Capítulo 33.10

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- Ya hemos llegado –le digo, acercándome a la puerta del Bee’s, un pequeño restaurante italiano muy íntimo, muy discreto. Muy agradable.

- Buenas noches, señores –nos saluda el maître, acompañándonos a un reservado al fondo del local.

- Buenas noches.

- ¿Desean tomar algo?

- Dos copas de Frascati, por favor.

- Inmediatamente, señor. Gran elección.

Nos acomodamos en los asientos y un camarero impecable deja sobre la mesa un plato con crostini y dos menús. Anastasia rasga el plástico de los aperitivos y se mete en la boca un trozo de pan, que cruje entre sus dientes. Toma la carta entre sus manos y, concentrada, mastica. La luz tenue que pende sobre la mesa ilumina sus mejillas coloreadas por la brisa marina y, sin darse cuenta, se coloca un mechón de pelo revuelto detrás de la oreja. Levanta la vista y cierra el menú, sorprendiéndome con la mirada fija en ella.

- ¿Qué te pasa?

- Que estás muy guapa, Ana. El aire del mar te sienta muy bien.

- ¿Sí? –dice, tocándose las mejillas-. Pues la verdad es que me arde la cara, debe de ser por el viento. Pero he pasado una tarde estupenda, muchas gracias, Christian.

- Ha sido un auténtico placer –respondo, desde lo más profundo de mi corazón. Lo ha sido.

- ¿Puedo hacerte una pregunta? –aparta de delante de ella el envoltorio del crostini.

- Puedes preguntarme lo que quieras, Anastasia. Ya lo sabes –respondo cogiendo el paquete que ha apartado ella, extrayendo otro palito de pan para mí.

- Me da la sensación de que no tienes muchos amigos, ¿no? ¿Por qué? –guarda las manos bajo la mesa, una sobre la otra, en su regazo.

- Ya te lo he dicho antes, en el paso marítimo, Ana –odio que presione para llegar a donde quiere llegar. Odio que la conversación pueda derivar en Elena. Odio sentir que está juzgándome. Nunca me había preocupado. Nunca-. No tengo mucho tiempo libre. No sé, están mis socios empresariales, aunque no creo que sea igual que tener amigos… Pero está mi familia, con eso me basta. Y Elena, claro.

- ¿Y no hay ningún hombre de tu edad con el que salir a desahogarte? –insiste.

- Nena, ya sabes cómo me gusta desahogarme… y no son prácticas que incluyan a ningún varón ni de mi edad, ni de ninguna otra edad. Simplemente me he dedicado a trabajar, a construir mi empresa desde los cimientos. Salvo navegar –digo, haciendo un esfuerzo por darle algo que quiera oír y cayendo en la cuenta de que, de cualquier modo, son actividades solitarias-, y volar de vez en cuando.

- Pero, ¿ni siquiera en la universidad hiciste amigos?

- No, ni siquiera en la universidad.

- Entonces, ¿Elena es tu única amiga? –su tono se ensombrece al pronunciar su nombre, y asiento-. Debes sentirte muy solo.

Solo… Sí, me he sentido solo siempre. Pero nunca ha sido un problema. Aprendí a vivir con mi soledad, pero esto tampoco lo va a entender.

- ¿Has decidido ya qué vas a tomar? –digo, señalando con la cabeza el menú.

- Un risotto –dice, señalando con el dedo uno de las entradas de la carta.

- Es una muy buena elección. Lo hacen excelente.

Con un gesto indico al camarero que se acerque a nuestra mesa a tomarnos nota.

- ¿Han decidido ya lo que vana tomar los señores?

- Sí, un risottos con setas y café, por favor, y un bistec con flores de calabacín fritas.

- ¿Desean que les traiga algún entrante?

- Sí, una bruschetta y carcioffi aliñadas.

- Inmediatamente, señores. ¿Algo más para beber?

- Sí, traiga la botella. Nos serviremos nosotros.

Anastasia mordisquea los crostini en silencio, con la mirada perdida en algún lugar bajo la mesa. Puede que no de por zanjada la conversación, o que haya algo más que la inquiete. Pero después de la tarde que hemos pasado no debería estar tan cabizbaja.

- ¿Qué ocurre, Ana? Dímelo.

Pero no responde. Se limita a buscar mis ojos, y suspirar, gravemente.

- Dime qué te pasa, Anastasia.

- Hay algo que me inquieta, Christian –arranca, al fin-. ¿Y si no tuvieras suficiente con esto? ¿Conmigo? Para… desahogarte.

- ¿Por qué? ¿Te he dicho en algún momento que no tengo suficiente con esto? –me exaspera, me saca de mis casillas que siga dudando de mí, después de todo lo que hemos pasado.

- No –musita, bajando la cabeza.

- Pues entonces, ¿por qué lo piensas?

- Pues porque sé cómo eres. Sé lo que, bueno, lo que necesitas –balbucea, como si le diera vergüenza pronunciar ciertas palabras.

- ¿Qué es lo que tengo que hacer para convencerte, Ana? –joder, es imposible… mis esfuerzos por complacerla, por estar a la altura de sus expectativas, meterla en mi vida como no lo he hecho nunca con nadie…-. Dime qué es lo que tengo que hacer, y lo haré.

- No, por favor, no me malinterpretes –toma mi mano por encima de la mesa, conciliadora-. Ha sido todo fantástico y tú, tú te has comportado maravillosamente. Pero entiéndeme, sólo han pasado unos días desde que nos reconciliamos, y me preocupa estar obligándote a ser alguien que no eres en realidad.

- Soy siempre yo, Anastasia –busco sus ojos con los míos, y aprieto la mano que me acaricia-. Sigo siendo el mismo. Con las cincuenta sombras que conforman mi locura. Tengo que luchar con el impulso de ser controlador, es mi naturaleza, ya lo sabes. Es la forma que tengo de enfrentarme a la vida –Anastasia me escucha en silencio y sus ojos se humedecen con mis palabras. Nada de esto es fácil para ninguno de los dos-. Tienes razón en una cosa, y es que sí espero que te comportes de una manera determinada, y cada vez que no lo haces me planteas un desafío… Pero no es solamente eso. Es un soplo de aire fresco también. No hemos dejado de hacer las cosas que me gustan a mí: ayer me dejaste golpearte después del lamentable espectáculo de la puja en la cena. Disfruto castigándote –no puedo reprimir una sonrisa recordando ese momento en casa de mis padres-, y no creo que ese impulso vaya a desaparecer nunca. Pero estoy haciéndolo lo mejor que puedo, y no está siendo tan complicado como creía.

- No me importó que me golpearas anoche –replica, azorada.

- Ya lo sé –lo supe desde el primer suspiro de placer que se le escapó al sentir la palma de mi mano contra su piel desnuda-. A mí tampoco me importó. Hay algo que debes saber, Anastasia: todo lo que nos está ocurriendo, lo que estamos viviendo juntos, es nuevo para mí, y no puedo negar que los últimos días, a tu lado, han sido los mejores de mi vida. No me gustaría que cambiase nada.

- También han sido los mejores días de mi vida, Christian –su tono de voz vuelve a parecer inaudible, pero sus palabras han sido las que han sido. Los mejores días de su vida…- Entonces, ¿ya no quieres que volvamos a tu cuarto de juegos?

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