Una vez que el barco está amarrado en el muelle apago el motor de a bordo.
- Ya hemos llegado, nena.
- Gracias –responde ella, tomando mi mano para bajar del catamarán-. Ha sido la tarde perfecta.
- Sí, yo también lo creo. Tal vez deberías apuntarte a la escuela náutica, y así salir a navegar solos tú y yo –Mac aparece en ese momento desde dentro del barco-. Ya me entiendes –le guiño un ojo.
- Me encanta la idea, Christian –responde a mi guiño con otro-. Podríamos entrar y salir del camarote una y otra vez sin preocuparnos de que el resto de la tripulación vuelva a bordo.
- Estoy deseándolo, Anastasia –muerdo el lóbulo de su oreja. Cuánto tenemos por delante-. Vámonos, Taylor me ha asegurado que el apartamento ya es un lugar seguro.
- ¿Ahora? Pero, ¿y las cosas que hemos dejado en el hotel?
- Oh, vamos, nena. Las recogió Taylor esta mañana. Después de haberse asegurado de que el Grace estaba seguro. ¿Acaso pensabas que las iba a dejar allí?
- Madre mía –dice con tono incrédulo-. Pero, ¿cuándo duerme ese hombre? Da la sensación de que está veinticuatro horas al día de servicio. A tu servicio, más bien.
- Tranquila, que duerme. Simplemente cumple con su deber, y además lo hace a la perfección. Es una gran suerte contar con Jason en mi equipo personal.
- ¿Jason? –pregunta Anastasia, y me doy cuenta de que tal vez nunca he mencionado su nombre de pila.
- Jason Taylor –Ana arquea una ceja, con gesto de sorpresa, y sonríe. Otra vez esta familiaridad que noto entre ellos desde el principio-. Le aprecias, ¿verdad? A Taylor, digo.
- Sí, supongo que sí –lo que me temía-. Pero no me siento atraída por él, si eso es lo que te preocupa. Déjalo ya, no pongas esa mala cara, Christian. Simplemente opino que Jason cuida muy bien de ti, y por eso me gusta. Me parece que inspira confianza, que es amable y leal. Me gusta que rodees de gente así. Digamos que lo aprecio en un sentido paternal.
- ¿Paternal? –su respuesta me confunde, su voluntad de cuidar de mí más allá de los límites que yo conozco, que son los que se pueden comprar con dinero, me dejan siempre sorprendido.
- Sí, Christian. Paternal. Oh, vamos, por favor, ¡madura un poco! –estalla en una carcajada sincera, de ésas que descargan de tensión y, milagrosamente, hace efecto.
- Lo intento, lo intento.
- Se nota mucho –gira los ojos hacia arriba, poniéndolos en blanco. Hummm… Los ojos en blanco, los castigos, mi piel contra la suya…
- Me trae tan buenos recuerdos verte hacer ese gesto, Anastasia.
- ¿Ah sí? –me dice, saltando de la cubierta superior a la inferior-, pues si te portas bien es posible que luego revivamos alguno de esos recuerdos preciosos.
- ¿Portarme bien, yo? –Anastasia entra de nuevo en mi juego de control, de imposición, de amenazas de castigos. Me pone tremendamente cachondo-. ¿Y qué es lo que te hace pensar que quiera revivir esos momentos?
- Pues seguramente que, cuando te lo he dicho, te brillaban los ojos como si fueran luces navideñas.
- Me conoces muy bien, nena –me conoce tan bien que es capaz de leer en mis ojos. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo en los suyos y salvar el abismo que me supone de vez en cuando lo críptico de sus reacciones.
- ¿Sabes? Me gustaría conocerte mejor.
- Y a mí conocerte a ti, Ana. Vamos.
Saltamos al pantalán y de ahí al muelle, donde la multitud empieza a dispersarse buscando otros barcos que atracan después de ver caer el sol sobre la bahía. Mac salta a tierra detrás de nosotros.
- Gracias por todo, Mac –le digo, estrechándole la mano.
- Ha sido un placer, como siempre, Señor Grey. Señorita Ana, encantado de haberla conocido. Ha sido un placer.
- Igualmente –replica Anastasia, estrechando su mano-. Que tengas una buena tarde, Mac.
La tomo de la mano y caminamos por el muelle en dirección al paseo marítimo. Un escalofrío sacude a Anastasia, y es que el aire de la tarde es más denso aquí, cerca del agua. La humedad hace bajar la sensación térmica. Paso un brazo sobre sus hombros y abrazados caminamos hasta la salida del club náutico, al SP, donde hemos dejado el coche esta mañana.
- Christian –dice de pronto, con su tono curioso que presagia siempre alguna pregunta complicada-, ¿de dónde es Mac? No soy capaz de ubicar su acento.
- Es irlandés –respondo, aliviado de que la respuesta sea tan sencilla-. Es del norte de Irlanda.
- ¿Sois amigos?
- ¿Amigos? No, Ana. Mac trabaja para mí, colaboró en la construcción del Grace.
- ¿Tienes muchos amigos? –dice acariciándome la mano que reposa sobre su hombro, como para consolarme con una caricia la respuesta que ya sabe.
- Lo cierto es que no –respondo con gravedad. Para Anastasia los amigos son un pilar fundamental y en mi vida el único pilar ha sido mi tesón. Hay un abismo entre nosotros en muchos temas, y éste es uno de ellos-. Dedicándome a lo que me dedico no es fácil cultivar las amistades. Mi única amiga es… -me callo. No puedo terminar la frase sin desencadenar un maremoto. No puedo mencionar a Elena, así que decido cambiar de tema-. Se ha hecho un poco tarde, ¿tienes hambre?
Anastasia asiente por toda respuesta. Sus ojos grises, clavados en los míos hace un momento, buscan el suelo ahora. Lleva la cabeza gacha pero sigue acariciándome la mano que le sostengo sobre el hombro.
- Podemos cenar cerca de donde dejamos el coche esta mañana.
Caminamos en silencio, sumidos en nuestros pensamientos. Más bien ella en los suyos, yo tratando de navegar por ellos para poder enfrentarme a este tipo de cosas que me hacen sentir un marciano. ¿Por qué le perturba tanto que mi estilo de vida no haya sido como el suyo? Tendencias sexuales aparte. Yo no he sentido el cariño de la amistad, al menos no hasta que conocí a Elena. Y sé que ella no opina que la nuestra sea una amistad sana. Dejó muy claro lo que pensaba, que era una acosadora que prácticamente me violó. Y no encontraré la forma de convencerla de lo contrario. Ni Taylor, ni Ross, ni Gail, ni Mac, nadie. Ninguno de mis colaboradores son mis amigos. Nunca he querido que lo sean. Nunca lo he necesitado. ¿Para qué necesita la gente un amigo? ¿Para qué? A mí la gente siempre me ha tratado con hostilidad. Mi madre, cuando era sólo un niño, en la casa de acogida, cuando rompían mis juguetes, las pocas cosas que tenía... Aquella foto que me regaló Grace…, en el colegio me rehuían y en la universidad me temían. Ahora soy el dueño de la empresa más grande de toda la costa oeste de los Estados Unidos y levanto casi tantas envidias como respeto. Y nunca, nunca, he necesitado de nadie para llegar al lugar en el que estoy ahora. La gente me teme. Me admira. Me envidia. Y yo lo controlo bien así.