Recalcando mis intenciones para con ella, si no se levanta pronto, le propino un buen azote en las nalgas.
- ¡Agh! –chilla ella, riendo– Estaba empezando a preocuparme.
- ¿Ah, sí? Sabes, Anastasia, emites señales contradictorias… ¿Cómo voy a poder seguirte el ritmo? –es buena señal, en el fondo no todo del Christian que no ha visto hoy le disgusta-. Has ahora, nena. No tardes.
Recojo del suelo el chaleco salvavidas. Lo necesitará de nuevo en breve. Saliendo del camarote saco del bolsillo de los pantalones vaqueros mi BlackBerry, y veo que el piloto de aviso de mensajes está parpadeando. Taylor ha llamado dos veces, y hay un mensaje.
· Novedades, señor Grey. Llámeme cuando pueda.
Mac se acerca en la lancha y me saluda con la mano, y me acerco a ayudarle a fijarla al casco del barco. Ágil, salta a bordo.
- Buenas tardes, señor Grey.
- Hola, Mac. Nos marchamos, prepáralo todo.
- Ahora mismo, señor Grey.
Subo al puesto de mando y pulso la tecla de marcado rápido para llamar a Taylor.
- Soy Grey.
- Señor Grey, ha habido novedades. Hemos descubierto cómo entró la señorita Williams en el edificio.
- Fantástico. Dime.
- Accedió a su apartamento a través de la escalera de incendios –dice, con todo grave.
- ¿La escalera de incendios? –pregunto, incrédulo-. Joder, hay una puerta con cerradura Taylor, no es posible. Simplemente no es posible.
- Ya lo hemos pensado, señor Grey. Se trata de una llave que solamente tiene el portero del edificio, y la lleva encima.
- ¿Han hablado con él?
- Sí, con el de día y con el de la noche. Comparten el mismo juego de llaves y ninguno de los dos las ha perdido de vista en ningún momento. La llevan siempre encima.
- ¿Entonces? ¿Cómo ha podido ocurrir?
- Es posible que haya tenido acceso a una llave maestra. No hay otra explicación. En cualquier caso, sabemos que conocía el sistema de seguridad porque, con excepción de la del garaje, ninguna de las cámaras la ha captado.
- ¿Y dentro del apartamento? ¿Estáis seguros de que tenía llaves?
- Sí, señor Grey. No hay otra posibilidad.
- ¿Están todas las cerraduras cambiadas ya? –pregunto, preocupado, pensando que en unas horas Anastasia y yo estaremos de nuevo en el Escala, y no quiero correr ningún riesgo.
- Todas –responde.
- ¿Incluso la de la escalera de incendios?
- Así es, señor Grey. Y hemos instalado otra cámara allí. Por si se le ocurriera repetir la hazaña.
- Es una noticia estupenda. Gracias, Taylor.
- ¿Volverán esta noche?
- Así es, salimos de Bainbridge ahora mismo.
- Perfecto, un equipo de seguridad les esperará en el muelle para escoltarles hasta el Escala. Les envío ahora mismo. Ya me he ocupado de sus cosas del hotel y las he llevado al apartamento.
- Gracias.
Anastasia ya está en cubierta cuando cuelgo el teléfono. Me mira intranquila, pero el ruido del motor al ponerse en marcha la distrae. Mejor. No quiero volver a sacar el tema de Leila y no estoy seguro de haber sido capaz de mentir si me hubiera preguntado.
- Es hora de volver a casa, nena –le comunico colocándole de nuevo el chaleco salvavidas.
- ¿Vas a dejar que te ayude, Christian? –me pregunta, señalando las velas.
- Ya has gobernado el barco antes, y lo has hecho muy bien.
- Sí, pero quiero saber más. Ya sabes que soy curiosa.
- Y me gusta que lo seas –respondo, guiñándole un ojo-. Ven, ayúdame a desplegar las velas. ¡Mac! Coge el timón!
- ¡Voy! –responde Mac saltando desde la cubierta inferior al puesto de mando.
Con soltura Anastasia hace todo lo que le digo. Tira de los cabos cuando le digo, se mueve con soltura por la cubierta del barco.
- ¡Ata el cabo de la mayor! –le pido.
- ¡No sé!
- Cierto, los nudos son cosa mía –respondo, divertido-. ¿Te gustaría aprender? Puedo enseñarte los más básicos: firmes pero sencillos de hacer y deshacer.
Ballestrinques, as de guía, ochos dobles… Sus dedos ejecutan con facilidad las órdenes que le doy.
- Lo hace usted muy bien, señorita Steele. Dentro de poco será tan hábil como yo.
- Puede que un día de estos me de por atarle, señor Grey –me dice, mostrándome orgullosa la última margarita que ha hecho ella sola.
- Antes tendrá que atraparme –digo saliendo disparado por la cubierta.
- ¡No! –grita, corriendo detrás de mí, y me dejo coger-. Quiero que me cuentes más de tu barco. Quiero saberlo todo.
Cuando terminamos la vuelta por el barco le he contado de dónde salen los materiales de los que está hecho el catamarán, el por qué de su ligereza, de su agilidad. Le he hablado de mi fascinación por los balandros, por el mar. Por todo lo que parece que no pesa. Volvemos al puente de mando cuando el sol está a punto de esconderse en el horizonte. La silueta de Seattle vuelve a aparecer nítida ante nuestros ojos a medida que nos adentramos en la bruma que la rodea. Las primeras luces se empiezan a encender dejando a la vista el skyline. Anastasia se recuesta sobre mí en el sillón frente a los mandos, y me acaricia el muslo. Sin darse cuenta, el ritmo de sus caricias sigue el vaivén de las olas que atravesamos. Compartimos en silencio este momento, su mirada perdida en el azul del mar, cada vez más profundo.
- Qué paz se siente aquí. Parece mentira que podamos movernos sólo con el viento –dice, mirando las velas hinchadas por el aire-. Es como si el tiempo se detuviera.
Sus palabras traen a mi mente un trozo de El Principito, el libro que me acompañó toda mi infancia. La historia de un niño curioso que todo lo quiere saber, que vive solo en su planeta rodeado de baobabs que podrían acabar con él si se descuidara. Había algo de todo eso en la forma en que crecí.
- Hay una poesía en navegar tan antigua como la humanidad –susurro en su oído.
- Eso suena a una cita.
- Sí, lo es. De Saint-Exupéry.
- El Principito… me encanta –dice como para sí misma.
- A mí también –respondo, sin atreverme a contarle que, además, me siento identificado con él. Enamorándome de cosas frágiles. Como la rosa. Como ella.
Cuando entramos en la bahía Anastasia hace ademán de apartarse del timón para dejarme guiar el barco pero la detengo colocando mis manos sobre las suyas. Mac recoge las velas y nos dirigimos al amarre con el motor. Un grupo de curiosos nos mira maniobrar para atracar el barco. Anastasia me mira, orgullosa. Sé que está pensando que toda esta gente nos envidia. Deberían envidiarme a mí por tenerla a ella.