Capítulo 33.3

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- Ponme lo mismo que a Christian, por favor –dice Ana, mirándome con una mirada cómplice.

- Cerveza, Dante, tomaré una Adnam Explorer –le devuelvo la mirada a Anastasia-. Éste es el único local de todo Seattle en el que se puede encontrar. Es la mejor.

- ¿Cerveza? –me pregunta incrédula.

- Sí. La mejor de la ciudad.

Mientras Dante va a la cámara fría a buscar las botellas, Anastasia y yo nos acomodamos en la barra, y la miro apoyar los pies en el travesaño de su taburete. Ligera y grácil se apoya con un codo en la barra, retirándose un mechón de pelo de delante de la cara, mirando al mar a través de la ventana.

- Aquí tiene, señor Grey. Una cerveza para usted y otra para su encantadora acompañante.

- Gracias. Aquí sirven además una deliciosa sopa de marisco.

- Cerveza y sopa de marisco –dice Anastasia, sonriente-. Suena genial.

- ¿Les pongo dos sopas de marisco, entonces? –pregunta Dante, atento a nuestra conversación.

- Sí, por favor.

- En seguida, señor Grey.

Alzo mi copa frente a Anastasia, que me imita. Las gotas de agua condensadas sobre el cristal de las copas resbalan al entrechocar.

- Por este día tan bonito –me dice Anastasia-.

- Yo pensaba brindar por ti –le respondo, mirándola intensamente en el fondo de sus ojos, en el fondo de su alma.

- Bueno, digamos que va en el paquete. Tú, yo, mi coche nuevo, y este día radiante mirando al mar.

- Hecho. Por este día, entonces –accedo a su brindis, y bebemos.

Dante se acerca con dos platos humeantes.

- Aquí tienen, sopa de marisco recién traído. Que aproveche.

- Muchas gracias, Dante. Huele de maravilla –dice Anastasia.

- Espera a probarla –le digo-. Además, el maridaje con la Adnam Explorer le da un toque aún más… exquisito. ¿Tienes hambre?

- ¡Sí! Estoy hambrienta –dice sabiendo que me complace que se alimente bien.

- Pues comamos.

A través de los ventanales del local se ve la boca del puerto deportivo, por el que los barcos entran y salen sin parar a esta hora. Anastasia los mira embelesada.

- ¿Te gusta el mar? –le pregunto.

- Sí, me encanta. Solía salir a navegar con Ray cuando vivía con él. Íbamos a pescar los fines de semana.

- ¿Se te daba bien?

- Bueno, a mí la verdad es que me gustaba sentarme a su lado y escuchar sus historias. Ray siempre tiene cosas interesantes que contar.

- ¿Un pescador hablador? No es muy habitual.

- Hablábamos muy bajito, para no espantar a los peces. Me encantaban esos días…

Las sopas de marisco caen antes de que nos demos cuenta. Pero Dante estaba al quite y se nos acerca, colocando entre nosotros una fuente con algas rehogadas, wakame, una exquisitez que nadie más es capaz de cocinar en este continente. Anastasia come con hambre, sin dejar de hablar, de contarme cosas de su infancia, de su vida con Ray, el hombre que la ha marcado para siempre y ha ejercido de padre. Es una sensación extraña, pero siento celos.

- ¿Carrick no os llevaba a pescar? –me pregunta, curiosa, y me doy cuenta de que, por primera vez, hablamos sanamente de mi infancia.

- No exactamente. Nos enseñó a navegar, pero Carrick nunca tuvo paciencia para la pesca. O yo no tuve paciencia para Carrick.

- ¿Qué quieres decir? –dice, levantando una ceja-. ¿No teníais una buena relación?

- Depende a lo que llames buena –respondo, buscando la forma de encontrar un paralelismo imposible entre mi infancia y la suya-. Elliot y él solían sentarse en la popa del barco y enganchar la caña allí. Siempre han tenido una relación muy cercana, son muy parecidos, desde que mi hermano era pequeño. Se entendían con sólo mirarse. En cambio yo nunca fui muy…

- Hablador –termina la frase por mí, acertando.

- Exactamente.

- Tampoco lo eres ahora, y tengo que confesarte que eso no te quita ni una pizca de tu encanto.

- Gracias, nena –digo, levantando de nuevo mi copa para brindar por su cumplido inesperado-. Carrick y yo tenemos otro tipo de relación. Ahora, por ejemplo, es parte del consejo de Grey Enterprises Holdings. Su opinión y su experiencia son de mucho valor para mí. Pero eso es todo lo que compartimos. Y no desde el principio.

Acabamos las algas, apuramos las cervezas, y la conversación sigue fluyendo entre nosotros como nunca lo había hecho. Curiosa, me pregunta por mi empresa, por lo que hago o dejo de hacer. Parece sorprendida cuando le cuento que el grueso de nuestra actividad se encuentra fuera de las fronteras de los Estados Unidos. Y a mí me hace feliz poder compartir con ella esta parte de mi vida que nunca había sacado del ámbito estrictamente profesional. Y poco a poco la conversación deriva en nuestros gustos, en nuestras aficiones. En una de esas charlas de dos personas que se están conociendo, que se descubren y, descubriéndose, se encuentran. Al fondo, detrás de nosotros, los barcos siguen entrando y Anastasia no pierde detalle. Tal vez sea el momento de llevarla a ver el Grace.

- Dante –llamo la atención del camarero, que se acerca-, tráenos la cuenta, por favor.

- De inmediato, señor Grey. ¿Estaba todo a su gusto?

- Como siempre. Delicioso.

- Muchas gracias por la comida, Christian. Este sitio es estupendo –me dice Anastasia saliendo del local al cálido muelle.

- Me alegro de que te haya gustado. Volveremos, Dante siempre sabe sorprenderme con algo nuevo. Ven –digo, tirando de ella hacia el fondo del puerto-. ¿Te apetece pasear?

- Claro, hace una tarde preciosa.

Entre la gente nos dirigimos al último muelle, donde está amarrado mi catamarán. Paseamos de la mano, como una pareja más. ¿Una pareja más? ¿Una pareja? Somos dos de esas personas que he visto por aquí tantos otros fines de semana como éste, y que he ignorado, sin saber que sus vidas podían ser más plenas que la mía.

- ¿Te apetecería navegar un rato? He pensado que era un buen plan para esta tarde –le digo, parándome frente al Grace-. Este es mi barco, el Grace.

- ¿Que es tuyo? –me dice, con los ojos como platos.

- No sólo es mío, sino que lo ha fabricado mi empresa. Con la última tecnología naval. Los mejores ingenieros navales han trabajado en su diseño, hasta el último detalle. Lo construyeron aquí, en mis astilleros. Tiene sistema de pilotaje híbrido, orzas asimétricas, y en el mástil una vela cuadrada.

- Basta, ¡me he perdido ya! No entiendo nada de lo que estás diciendo, Christian –me para, divertida.

- Es un catamarán magnífico –es el mejor catamarán que existe.

- No me cabe la menor duda, señor Grey. Parece fabuloso. ¿Cómo se llama?

- Lo es, señorita Steele. –respondo, conduciéndola por el pantalán, dejando que ella misma lea el nombre en el costado del casco.

- ¿Grace? ¿Le has puesto el nombre de tu madre? –dice, sorprendida.

- Sí. Adoro a mi madre. ¿Por qué te sorprende que le ponga su nombre a un barco?

- No sabría decirte –dice, vacilante. Estoy convencido de que me cree incapaz de querer a alguien sinceramente. Por eso está siempre tan a la defensiva conmigo.

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