- Me gusta tocarte, nena –digo, mientras mi mano, aún abierta, recorre su vientre de lado a lado.
- Y a mí que lo hagas –responde.
Con mis ojos fijos en los suyos voy subiendo. La presión es tanta que parte de la tela se queda atrapada bajo mi mano, y el satén del camisón rosa danza sobre su piel tersa. Cuando alcanzo sus pechos, gime. Se muerde el labio, parpadea fuerte, tratando de expulsar el sopor del sueño. Sus pezones se endurecen en cuanto mis dedos los rozan. Se yerguen bajo la tela pálida. No lleva nada debajo del camisón… nada. Busco la parte de abajo y meto la mano por debajo, acariciando su piel desnuda, su cintura, sus nalgas, su pubis, perfectamente depilado. Anastasia me lleva a unos niveles de excitación que nunca había experimentado. Agradecido por la experiencia, la beso profundamente. Ella acaricia mi rostro, siento que sonríe, y se recoloca sobre mí para facilitarme las caricias, que están acercándose a sus zonas más sensibles. Noto el calor que emana, noto la humedad, y siento un tremendo deseo de masturbarla con mi lengua. La tomo en volandas, y la siento sobre el piano. Sus pies hacen sonar las teclas al apoyarse. Tal vez nunca un piano haya sonado tan bien.
Acaricio sus tobillos, sus pantorrillas, sus muslos. Retiro el satén del pijama, y separo un poco sus piernas. Su sexo desnudo se presenta ante mí. Lo quiero mío, y lo quiero ahora.
- Túmbate –le digo, ayudándola a recostarse sosteniéndola por los brazos.
Cuando lo hace, siento un leve temblor en sus piernas. Fruto de los nervios, me digo a mí mismo. Acaricio de nuevo sus muslos, beso su vientre, respiro sobre su sexo hasta que un suspiro profundo me indica que está relajada. Entonces abro sus piernas tanto como me lo permiten sus caderas, apoyando sus pies en ambos extremos del teclado del piano, y empiezo un camino de besos húmedos empezando en sus tobillos. Su respiración se acelera a medida que me acerco a su sexo. Mi boca va por delante de mis manos, pero no mucho. Sus pies se encogen de placer, y el sonido de las teclas al hundirse bajo ella la delatan. Siento el olor de sus fluidos corporales. Mezcla de sudor y de deseo. De inocencia y de lujuria. Me dejo llevar hasta su vagina, lamiendo alrededor de ella, introduciendo muy ligeramente mi lengua en ella. Anastasia gime, jadea, susurra mi nombre. Y yo lamo, yo me alimento de su cuerpo como si no hubiera nada más. Busco su clítoris, busco su placer, me hundo en su cuerpo acompañado del sonido de las teclas del piano y de su respiración, y lucho con sus piernas. Abriéndolas más y más. Dejándola más abierta para mí. Cada vez más.
- Christian, te lo ruego –me suplica, deseando que me detenga y que la penetre.
- Oh, no, nena. Todavía no.
Se deja llevar, no sin quejarse. Pero quiero seguir dándole placer, quiero prolongar su goce. Escucho las señales de su cuerpo, acelero los movimientos de mi lengua y los músculos de sus piernas, que se van tensando acompasadamente, me indican que está llegando al vértice del placer. Entonces, sólo entonces, me detengo.
- ¡No! –mi repentino abandono crea el efecto deseado. Frustrada, Anastasia se lamenta y me pide más.
- Esta es mi venganza, Anastasia –digo, lamiendo lentamente por última vez su clítoris-. Si discutes conmigo –continúo lamiendo hacia el ombligo-, encontraré la manera de desquitarme con tu cuerpo-.
Atrapo uno de sus pezones entre los dientes, por debajo de la tela. Y mis manos, que se habían mantenido casi quietas en sus tobillos, empiezan a hacer el mismo camino que habían hecho antes mis besos. Pero más deprisa. Yo también tengo prisa por llegar, y sólo quiero abrirme paso ahora mismo. Anastasia adivina pronto hacia dónde se dirigen, y gime. Y yo aprieto mis dientes sobre su aureola. E introduzco los dedos en su vagina, perfectamente lubricada.
- ¡Ah! –grita, al notar cómo la acaricio por dentro.
El cuerpo de Anastasia se arquea una y otra vez sobre la tapa del piano, quedando apoyado apenas sólo bajo su cabeza y su coxis. Mientras, con los pulgares dentro de su vagina y los índices trazando círculos sobre su clítoris, Ana se va mojando más y más.
- ¡Christian! –suplica de nuevo, y esta vez cedo a sus ruegos.
Ya ha tenido suficiente venganza y, además, estoy como loco por follármela. Ya ha tenido suficiente castigo. De hecho, no sé si yo mismo habría aguantado tres clímax frustrados como acaba de hacer ella. En un momento me desnudo, me coloco un preservativo y la empujo un poco más sobre el piano. Me coloco delante de ella, de rodillas sobre la tapa del piano.
- Anastasia, te deseo mucho. Mucho.
Y sin más dilación, con un directo golpe de cadera, la penetro. Noto cómo las paredes de su vagina ceden poco a poco, apretándome dentro de ella. Este momento es insuperable. Ella lo siente también y me aprieta las nalgas con fuerza, obligándome a detenerme unos momentos dentro de ella, en lo más profundo de su cuerpo. Sus ojos están fijos en los míos, y levanta la barbilla buscando mis besos. Flexiono los codos para acercarme, y la beso. Me muerde, busca ansiosa con mi lengua la suya, deseosa de llegar por fin a un clímax que le ha sido negado. Pero estoy seguro de que no habría sido así de placentero de otra manera.
- Nena, oh nena, qué placer –digo, volviendo a colocarme sobre las rodillas y sosteniendo entre las manos sus tobillos.
Empujo, una y otra vez, sin piedad, duro y fuerte. Ambos estamos a punto de corrernos. Pero esta vez quiero que lo haga ella. Quiero que busque el orgasmo que no le he permitido tener. La levanto y me coloco yo sobre mi espalda, tumbado. Anastasia, a horcajadas sobre mí, busca su ritmo, jugando con sus caderas de lado a lado, de adelante atrás. Con mucho cuidado de no apoyarse sobre mi pecho, sino en mis brazos, acelera sus movimientos y juntos estallamos en un gran orgasmo. Exhausta, se deja caer sobre mi pecho, todavía jadeante, con perlas de sudor en los hombros, en el escote.
- ¿Tomas café por las noches? ¿O té? –pregunta, de repente, Anastasia.
- Qué pregunta más extraña –respondo, sorprendido. No sé a cuento de qué viene después del sexo una pregunta así.
- Es que quería llevarte algo al estudio. Cuando me he despertado y he visto que aún no habías venido a la cama, y que seguías trabajando. Pero no sabía si te apetecería –dice, explicándose.
- Ah, era por eso… Por las noches tomo agua. O vino. Un bourbon, muy de vez en cuando. Pero tal vez debería probar el té, puesto que a ti te gusta.
- La verdad es que apenas sabemos nada el uno del otro, Christian –dice con algo parecido a lástima.