Capítulo 33.11

Índice

El cuarto de juegos. Anastasia contando los golpes de mi cinturón de cuero sobre sus nalgas. El albornoz blanco tapando púdicamente sus lastimadas posaderas cuando salió de allí hecha una furia, llorando, diciéndome que era un enfermo. Las puertas del ascensor que se la tragaron cuando se fue. El estómago se me encoge.

- No, de ninguna manera. No quiero.

- ¿Por qué no? –insiste.

- Porque la última vez que estuvimos en él tú me abandonaste. Evitaré por todos los medios cualquier situación que pueda alejarte de mí. Cuando me dejaste me quedé destrozado, ya lo sabes. Y no quiero volver a sentirme así nunca más. Sabes lo que siento por ti Anastasia, y sabes que no puedo permitirme volver a perderte.

- No me parece justo, Christian. No puede ser bueno para ti –su voz delata ansiedad-, estar siempre preocupado por mí y por cómo me siento. Has hecho tantas cosas por mí, y no me refiero a esto –dice, señalando con la mano el ventanal que da al muelle-, sino a todos los cambios que te has obligado a hacer en ti mismo. Creo que yo debería recompensarte de alguna manera. No sé cómo, tal vez intentar otro tipo de juegos, personajes, tú sabes más de estas cosas que yo –dice con un tartamudeo, ruborizándose por completo, y la mezcla de su inocencia con la voluntad de ceder a mis impulsos sexuales me preocupa. Ella no está preparada para esto.

- Ya lo haces Ana, más de lo que crees. Por favor, no sientas que no me correspondes, porque no es cierto en absoluto. Solamente ha pasado un fin de semana. Tenemos que darnos tiempo… Cuando te fuiste pensé mucho en nosotros dos. Y llegué a la conclusión de que necesitamos tiempo. Y confianza el uno en el otro. Es posible que más adelanta podamos permitirnos algunos juegos, pero aún es demasiado pronto. Y me gusta cómo eres ahora. Me gusta verte así de contenta y de relajada, despreocupada, y saber que yo tengo mucho que ver con eso. No sabes lo reconfortante que resulta. Yo nunca antes había –nunca había correspondido a una mujer así, nunca me había puesto en su piel, en su carne, en su alma. Nunca había dejado entrar a nadie. Nunca había tenido una relación real con una mujer, y la única forma que encuentro de ponerlo en palabras es usar una frase de Flynn, y sonrío-, creo que lo que quiero decir es que para correr, primero tenemos que aprender a caminar.

- ¿Qué es tan gracioso? –me pregunta, soprendida.

- La analogía con correr y andar. Es una frase que el doctor Flynn utiliza constantemente y nunca pensé que fuera a usarla yo mismo.

- ¿Has usado un flynnismo?

- Sí –respondo, divertido, contento de que hayamos roto el hielo que empezaba a rodearnos-. Exactamente, un flynnismo.

El camarero se acerca con los entrantes.

- ¿Hemos pedido esto? –pregunta Anastasia ante el plato de alcachofas.

- Sí, son las alcachofas. Los italianos las preparan mejor que nadie.

- ¿Has estado muchas veces en Italia? –pregunta Anastasia, atacando con el tenedor un primer bocado.

- Alguna que otra. Me encantaría llevarte. Pasear contigo por Venecia, por Roma, por los bosques de la Toscana…

- Y comer alcachofas, supongo –me interrumpe.

- Por supuesto. Sobre todo comer alcachofas. Son ligeras y nutritivas, perfectas para los planes que tendría para nosotros nada más caer el sol –alzo mi copa para brindar por los planes futuros-. Y tú, ¿has estado allí alguna vez?

- No… me temo que tu pueblerina señorita Steele no ha salido de los Estados Unidos continentales –dice, levantando una ceja.

- Eso tiene muy fácil arreglo, mi pueblerina señorita Steele. Yo tengo un jet privado y muchas ganas de enseñarte todo el mundo. ¿Por dónde te gustaría empezar?

- Por…

- ¡Espera, déjame adivinar! –interrumpo y finjo una cara de concentración… -Londres.

- No tiene mérito –dice, riendo-. Ya lo sabías. Hace tiempo que te lo dije. Eres un tramposo.

- Tienes razón. Jugaba con ventaja. Pero cualquier sitio al otro lado del charco estará bien. Tenemos muchas horas de avión y, si te ha gustado el camarote de mi barco, espera a ver el del jet…

- ¡Christian! ¿No puedes dejar nunca de pensar en… en sexo?

- Si es contigo, nena, no.

Cuando terminamos de cenar el maître nos trae la cuenta con un par de copas de limocello. Sólo entonces caemos en la cuenta de que somos los últimos comensales y de que el local está totalmente recogido para el cierre. Disculpándonos, salimos a la calle, hacia el coche. Según nos subimos en él, siento que mi corazón se acelera. Envío un mensaje de texto a Sawyer, para que esté alerta.

* Vamos para allá.

Conduzco a poca velocidad hacia el Escala, comprobando cada poco tiempo que los dos hombres que Taylor ha mandado para protegernos está aún detrás de nosotros. Poso la mano sobre el muslo de Anastasia que va absorta en sus pensamientos mirando por la ventana. Tratando de fingir normalidad, enciendo la radio, y la voz de Eva Cassidy acaricia el Fields of gold de Sting.

Willyoustaywith me,

will yo be mylove?

Una vez más la música parece poner palabras a mis pensamientos, tan difíciles de exteriorizar. ¿Te quedarás conmigo, Anastasia? ¿Serás mi amor? Y Eva Cassidy sigue, como si hubiera estado sentada a la mesa con nosotros:

I nevermadepromiseslightly.

And therehavebeensomethatI’vebroken…

Tal vez he roto promesas en el pasado, pero nunca con Anastasia. Nunca. Así llegamos al Escala y el portero nos hace una reverencia culpable con la cabeza. A estas alturas todo el mundo sabe lo que ha ocurrido. Entramos hasta mi plaza, con los cinco sentidos alerta. Anastasia sigue sin hablar pero su rostro está tan tenso como el mío, y se ha incorporado en el asiento. Ella también está preocupada. Sawyer está al lado de mi plaza, justo en el hueco del que han retirado el Audi A3 destrozado de Anastasia.

- Buenas noches, señor Grey. Señorita –saluda.

- ¿Hay alguna novedad? –pregunto, saliendo del coche y entregándole las llaves.

- Ninguna, ni rastro.

Abro la portezuela de Anastasia que, dócil, se ha quedado dentro esperando. Cualquier cosa puede suceder, y lo sabe.

- Vamos, subamos a casa –digo, tomándola de la mano y dirigiéndome al ascensor. Cuando las puertas se cierran detrás de nosotros, me relajo-. No tienes permiso para salir de aquí tú sola, ¿entendido? Bajo ningún concept-. De pronto advierto una sonrisilla. ¿De qué coño se ríe? A mí me faltan ojos para asegurarme de que no corre ningún peligro y ella actúa cómo si el vino se le hubiera subido a la cabeza-. ¿De qué te ríes?

- De ti.

- ¿De mí? –tengo que aprender a relajarme, ella es así… soy yo el que no tiene relaciones normales, el que no ha tenido un amigo con el que bromear… y me relajo-. ¿Por qué le hago tanta gracia, señorita Steele?

- Porque estás poniendo morritos –me dice, imitando una cara que supongo que querrá hacer que se parezca a la mía, pero más parece una mueca que otra cosa-.

Anterior Siguiente