Capítulo 33.16

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- Vaya, señor Grey –dice Anastasia burlona, acercándose a la mesa con el taco en la mano-. Un error de principiante.

- No se burle de mí, señorita Steele –digo, haciéndome a un lado para que pase-. No soy más que un pobre mortal. Si no me equivoco, es su turno.

- ¿No estará usted tratando de perder a propósito, señor Grey? Sería muy feo de su parte.

- Ay, Anastasia… No. En absoluto. Con el premio que tengo pensado, le aseguro que quiero ganar –lanzo una mirada libidinosa a su escote-. Aunque no es raro; siempre quiero ganar.

Anastasia capta mi juego. Sonríe y, desafiante, da vueltas alrededor de la mesa buscando el ángulo desde el que tirar. Rozándome cada vez que pasa por delante de mí. Humedeciéndose los labios. Me pone tan cachondo… Elige el punto desde el que va a tirar y se para frente a la bola blanca. Juguetea con el primer botón de su camisa, soltándolo. Frota la tiza contra la punta del taco y empieza a acariciarlo, arriba y abajo. No es un taco lo que está acariciando.

- Sé lo que estás haciendo, Anastasia –a este paso no podremos terminar siquiera la partida.

- Oh, no, señor Grey… -replica, coqueta-. Sea lo que sea que está pensando, se equivoca. Sólo estaba decidiendo cuál iba a ser mi próxima tirada.

Mientras juega, ignorando lo que me pasa por la mente, yo dibujo en mi mente el mapa de mi premio. Pienso dónde y cómo cobrarle los azotes que le debo. La mesa, los sillones, la alfombra del suelo. Entonces mis ojos se detienen en una de las mesas auxiliares a los lados de la estantería. Ahí está la regla. Perfecto. Ya sé lo que va a suceder aquí, y cómo.

Al final, la jugada que queda sobre la mesa es perfecta para que tenga que colocarse delante de mí. Yo no me muevo. Podría. Debería. Tendría que apartarme para que pueda tirar, pero no lo hago. Anastasia se acerca hasta donde estoy, y coge el soporte para el taco de debajo de la mesa. Lo apoya sobre el tapete verde, y se dobla hacia delante. Siento su olor, el sudor mezclado con el salitre. Siento que algo se despierta en mi interior, y entre mis piernas. Anastasia está inclinada frente a mí, con sus nalgas a mi entera disposición, a escasos centímetros de mis piernas. Estira una pierna, sube una cadera, busca la forma de mantener el equilibro. La bola blanca está bastante lejos. Y falla el tiro.

- Agh –murmura, contrariada.

Apoya la frente sobre el brazo que sostiene el soporte del taco. Su culo se mueve delante de mí, otra vez, y no puedo resistir la tentación. Apoyo mis manos sobre sus nalgas, perfectamente dibujadas en el interior de los pantalones vaqueros. Su cuerpo se tensa primero, y se relaja después, acompañando mi caricia.

- ¿Estás haciendo esto para provocarme, Anastasia? ¿Contoneando tu culo delante de mí? –descargo una palmada en su nalga derecha, sin demasiada fuerza, pero firme.

- Ah, sí –jadea ella, sin levantar el tronco de la mesa.

- Pues ten cuidado con que deseas –le digo apartándome de ella para continuar la partida. Para dejar que crea que aún puede ganar. Que no voy a resistir la tentación de su culo, de sus pechos, de su cintura paseándose delante de mí. Pero sí, señorita Steele, resistiré. Y terminará tan cachonda como yo.

Acierto un tiro. Anastasia no me quita los ojos de encima. Yo golpeo las bolas una tras otra sin dejar que sus trampas me distraigan. Ni siquiera el brillo de su mirada, que se enciende por momentos. Momento de fallar. Y fallo.

- Allá vamos, cuarto rojo –dice Anastasia muy segura de sí misma, apartándome del borde de la mesa con su taco.

Termina de meter todas las bolas rayadas en las troneras, y sólo le queda la negra. Maldición, podría ganar. Pero el cuarto rojo me parece una buena idea. Y ella se vuelve pletórica cuando me vence.

- Elige tronera –le digo, para que decida dónde quiere introducir la bola negra. Si lo hace, ganará.

- Superior izquierda.

Pero ha perdido totalmente la concentración. Y falla por mucho. Listo. Ahora sí. Hemos terminado. Cojo mi taco de nuevo y me coloco en la mesa. Meto las dos bolas que me quedan y, sin levantar los ojos del tapete, digo refiriéndome al lugar en el que voy a introducir la bola negra:

- Superior derecha. Si gano yo… -Anastasia está apoyada en la pared, al lado de la mesa, sabiéndose perdedora del juego-. Te voy a dar unos azotes. Y después te voy a follar sobre esta mesa.

Tiro y la bola negra traza una línea perfecta que termina dentro de la tronera superior derecha. Me incorporo, dejo el taco en el armario, con calma.

- ¿No tendrás mal perder? –pregunto, acercándome de nuevo a ella, dispuesto a cobrarme mi premio.

- Eso depende de lo fuerte que me pegues –sujeta el taco con fuerza entre nosotros dos. Me estorba. Lo aparto.

Y por fin está ella a mi merced. Como debe ser. Pienso cómo hacerlo. Pienso si bajarle los pantalones directamente, y voltearla contra la mesa y, esta vez, en lugar de dejar que sean sus dedos los que se deslicen por el taco, deslizar los míos por la línea de su espalda. Y hundirlos en su cuerpo tan profundo que gima con todas sus ganas. Y después golpear. Pienso si sería mejor alargar más la diversión, ponerle un poco de teatro. ¿Tal vez continuar la partida, y que lo haga sin ropa?

Busco con la mano su escote, y la atraigo hacia mí, tirando de la camisa. Anastasia deja caer los brazos a los lados del cuerpo, rendida a mí. Pero no va a ser tan sencillo, y va a ser ella la que lo inicie. Y quiero que sepa por qué.

- Muy bien, señorita Steele. Vamos a enumerar las faltas que has cometido hoy. Primera, provocarme celos con mi personal. Segunda, discutir conmigo sobre ir a trabajar o no mañana. Y tercera, provocarme durante más de veinte minutos contoneando tu delicioso trasero delante de mí –termino la enumeración acercándome a ella, casi besándola. Ella abre los labios, esperando mi beso. Pero no. Todavía no-. Así que quiero empezar a cobrarme mi premio. Quiero que te quites los pantalones, y esa camisa tan provocadora. Ahora mismo –y la beso. Ahora sí.

La dejo plantada al lado de la mesa interiorizando mis palabras y mis órdenes, y voy a cerrar la puerta con llave. No quiero que nadie nos moleste ahora. Cuando me giro, sigue en el mismo sitio en que la había dejado, sin mover un músculo.

- Te he dicho que te quites la ropa, nena. Y si no lo haces, lo haré yo.

- Hazlo tú –responde con una voz grave, decidida.

- Vaya. Creía que esto era parte de mi premio… Pero podemos dejarlo en los azotes, y en follarte encima de la mesa. Soy, ante todo, un hombre de palabra.

- Bien –dice ella-. Pues quítame la ropa.

- Espero estar a la altura, señorita Steele.

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