Recorro su cuerpo de arriba abajo con la cara pegada a su piel, impregnándome de su olor. Aspiro el aroma de su boca, de sus axilas, me detengo en sus pechos para besarlos, atrapando uno de sus pezones endurecidos entre mis labios.
- Oh, Ana, eres tan hermosa.
Anastasia responde con un gemido y su cuerpo se curva al sentir la presión de mis dientes en su pezón, y lo chupo, succiono como si tuviera que alimentarme de él.
- Eso es, nena. Quiero oírte –aprieto más mi boca sobre ella, y vuelve a jadear.
Alzo los ojos hacia el espejo de la pared, que me devuelve la imagen de nuestros cuerpos enredados sobre las sábanas. Guiándome por nuestro reflejo, recorro la silueta de sus piernas con una caricia posesiva, atrayéndola hacia mí, sintiendo cómo mi mano se adapta a sus formas. Busco su cintura, sus caderas, sus muslos. Cuando nota que me acerco a su sexo, Anastasia abre ligeramente las piernas para dejar que mis dedos entren en ella. Está húmeda, colmada de placer repartido entre sus pechos, que sigo lamiendo, y mi mano que acaricia el interior de su vagina. Con un diestro movimiento atrapo una de sus piernas y la giro sobre mí, para que me posea.
Anastasia se coloca dócil a horcajadas a la altura de mis rodillas, mirándome. Primero a los ojos, después, más abajo. Traza una línea con su dedo índice desde mi ombligo hasta mi sexo, y se muerde el labio, sin dejar de mirar aquello que toca. Se inclina sobre mí, e introduce mi pene en su boca, agarrándolo por la base, con delicadeza.
- Agh –no puedo reprimir un gemido, y agarro con las manos su cabeza para que la penetración sea más profunda-. Oh, Anastasia…
Dejo que me masturbe con su boca, con los ojos cerrados, concentrado en el placer inmenso que me provoca sentir cómo mi pene crece con el calor de su aliento, con los ligeros roces de sus dientes hasta que siento que estoy a punto de reventar. Con una caricia levanto su cabeza, y le entrego un preservativo. Lo rasga, diestra, y me lo coloca. Se incorpora un poco sobre sus rodillas para que pueda guiar mi pene hasta su vagina, y le acaricio el clítoris con él antes de penetrarla.
El Grace se mece al compás de las olas de un barco que ha debido pasar cerca a gran velocidad. Me gusta pensar que estamos tan a solas, nada más que nosotros dos, disfrutándonos. La agarro con las manos de las caderas para imprimir un ritmo más rápido y tomo las riendas, colocándome sentado, frente a ella. Jadea, sosteniéndome la mirada. Podría perderme en sus ojos, estoy perdido en sus ojos, de hecho. Con ella aquí, desnuda, tan a mi merced como yo a la suya y, sin embargo, me siento seguro. Seguro de todas las cosas que he hecho, de todo lo que me ha llevado hasta aquí.
- Nena, no sabes cómo me haces sentir –digo, besándola con pasión.
- Te quiero, Christian –responde.
Me ama. Anastasia me ama. La única mujer del mundo que he deseado poseer como tal, me ama. Cegado por la pasión vuelvo a besarla y la coloco debajo de mí, con sus piernas rodeándome. La penetración es tan profunda como lo permiten nuestros cuerpos, que ahora son uno. Y mis sentimientos se mezclan. La paz que me produce tenerla así, la intensa emoción de que me toque respetando siempre las zonas que sabe prohibidas, la calma de saber que no rebasará jamás los límites, la extrañeza de dejar que alguien observe mi cuerpo del modo que ella lo hace. Y de pronto noto las convulsiones de las paredes de su vagina alrededor de mi pene. Su espalda se arquea, sus piernas aprisionan mis muslos y su respiración se acelera.
- Sí, nena, eso es. Entrégate a mí –porque no hay entrega mayor que la que estamos experimentando-. Por favor, Ana –necesito que se corra ya, o no podré esperar más… Acelero aún más el ritmo de los envites y su orgasmo precipita el mío.
- Oh, Christian –dice en una mezcla de súplica y murmullo.
- Ana, mi Ana… -respondo yo, con un gruñido, sintiendo cómo me vierto por completo en su interior.
Me dejo caer a su lado, acariciándole el rostro, notando cómo nuestras respiraciones alteradas van recuperando poco a poco el ritmo habitual, cómo bajan nuestras pulsaciones. Con cuidado, retiro mi pene de su interior sujetando el preservativo para que no salga nada. El día que podamos al fin follar sin utilizarlos, no saldré de ella tan fácilmente. Estar dentro de Anastasia es la mayor de las glorias.
- Podría quedarme aquí toda la noche –dice ella, mirando por la ventana del camarote el sol que empieza a caer y se refleja en el agua.
- ¿Sin cenar? De ninguna de las maneras.
- Lo sé, lo sé –protesta-. Sólo estaba soñando despierta.
- Tú eres el más precioso sueño, nena. Mírate –le digo, señalando el espejo en el que se ven reflejados nuestros cuerpos sudorosos sobre las sábanas revueltas-. Eres preciosa, Ana. Estás tan hermosa, despeinada, tan sexy…
- Usted tampoco está nada mal, señor Grey –le dice a mi imagen en el espejo, besándome.
- Mac no tardará en volver –digo-. Deberíamos ponernos en marcha. Aunque tienes razón, a mí también me encantaría quedarme aquí a tu lado. Lástima que Mac vaya a necesitar ayuda con el bote –beso su barbilla y me incorporo, recogiendo mi ropa del suelo.
- Por supuesto, capitán. A sus órdenes –se sienta en la cama, arropándose pudorosa con la sábana.
- Así que capitán, ¿eh? Bueno, sí. Soy el amo y señor de este barco.
- No sólo del barco, señor Grey. Usted es también el amo y señor de mi corazón. Y de mi cuerpo. Y de mi alma.
¿Amo y señor de su cuerpo? No hay duda, acabo de poseerlo. Pero de su corazón, de su alma… Enternecido, me siento en la cama un momento a su lado. Hay tantas cosas que me gustaría decirle… Decirle que ella es más que la dueña y señora de todo mi ser, pero por algún motivo las palabras no aciertan a salir de mi boca.
- Estaré en la cubierta, poniendo en marcha este cacharro. Si quieres ducharte, puedes hacerlo. En el baño encontrarás de todo. ¿Te apetece tomar algo? ¿Una copa, tal vez?
Anastasia no responde, pero me sostiene la mirada con la sonrisa más sincera que le haya visto nunca. ¿Por qué no soy capaz de responder a sus palabras? ¿A su te quiero, a su eres mi dueño? ¿Qué estará pensando ahora?
- ¿Qué te pasa, Ana?
- Tú –responde.
- ¿Qué quieres decir con eso? –pregunto, acariciándole el pelo. Cada poro de su piel exhala ternura, y no puedo evitar querer tenerla cerca.
- Pues que no sé quién eres tú –dice, besándome la mano que le acaricia el cabello-, ni qué has hecho con Christian Grey.
- No está lejos, nena –el Christian frío, el Christian del contrato, el Christian que quería azotar las mismas nalgas que acabo de acariciar con suavidad-. Pero no tardarás en darte de bruces con él si no te levantas rápidamente. ¡Vamos!