Capítulo 33.13

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Taylor sale del despacho y yo me quedo un momento frente al ventanal, tratando de poner en orden las cosas. Las luces de la ciudad están encendidas a mis pies. La noche cae de golpe poco después del atardecer, como si la oscuridad acelerase una vez que el sol se pone. En algún punto de Seattle, ahí abajo, está ella. Leila. Sola. Probablemente asustada. Peligrosa, tal vez. Tamborileo con los dedos sobre la superficie de la mesa preguntándome qué podría hacer. Cómo puedo mover lo que esté en mi mano para evitar que sufra más. No puedo evitar sentirme responsable de su seguridad y, a la vez, de la mía y la de Anastasia. Tengo que encontrar la manera de que no estén reñidas.

Miro el reloj que cuelga en la pared, casi las ocho. Un poco tarde para llamar a Flynn en fin de semana, pero debo hacerlo.

- Flynn –responde al tercer timbrazo.

- Buenas noches, doctor. Soy Christian Grey.

- Sí, el reconocedor de llamadas hace cosas magníficas en estos tiempos, Grey. Dígame, ¿en qué puedo ayudarle? –pregunta.

- Lamento molestarle a estas horas, pero hay algo que necesito saber.

- Lo que quiera, ya sabe que es de mis mejores pacientes.

- Clientes, debería decir –corto su ironía de golpe.

- Hablaremos de eso en la próxima sesión –corta él la mía sin dudar.

- Leila Williams no ha aparecido, pero no creo que tarde en hacerlo. ¿Sería posible ingresarla en algún sitio discreto? Necesitamos tenerla controlada y no dar la alarma a la policía.

- Mmm… -Flynn duda unos momentos después de contestar-. Veremos lo que puedo hacer. No sé si será fácil, señor Grey. Para eso hay que dar con ella antes de que se haga notar. Estoy de acuerdo con usted en que no tardará en aparecer, pero irrumpir en una casa ajena es un delito, y si las autoridades se enteran serán ellos los que actúen.

- Confíe en mi equipo. La encontraremos antes que ellos. Sólo necesito saber que una vez que lo hagamos usted estará en condiciones de proporcionarle cuidados.

- Sí. Lo estaré. Llámeme en cuanto den con ella.

- Gracias, doctor Flynn.

- Hasta mañana entonces –se despide.

- Si no hay ningún imprevisto –le advierto yo.

- Como desee.

Corto la comunicación y reviso las listas de llamadas. Tengo una corazonada que no sé de dónde viene. Leila no ha llamado, no ha escrito. Sólo ha irrumpido en el apartamento, y nadie sabe dónde está. Pero me busca a mí, busca a Anastasia. Busca venganza. Ha perdido a alguien. Guardo el teléfono, apago las pantallas antes de chequear por última vez la posición de los equipos de seguridad y de convencerme por mí mismo de que el Escala es un lugar seguro. Apago las luces detrás de mí, y vuelvo a mi dormitorio.

Anastasia está dentro del vestidor recorriendo con la yema de los dedos su ropa, colgada ordenadamente en el armario. Los vestidos, los trajes de chaqueta, los zapatos, la lencería. Todo está en su sitio, tal y como debería estar. Las baldas que hasta ayer contenían trajes grises y camisas blancas tienen ahora prendas de color, de sedas, de lanas, de satén. ¿Le parecerá bien, o pensará que es otra de mis intromisiones controladoras en su vida? Con ella nunca se sabe… Anastasia advierte mi presencia y se gira.

- Han traído aquí todas tus cosas. Bien hecho –le dijo, fingiendo sorpresa.

- ¿Qué pasa? ¿Hay alguna novedad? –dice ansiosa, acercándose a mí.

- Sawyer y Taylor creen que Leila accedió al edificio a través de las escaleras de incendios, aunque para eso tenía que tener una copia de la llave –Anastasia me escucha alarmada, con los ojos muy abiertos, y trato de tranquilizarla-. En cualquier caso, han cambiado todas las cerraduras de las zonas comunes del edificio, así que no hay peligro de que vuelva a entrar, puedes estar tranquila. Además han revisado todas las habitaciones del apartamento, han peinado la casa centímetro a centímetro y Leila no está aquí –pensar que podría haberla visto, que podría haberla parado, que podría haberla ayudado antes de que se escapara en medio de la noche, de nuevo…-. Ojalá hubiera sabido dónde estaba; ha conseguido esquivar todos nuestros intentos de encontrarla, pero necesita ayuda.

- ¿Qué vas a hacer cuando la encuentres? –me pregunta Anastasia buscando refugio entre mis brazos. La noto temblar. La envuelvo en mi cuerpo.

- He hablado con el doctor Flynn. Se ocupará de ella.

- Pero, ¿qué hay de su marido? –por lo visto a Anastasia le resulta tan absurdo como a los demás que no esté haciendo más esfuerzos por ayudarla.

- Su marido no está siendo muy colaborador. No quiere saber nada de ella. Y tampoco podemos contar con su familia. Por lo visto están todos en Connecticut y ni siquiera sabían que andaba vagando por el mundo. Mucho me temo que está sola por ahí, vagando.

- Es tan triste –dice Anastasia, rodeándome con sus brazos más fuerte.

Sí, lo es. Es muy triste y muy peligroso, pero eso prefiero no decírselo. Aspiro el olor de su pelo, que tiene pegado el salitre todavía, y recuerdo la tarde maravillosa que hemos pasado. Todo va encajando entre nosotros y, ahora, sus cosas están aquí entre las mías. Su vida está cada vez más cerca de la mía. Y no sólo para que me resulte más sencillo protegerla.

- Dime, ¿qué te parece que haya ordenado traer tus cosas aquí? Me hace muy feliz compartir la habitación contigo –susurro sin dejar de acariciar su cabello.

- Me parece bien –responde, escueta.

- Quiero dormir a tu lado. Cuando duermes conmigo no tengo pesadillas –confieso.

- ¿Tienes pesadillas? –aparta su cabeza de mi pecho para mirarme.

- Sí –respondo, casi avergonzado. Flynn es el único que sabe de mis pesadillas. Y mi familia, solía gritar en sueños, noche tras noche.

- Estaba preparando la ropa para ir a trabajar mañana –dice, mirando hacia el vestidor.

- ¿Ir a trabajar? –la aparto de mí, sujetándola a la distancia de mis brazos estirados. Está muy equivocada si piensa que voy a dejar que salga del apartamento para ir al trabajo ese que tiene.

- Pues claro, mañana es lunes, ¿recuerdas? Y yo tengo un trabajo.

- Pero Anastasia, Leila sigue suelta por ahí, y no sabemos dónde. No quiero que vayas a trabajar.

- Vamos Christian, no seas infantil. Eso es una tontería –se aparta de mí y se sacude mis manos de sus antebrazos.

- No es una tontería, no tienes por qué ir.

- Pues claro que tengo por qué. Es mi trabajo y, además, me gusta –replica.

- No, Anastasia. No tienes por qué ir –y no voy a dejar que vayas.

- ¿Crees que voy a quedarme aquí cruzada de brazos mientras tú andas por ahí salvando el mundo? –pregunta indignada.

- La verdad es que sí –no quiero decirle que tiene un trabajo absurdo, que es ayudante en una editorial pequeña y en quiebra y que, además, es mía. Mejor no hacer sangre.

- Necesito ir a trabajar, Christian –me suplica-.

- No Anastasia, no lo necesitas.

- Sí, te digo que sí.

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