Capítulo 33.14

Índice

¿Cómo es posible que sea tan insensata? No, es imposible. No puede ir a ningún sitio, no puede moverse de aquí. No hasta que encontremos a Leila. Y no estoy dispuesto a tolerar caprichos ni estupideces, como eso de que tiene que ir a trabajar.

- Es peligroso Ana –digo, apretando los puños.

- Pero Christian… -titubea, poco segura de lo que va a decir-, yo necesito trabajar para ganarme la vida. Y no va a pasarme nada.

- No necesitas trabajar para ganarte la vida, Anastasia. Y además, ¿cómo puedes estar segura de que no va a pasarte nada? –imagino otra vez a Leila mirándola en plena noche, mientras dormía… No, no estamos seguros.

- ¡Por el amor de Dios, Christian! –estalla cambiando el tono condescendiente por un grito. Si quiere confrontación, la tendremos-. Leila estuvo a los pies de la cama y no me hizo nada. ¡Nada! Y sí, claro que necesito ir a trabajar. Siempre lo he hecho y ahora no va a ser diferente. Además, no quiero deberte nada. Todavía tengo que pagar el préstamo de la universidad.

Se cuadra delante de mí con las manos apoyadas en las caderas, dispuesta a desafiarme hasta el final. Trato de encontrar una fórmula que me permita hacerme con ella y doblegar su voluntad pero las llamas en sus ojos me gritan que no, que ella tampoco está dispuesta a ceder.

- No quiero que vayas al trabajo, Ana.

- Pues no depende de ti –espeta, rápidamente-. No es tu decisión, te pongas como te pongas.

¿Puedo hacerlo? ¿Puedo impedirlo? ¿Hay alguna herramienta, más allá de la persuasión, que claramente no está funcionando, que me permita retenerla en casa? Me temo que no. Joder, es tan tozuda. Todos esos prejuicios, esas costumbres de niña pueblerina que no quiere dejarse ayudar, convencida de que es el sudor de su frente el que tiene que pagarlo todo. Aunque tal vez haya una forma. Enviaré a Sawyer con ella. Así irá a trabajar y tendrá su caprichito, así podrá sentir que es ella la que lleva las riendas de su vida, pero yo estaré seguro de que está a salvo.

- Está bien. Irás a trabajar. Pero Sawyer irá contigo.

- No es necesario, Christian, por favor –insiste ella, apartándose el pelo de la cara, frotándose las mejillas-. No tiene ninguna lógica que me lleves escoltada.

- ¡Lógica! –estallo, cansado de la discusión-. Si no dejas que te acompañe mi jefe de seguridad verás lo ilógico que puedo llegar a ser para que no te muevas del apartamento.

Desafiante, da un paso atrás.

- ¿Y qué es lo que harías, exactamente? –me reta.

- Sabes perfectamente que se me ocurriría algo. Te sugiero que no me pongas a prueba.

- Está bien, acepto a Sawyer –se rinde al fin, levantando las manos en señal de tregua-. Uno de tus gorilas puede venir conmigo al trabajo si así te quedas más tranquilo.

Bien. Así sea. Una victoria a medias, pero una victoria, al fin y al cabo. Mejor para todos. Si Sawyer está con ella todo el tiempo no habrá ningún problema. Pero, ¿cómo saber dónde y cuándo van a surgir los problemas? No vimos venir a Leila, no nos imaginamos que pudiera haber entrado en el apartamento y, sin embargo, lo hizo. Conocía bien cada rincón de esta casa, pudo haber estado escondida horas. Eso le da una ventaja sobre Anastasia que convendría eliminar.

- ¿Quieres ver el resto del apartamento? Aún no te lo he enseñado –le tiendo la mano buscando su contacto de nuevo, para apaciguarme.

- Está bien, vamos.

- Lo siento, no quería asustarte –digo, al notar que sigue rígida frente a mí, distante, tal vez enfadada.

- Oh, no lo has hecho, Christian. Aunque me ha faltado poco para salir corriendo…

- ¿Salir corriendo? –no, joder, otra vez no.

Advirtiendo el temor en mis ojos acaricia mi mano.

- Era una broma, Christian. No me voy a ninguna parte. No hasta mañana, que voy a trabajar. Con Sawyer –responde en tono de broma, poniendo los ojos en blanco.

- Anda, vamos.

Salimos de la habitación y subimos las escaleras, evitando intencionadamente la puerta del cuarto de juegos.

- ¿Cuántas habitaciones tiene el apartamento? –me pregunta, curiosa.

- No sabría decirte, depende de a lo que llames habitación. Aquí arriba hay tres, aunque nunca las uso.

- ¿Y esa puerta? –dice, señalando la entrada al ala del servicio.

- Ahí están las habitaciones de Taylor y de la señora Johnson. Tienen un pequeño apartamento con dos habitaciones, cocina, salón… ¿Quieres verlo?

- ¡No! –replica-. Te creo. No estaría bien invadir su intimidad.

Anastasia me sigue por el recorrido del apartamento, sorprendiéndose de que apenas entre en ninguna de las habitaciones de que dispongo.

- ¿Y esto?

- Esto es lo que el resto de la gente llamaría el cuarto de juegos –digo, guiñándole un ojo.

- ¿Con todos estos cachivaches? ¿Y no vienes demasiado? –se sienta en el sofá frente a la televisión, toqueteando los mandos a distancia que hay en la mesa-. ¡Tienes una Xbox! Nunca lo habría dicho.

- Sí, la tengo, pero soy muy malo jugando. En realidad sólo me he medido con Elliot, y me ha ganado siempre.

- ¿Al señor controlador todopoderoso le ganan a los videojuegos? –dice, riéndose de mí.

- A los videojuegos sí, al resto de juegos –respondo, sentándome tan cerca de ella que siento el calor de su cuerpo-, no hay quien me gane.

- Un cuarto de juegos… -mira a su alrededor mientras lo dice-. Hubo un tiempo en que yo misma pensé que el otro cuarto, tu cuarto de juegos, sería algo parecido a esto.

- Sí, tuvo gracia.

- ¿Me considera usted graciosa, señor Grey? –me pregunta, acercando su rostro al mío.

- Sí, señorita Steele –respondo yo, rozando la punta de su nariz con la mía-. Es usted muy graciosa, cuando no se comporta de manera exasperante, claro.

- Es que no puedo evitar ser exasperante cuando usted es irracional –se acerca aún más, tocando mis labios.

- ¿Irracional yo? –siento su aliento en mi boca, y de pronto tengo ganas de poseerla aquí, ahora.

- Así es, señor Grey. De hecho, su segundo nombre podría ser Irracional.

- Pero yo no tengo segundo nombre –la beso.

- Pues irracional le quedaría estupendamente –me devuelve el beso ella a mí.

- Eso es opinable, señorita Steele –en este momento me pegaría más irrefrenable que irracional, porque las ganas de arrancarle la ropa me están empezando a mortificar.

- Me gustaría conocer la opinión del doctor Flynn al respecto –dice, separándose de mí, y riendo. Pensaba que Trevelyan era tu segundo nombre.

- No, es un apellido, pero no lo uso –el cambio de actitud de Anastasia no ha frenado mis ganas de follar, y me levanto, tomándola de la mano, dispuesto a terminar la ruta por el apartamento y volver al dormitorio-. Es demasiado largo. Ven. Sigamos.

Anterior Siguiente