Capítulo 33.15

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A medida que avanzamos por el apartamento voy pensando en cuántas de las habitaciones que estamos recorriendo ahora estuvo Leila la otra noche. El otro día. Dios sabe cuánto tiempo estuvo aquí. Una sensación de intranquilidad me invade.

- ¿Para qué necesitas tanta casa? –me pregunta Anastasia, desubicada.

- A decir verdad, para nada.

- ¿Entonces? ¿Por qué compraste un apartamento tan grande?

- Porque era el mejor.

- ¿Del edificio?

- De la ciudad –la respuesta parece complacer su curiosidad.

- Claro. Cómo no –dice, con poniendo los ojos en blanco.

- Señorita Steele –la reprendo.

- Lo sé, lo sé. Lo siento.

- Esta es la lavandería –continúo, abriendo una puerta en la zona del servicio cercana a la cocina.

- ¿La tuya, o la de todo el Escala? –añade, señalando las máquinas que cubren la pared de lado a lado.

- La mía. ¿Tan desproporcionada te parece?

- Me parece a mí, señor Grey, que nunca has tenido que hacer la colada.

- Es cierto. Nunca lo he hecho.

Cierro la puerta tras de mí, y seguimos. La siguiente puerta es la de la bodega.

- Aquí es donde guardo el vino.

- ¡Cielos! –exclama cuando entramos-. ¿Piensas beberte todo esto?

- Espero que me ayude usted, señorita Steele. Hay algunas botellas que tenía reservadas para ocasiones especiales, y no se me ocurre mejor compañía para compartirlas.

- ¿Por qué hay distintas cámaras?

- Cada vino es diferente, y por lo tanto necesita condiciones de conservación distintas. Depende del origen, de la añada, del embotellamiento… Hoy ya no es hora de hacer catas, pero lo haremos.

- Gracias, me encantaría. No entiendo mucho de vinos…

- Nos ocuparemos de eso.

Al fondo del pasillo sale luz por debajo de la puerta del despacho de Taylor. Toco con los nudillos dos veces antes de abrir la puerta y entrar.

- Buenas noches, señor Grey. Señorita –dice poniéndose en pie, demostrando que la charla de antes ha tenido su efecto. Anastasia reacciona cohibida, espero que recordando con quién tiene que mantener las distancias. Por si acaso, se lo recuerdo-. Hola Taylor. Estoy enseñándole el apartamento a la señorita Steele. Ana, aquí es donde trabaja Taylor. Su… oficina, digamos.

- Muy bien, señor Grey. Si necesita algo, aquí estaré.

- Gracias. Nada, de momento. Sigue con lo que estuvieras haciendo.

Taylor vuelve a su mesa, al teléfono, a las pantallas que muestran las imágenes de las cámaras de seguridad. No parece que esta noche nadie vaya a descansar mucho. Pasamos por la biblioteca.

- Aquí ya has estado, por supuesto.

Como buena amante de los libros, Anastasia respira su olor nada más entrar en la sala. Pero su atención se dirige inmediatamente a la mesa de billar, y me reta.

- ¿Jugamos?

- ¿Al billar? ¿Has jugado alguna vez?

- Puede que un par de veces. ¿Tienes miedo? –dice, divertida, acercándose al tapete al otro lado de la mesa.

- ¿De una cría como tú? No, nena. No me das ningún miedo.

- Apostemos, entonces, señor Grey.

El juego se pone serio. La vuelta al apartamento ha terminado y, por fin, he conseguido dejar apartados todos los asuntos que me perturbaban. Que Leila aparezca o no es cuestión de tiempo pero, en cualquier caso, Taylor y Sawyer están en ello y hemos apartado de la conversación todos los tópicos incómodos: ir a trabajar, mis amistades… Y hay pocas cosas más sexys que ver a una mujer inclinada sobre una mesa, aunque sea de billar.

- ¿Tan segura está de sí misma, señorita? –su mirada segura me indica que sí-. Apostemos, entonces. Lo que usted diga.

- Está bien: si gano yo, volvemos al cuarto de juegos.

La boca se me seca. ¿Al cuarto de juegos? Otra vez ese empeño por demostrarme que está dispuesta a cualquier cosa con tal de complacerme. No hay problema, ganaré yo.

- ¿Y si pierdes? –pregunto para zanjar los términos de la apuesta.

- Si pierdo yo, puedes elegir –responde.

La oferta es muy suculenta. Gane o pierda, sea en el cuarto de juegos o no, está bastante claro en lo que se va a traducir esta apuesta.

- ¿Billar americano, inglés, o a tres bandas?

- Americano. A los otros dos no sé jugar.

Estupendo. Sea. Disfrutando cada instante cojo los tacos y las bolas. Las coloco en el tapete. Anastasia no me quita ojo de encima. Sonríe, relajada.

- ¿Quieres sacar tú? –le ofrezco, dándole la oportunidad de tocar una bola y alargar la partida. Puedo ganar de una atacada, pero sería menos interesante.

- Vale.

Sosteniéndome la mirada frota el cubo de tiza contra el taco. Sopla. Sabe lo que está haciendo, y me sorprende. Siempre me sorprende. Tal vez Ray, además de llevarla de pesca, le enseñó a jugar al billar. Veremos. Coloca el taco en posición, inclinándose sobre la mesa. El pelo le cae en cascada a los lados de la cabeza. Golpea con destreza y rompe el triángulo de bolas con un ruido seco. Bravo. Buen tiro. Una entra en la tronera.

- Escojo las rayadas.

- Adelante.

Parado contra la pared observo cómo se mueve alrededor de la mesa. Ágilmente su cuerpo se dobla sobre la mesa y no puedo dejar de mirar la forma de sus piernas en los apretados jeans. Una bola, después de otra, hasta tres, impactan con seguridad haciendo geométricas carambolas y entran en las troneras.

- La catorce –dice, apuntando a la bola verde-, al fondo a la derecha.

Se inclina sobre el tapete y coloca el taco, que se desliza suavemente entre sus dedos. Apunta, mirando alternativamente a la bola y a la tronera del fondo. No es consciente de que está colocada frente a mí, y que por el cuello de la camisa azul puedo ver su escote, el arranque de sus pechos que se contonean. Son lo único que puedo mirar cuando golpea la bola blanca. Sólo el chasquido de su lengua me indica que ha fallado. No puedo apartar la vista de su cuerpo. Y entonces decido cuál va a ser mi premio: voy a follármela aquí, sobre la mesa.

- ¿Sabes, Ana? –le digo, aún apoyado en el taco al otro lado del tapete-, podría pasarme el día entero aquí, viendo cómo te inclinas y te estiras sobre la mesa de billar.

Dejo el taco en contra la pared y me quito el jersey para estar más cómodo. Además, la temperatura está empezando a subir aquí dentro. Limpiamente, meto cuatro bolas en las troneras. A propósito paso cerca de ella siempre que puedo, rozando con la punta de los dedos su cintura.

- Disculpa –le digo, abriéndome camino.

Podría terminar la partida ahora mismo, pero quiero seguir un poco más. Quiero disfrutar de ella un poco más. Se está divirtiendo tanto. Probablemente esto se parece a la idea de amistad que tiene ella, y a la de sexo que tengo yo. No es sólo un juego, son los preliminares de lo que va a venir ahora. Fallo el tiro.

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