- Señor Grey, si ha venido aquí a engañarse a sí mismo le sugeriría que dejásemos ya la sesión de hoy. Ninguno de los dos tenemos tiempo que perder.
Flynn tapa la pluma con la que estaba escribiendo y, con parsimonia, la deja encima del bloc sobre la mesa. No bromea. Lo sé. Sé también que no estoy contándole la verdad.
- No soporto pensar en ella en brazos de otro hombre –admito, al fin, y Flynn vuelve a tomar la pluma que había abandonado en la mesa-. Me repugna. Me cabrea. Me entristece.
- ¿Le ha dado algún motivo para pensar que quiere ir a los brazos de otro hombre? Es decir, ¿hay alguna razón para que piense que sus temores son fundados?
Trato de explicarle a Flynn que no es exactamente lo que hace Anastasia, sino cómo acaba girando el mundo alrededor de su persona cuando uno menos se lo espera. El baile benéfico de la otra noche, la conversación con Taylor, la cercanía extrema que siento que tiene con cualquiera, en cualquier momento.
- ¿Teme por ella, señor Grey, o por usted?
- Temo… tempo por mí. Temo por los dos. Temo por ella porque no quiero que sufra, que se aprovechen de ella, que le hagan daño… Como ella me lo hizo a mí.
- ¿Teme que pueda volver a hacerle daño?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque siento que escapa a mi control. Que su voluntad, su cabezonería es mayor que su sentido común. Y cada vez que trato de evitar que cometa una estupidez levantamos las heridas de siempre.
- Tal vez ése sea el problema, señor Grey. La señorita Steele no es una niña. No necesita que nadie evite que ella cometa estupideces.
- Pero sería más fácil si me dejara hacer las cosas a mi manera.
- Entonces no sería ella, señor Grey. Piénselo.Trate de hablar con ella de igual a igual, señor Grey. Trate de entender sus razones de la misma manera que usted pretende que ella entienda las suyas.
- Pero las suyas no son razonables.
- Señor Grey, así no vamos por buen camino.
- Es cierto. Está bien. Lo intentaré.
- ¿Qué hay de lo que le pedí la última vez? ¿De la confianza?
Flynn me pidió la semana pasada que tratase de ser menos celoso de mi cuerpo. Más generoso. Que perdiera el miedo a que Anastasia entrara en mi vida, en todos los ámbitos, incluyendo el físico. Que me dejara tocar para así frenar la frustración que produce en toda relación sexual el impedimento de tocar al otro.
- Creo que hemos hecho algún progreso.
- ¡Cómo me alegra escuchar eso! Soy todo oídos.
- Encontré la forma… más o menos. Trazamos una línea sobre mi pecho, delimitando la zona en la que no soy capaz de gestionar el contacto. Para establecer los límites, para poder sentirme seguro –digo, evitando los detalles del lápiz de labios rojo.
- ¿Y funcionó? –pregunta, con sincera curiosidad.
- Podríamos decir que sí.
- ¿Cómo se sintió?
- Desnudo. Mucho. Vulnerable. Sentí frío. Era como si el aire a mi alrededor estuviera congelado… -recuerdo los sudores fríos y mis puños apretados-. Me asaltaban imágenes de otros tiempos cuando cerraba los ojos.
- ¿Qué imágenes, señor Grey?
- Las del cabrón que iba con mi madre. Las de los cigarrillos acercándose a mi cuerpo desnudo, sus manos golpeando mis costillas.
- ¿Y qué hizo para dominarlas?
- Abrir los ojos. Forzarme a mirar a Anastasia.
- Eso está muy bien, señor Grey. Creo que estamos haciendo enormes progresos. Siga por ese camino.
Cuando la sesión termina tengo la cabeza llena de preguntas sin respuesta. No sé para qué pago a este hombre, si salgo siempre más confundido de lo que he entrado. Y con deberes, como un muchacho de escuela. ¿Grandes progresos? El fin de semana ha sido una sucesión de peleas sin sentido, una detrás de la otra. De sustos, de encuentros sexuales en los que descargamos toda la rabia transformándola en pasión, canalizándola hacia lo más carnal. Flynn dice que es mi forma de enfrentarme a las relaciones, al contacto con el otro. Que sólo así soy capaz de acercarme a alguien. Por eso Elena ha sido mi amiga tanto tiempo, por eso Anastasia es la mujer que necesito tener cerca.
Taylor está en la calle cuando salgo.
- Señor Grey, Anastasia abandonó el edificio de la SIP hace treinta minutos.
- ¿Cómo? –grito, colérico.
- Fue a una tienda a un par de manzanas para comprar algo de comida, y volvió. Estuvo fuera de las oficinas apenas quince minutos.
- ¿Y por qué no se lo habéis impedido?
- Porque las órdenes eran no dejarse ver, señor Grey. Sawyer la ha seguido y no la ha perdido de vista ni un segundo, no había de qué preocuparse.
- ¡Joder! –golpeo con fuerza el capó del Audi-. ¡Tenéis que avisarme de estas cosas, Taylor! ¿Es que no he sido suficientemente claro?
- Lo lamento, señor Grey. No volverá a ocurrir.
- Llévame a la oficina de vuelta. Joder.
En el asiento trasero, levanto la mampara que separa mi asiento del de Taylor. Quiero un poco de privacidad. Saco mi BlackBerry y le doy a Anastasia un voto de confianza. Si me ha avisado de que iba a salir, un e mail, una llamada, un mensaje, algo… Pero no hay nada. Si tan sólo hubiera hecho el amago de avisarme, podría pasárselo. Pero me ha mentido, a salido de su despacho a sabiendas de que se lo había prohibido específicamente. Y me lo ha ocultado. Marco el número de su oficina y respiro dos o tres veces profundamente antes de que su voz responda al otro lado de la línea.
- Despacho de Jack Hyde, al habla Anastasia Steele.
- Me aseguraste que no ibas a salir del edificio –la interrumpo con voz grave.
- Christian –murmura, sorprendida-. Es que Jack me envió a comprarle comida para el almuerzo. No podía decirle que no. Además, ¿cómo lo sabes? ¿No me tendrás vigilada? –su tono va subiendo de nivel.
- Por supuesto que sí, Anastasia. Y por esto es por lo que no quería que volvieras al trabajo.
- Christian, por favor, no te comportes así, no seas tan agobiante.
- ¿Agobiante yo? –no doy crédito a sus palabras.
- Sí, Christian, agobiante –responde Anastasia con un suspiro-. Tienes que dejar de hacer estas cosas. Ya lo hablamos esta noche, ¿de acuerdo? Por lo visto alguien –recalca ese alguien, por si necesitaba ayuda para saber a quién se refería- ha cancelado mi viaje a Nueva York, así que por desgracia voy a tener que quedarme trabajando hasta tarde.
- Ana, yo no quiero que te sientas agobiada –replico, sinceramente. Las palabras de Flynn vuelven frescas a mi mente.
- Pues lo haces, Christian. Me agobias. Y ahora tengo que dejarte, tengo mucho trabajo que hacer. Hablaremos esta noche.