Anastasia vacila, dándole vueltas a lo que sea que quiere salir de su boca y no encuentra la forma de hacerlo. Mira el barco, me mira a mí, balbucea medias palabras, buscando algo que no encuentra.
- Anastasia, ella me salvó la vida. Grace Travelyan me salvó la vida. A ella se lo debo absolutamente todo. Todo -¿qué habría sido de mí de no ser por ella? ¿Por todo el cariño que me dio, la paciencia, la confianza?-. Venga, ¿te gustaría subir a bordo?
- ¡Sí! Me encantaría –sus ojos se iluminan de nuevo, y toma mi mano-. ¿Es por aquí?
- Sí, pero deja que pase yo delante. No quiero que resbales y te caigas al agua.
Avanza con paso firme hacia mí. Se nota que Ray fue un buen maestro, se mueve con decisión sobre la cubierta. Resuelta. Y radiante. Con un saltito salva la cuerda que hace de barandilla y sube a bordo. Busco a Mac con la mirada, y distingo su figura en el interior del salón principal. Me ve, y sale hacia nosotros.
- ¡Mac! Me alegro de verte –le saludo, estrechándole la mano.
- Señor Grey, qué sorpresa. Señorita –dice, dirigiéndose a Anastasia con una leve inclinación de cabeza.
- Ana, te presento a LiamMacConnell. Y esta es mi novia, Liam, la señorita Anastasia Steele.
- Un placer, señor MacConnell.
- Señorita, es un placer conocerla. Y, por favor, llámeme Mac. Bienvenida a bordo.
- Ana, por favor. Y gracias, Mac –responde Anastasia.
Echo un vistazo a mi alrededor. Llevo tiempo sin pasar por aquí y sin sacar el barco, pero todo parece seguir en su sitio. Mac es de total confianza, y cuida el barco como si fuera suyo.
- ¿Qué tal se está portando, Mac? –en las últimas semanas los ingenieros instalaron un nuevo sistema de navegación por GPS que aún está en fase de pruebas, y Mac era el encargado de testarlo.
- De maravilla, señor Grey. Está listo para el baile.
- Entonces nos vamos. ¡En marcha!
- ¿Van a salir a navegar? –pregunta Mac.
- Sí –respondo a Mac, que echa un vistazo rápido al interior de la cabina-. Si te apetece dar una vuelta, claro. ¿Qué dices, Ana? ¿Salimos?
- Por favor, me encantaría.
- Ya has oído a la capitana, Mac, zarpemos.
- Sí señor, vamos a ello.
-
Mac sale de nuestra vista, dispuesto a soltar las amarras. A pesar de la estabilidad del barco, puedo sentir bajo mis pies la maravillosa sensación del barco deshaciéndose de los cabos que lo anclaban al muelle, empezando su baile.
Conduzco a Anastasia al interior de la cabina, ansioso por enseñarle las entrañas del Grace. Ella me sigue en silencio, admirando cada rincón, cada detalle. Una nueva muestra de lujo y ostentación, como diría ella. Pero yo sé que no lo es. Es solamente una más de mis posesiones. Un objeto. Una cosa. Algo que, por primera vez, comparto con una mujer.
- Aquí están el salón principal y la cocina –le digo, señalando el amplio espacio sobre las dos agujas, coronado por un enorme ventanal desde el que se ve el puerto.
Atravesamos el salón en dirección al camarote. Avanza ligeramente detrás de mí, deteniéndose cada pocos pasos para mirar a su alrededor. Y a mí me están entrando las prisas. Sigo con la visita.
- Aquí están los baños, estas dos puertas. Justo encima de nuestra cabeza está la terraza principal, debajo del toldo. No es el mejor sitio para pescar pero sí para buscar un amanecer –ya tenemos uno desde el aire, ¿por qué no uno desde el agua?-. Y éste es el camarote principal.
Con toda la ceremonia que las prisas me permiten abro la pequeña puerta que conduce al camarote. Me costó una lucha con los arquitectos navales conseguir un camarote espacioso. Según decían, va contra todas las normas de la lógica robarle espacio al barco para ganarlo en un camarote. Un dormitorio. Un sitio en el que, supongo que ellos, solamente van a dormir. Pero yo suelo tener ideas bastante distintas sobre las posibilidades de un dormitorio, esté donde esté. Los metros que ellos querían robarles están ahora vestidos por alfombras mullidas, paredes enteladas que evitan que la humedad del mar se te meta en los huesos. Una cama tan grande como se pueda imaginar, y no los camastros que suelen llevar como equipamiento estas embarcaciones.
- Éste es el dormitorio principal. Y tú eres la primera mujer que entra en él –le confieso a Anastasia, susurrando las últimas palabras en su oído. Escucho las señales de su cuerpo, y noto que su respiración se agita al escucharme. Bien, empieza el juego. Me separo-. Salvo mi madre y mi hermana, pero las mujeres de la familia no cuentan. Así que tú eres la primera.
La atraigo hacia mí y la estrecho entre mis brazos. Busco sus ojos, leo los mensajes de su cara. Sus labios se entreabren, buscando un beso que seguro que no tarda en llegar. Deja caer hacia atrás la cabeza y entorna los ojos, ruborizándose. Y suspira. Entonces, sólo entonces, la beso. Aprieto su cabeza contra la mía hundiendo mis dedos en su pelo, muerdo su labio, recorro el interior de su boca con mi lengua. Y la siento respirar ahí.
- ¿No crees que deberíamos estrenar esta cama? –le propongo, y ella sonríe mirando el agua a través de la ventana-. Pero no ahora. Ven aquí, Mac tiene que estar terminando ya de soltar las amarras para que podamos partir.
Anastasia deja caer los brazos a los lados del cuerpo con una mueca de desilusión. La conozco lo suficiente como para saber que, a estas alturas, está ya húmeda. Y nada me gusta más. Reprimiendo las ganas de descubrir si estoy o no equivocado, vuelvo a salir con ella del camarote para terminar la visita por el catamarán mientras Mac libera todos los cabos, y coger el chaleco salvavidas. No voy a sacar a Anastasia a alta mar sin protección.
- Aquí está mi despacho, y ahí, en las agujas, dos camarotes más.
- ¿Otros dos? –me pregunta, sorprendida-. ¿Cuánta gente puede dormir en un catamarán como éste?
- Hay seis camarotes, es decir, un total de doce personas, pero las únicas personas que han subido a bordo son mi familia. Y ahora tú. Prefiero navegar solo.
No puedo evitar pensar en las historias que Ana me ha contado en la comida sobre Ray, sobre sus horas juntos sobre la barca, contándose aventuras, batallas, historias. Yo no tuve nunca un Ray con quien hacerlo. Pero ahora la tengo a ella. Y tengo en mente otro tipo de compañía.
- Aunque –prosigo-, lo cierto es que prefiero navegar contigo.
En un arcón de la cabina principal están todos los chalecos salvavidas del barco. Saco uno y se lo pongo a Anastasia.
- Toma. Ponte esto.
- Te encanta atarme, ¿verdad, Christian?