Capítulo 32.11

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- ¿Pasa algo, Anastasia? –pregunto, tratando de salir de dudas.

- Nada, tranquilo. Tu doctora Greene lo tiene todo bajo control, como cada una de las cosas de tu vida, siempre.

- ¿Qué te ocurre, Ana? ¿Qué te ha dicho?

- Que puedes estar tranquilo durante siete días –responde, molesta.

- ¿Cómo que siete días?

- Lo que oyes, siete días.

- ¿Quieres contarme de una vez qué te pasa, Anastasia? –empiezo a perder la paciencia.

- Nada, no pasa nada. Me gustaría vestirme. Olvídalo Christian, por favor –dice, ajustándose de nuevo recatada el cinturón del albornoz.

- Vamos a ducharnos, ven.

- Vale –espeta, por toda respuesta.

No sé qué habrá ocurrido allí dentro mientras la doctora Greene la examinaba, pero sea lo que sea, Anastasia se ha quedado molesta. Y al contrario de lo que cree, no lo domino todo. No sé qué ha pasado, y confío en que el agua caliente suavice un poco el ambiente, y suelte sus preocupaciones, como suele hacer con las mías. El agua caliente, que todo lo limpia y lo purifica.

La tomo de la mano y la llevo casi a regañadientes hasta el cuarto de baño. Mohína, se queda mirándome mientras ajusto la temperatura del agua y me desnudo. Pero no estoy dispuesto a pasar por uno más de los altibajos diarios a los que nos estamos acostumbrando, por falta de comunicación. Así que desatándole su albornoz, hablo claramente.

- Nena, no sé cuál es el motivo de que te hayas enfadado, o es solamente que has dormido pocas horas y estás de mal humor. Pero sea lo que sea –le retiro el albornoz, que se abre sobre sus hombros-, quiero que me lo cuentes. Me estoy imaginando todo tipo de cosas y no me gusta.

- La doctora Greene me ha regañado. Por haberme olvidado de tomar la píldora –dice, al fin-. Me ha dicho que podría estar embarazada.

- ¿Cómo? –mierda, mierda, mierda.

- Tranquilo, me ha hecho una prueba y no lo estoy –ella también parece aliviada-. Pero me ha afectado mucho, es increíble que haya sido tan estúpida… ¿Cómo he podido?

- ¿Estás segura de que no estás embarazada? Ese test que te ha hecho…

- Sí, estoy segura. Me ha hecho un test de orina. Y si alguien te dice que no, más vale que sea que no. Eso lo sabemos todos los que te tratamos –bufa, aún molesta.

- Está bien, lo siento. Tienes razón, una noticia así puede ser de lo más perturbadora –trato de sonar conciliador. He estado a punto de olvidarme de que también era su cuerpo, de que la responsabilidad era de ambos. De que el mundo no gira a mi alrededor. Esas cosas que sólo Anastasia consigue hacerme recordar.

- Pero, ¿sabes? Lo que más me preocupaba de todo era tu reacción, Christian.

¿Mi reacción?

- Bueno, la verdad es que me siento aliviado. Haberte dejado embarazada habría sido el colmo del mal gusto, de la mala educación –las palabras salen de mi boca sin saber muy bien cómo ni de dónde. ¿Qué coño estoy diciendo? ¿Qué sentido tiene esto que estoy diciendo?

- Entonces tal vez deberíamos abstenernos –dice Anastasia, respondiendo a la frialdad de mis comentarios.

- Eh, vamos… Esta mañana estás de muy mal humor –digo, atrayéndola hacia mí por las solapas del albornoz-. Deja que te abrace.

- Es sólo que me ha afectado mucho –responde, dejándose abrazar, hundiendo su cabeza en el hueco de mi hombro.

Esto es tan nuevo para mí… Anastasia reposa sobre mí, respirando, dejando salir la angustia del susto que acaba de pasar, y yo sólo quiero estar a la altura. Quiero poder ayudarla de la forma que lo hace ella, caminar, sin mirar atrás. Como ahora. Sentir que cada paso es un paso adelante.

- Yo no estoy acostumbrado a esto, Ana. Mi reacción natural habría sido castigarte, por haber sido poco cuidadosa con tu cuidado personal. Darte una paliza. Pero no creo que eso te hubiera gustado demasiado…

- No, no quiero una paliza. Pero esto sí que ayuda –dice, ahuecándose aún más sobre mi corazón.

Y en ese abrazo siento como Anastasia deposita todo ese amor que necesita, todo ese que nunca he tenido, que no he sabido recibir y no he podido dar. Esa voluntad de cuidar, sabiendo que no hay nada más allá de mi propia presencia, que pueda ayudarla.

- Ven, nena. Vamos a ducharnos.

La ayudo a entrar, y el aire húmedo inunda nuestros pulmones. El agua limpia, como siempre, tiene el efecto relajante que tanto me gusta. Lleno mis manos de jabón y hago espuma con ellas, hasta que las burbujas cubren por completo mism dedos. Anastasia está de espaldas a mí, aclarándose el pelo. Los ojos cerrados, la cara vuelta hacia la alcachofa, dejándose acariciar por las gotas. Entonces poso mis manso enjabonadas sobre sus hombros, y las bajo por sus brazos, su espalda, su vientre. La giro para tenerla de frente, y abre los ojos. Sus enormes y profundos ojos se calvan en los míos. Aprieta sus caderas contra las mías, y abre ligeramente cuando mis manos buscan su sexo entre las piernas. La siento tan cerca.

Decidido a terminar el ejercicio del día anterior, y sorprendido por extrañar un poco el contacto de sus manos en mi piel, la cercanía de su caricia, le entrego el sobre de gel de baño.

- Quiero que termines de quitarme el lápiz de labios, Anastasia.

Apenas es ya una línea borrosa, como un rímel corrido por las lágrimas, medio desvanecido.

- Ten cuidado por favor. No te separes mucho de la línea.

Me duele la piel. Me duele ya antes de que empiece a tocarme. Si supiera, lloraría. Quiero dejarme ir, ser para ti. Me voy conociendo cada vez con ella, la intensidad de lo que siento me revela cosas de mí mismo que nunca había visto.

- ¿Estás preparado?

- Sí –digo, con un murmullo.

Adelante. Ésta es nuestra única ciencia. Éste es el camino que tenemos que seguir, que recorrer juntos, esta especie de genial locura. De luchar contra mi instinto de golpear y repeler lo que me toca. Aprieto fuerte los puños, tanto como puedo. Y ella se apoya en mis hombros. Los hombros no son zona prohibida. Trato de tomar aire profundamente, pero me cuesta. Es como si tuviera reducida al mínimo la capacidad pulmonar. No me entra el aire.

Sin atreverme a abrir los ojos, intento desplazar la atención de sus manos y trasladarla a cualquier otra parte. Al agua que se arremolina a nuestros pies, antes de salir por el sumidero. Al vaho, que enfría las paredes de la ducha. A mi corazón, que bombea tan fuerte. No sé si podré soportarlo. No sé si esto tiene remedio. No sé si yo tengo remedio.

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