- Eres una diosa, Anastasia. Eres igual que Afrodita.

Nos fundimos en un abrazo que sólo logra separar la potencia de los envites de mi pelvis contra la suya, despertando nuestro éxitasis, nuestras ganas el uno del otro. Ella, igual que yo, se entrega a mi beso. Lame, chupa, muerde, aprieta mi cabeza contra la suya, atrayendo mi lengua dentro de su boca. Yo recorro sus costados con las manos, sosteniendo mi peso casi con las rodillas, hasta que ella entierra sus manos por debajo de la cinturilla de mis pantalones, buscando mi piel bajo la ropa interior. Joder, está dispuesta a llevar la inciativa.

- Al final conseguirás intimidarme, Ana –le digo sin soportar más la tensión, y retirándome para poder quitarme los pantalones y liberar mi erección-. Toma, ocúpate de esto. Ya sabes lo que tienes que hacer con él –le entrego un preservativo para que lo abra, y su intención de follarme se convierta en una realidad-. Tú me deseas tanto como yo a ti, nena, está claro.

Desnudo, me incorporo delante de ella, dejando mi pene a la altura de su cintura, dejando que haga. Sorprendentemente ágil, rasga el envoltorio del preservativo y lo saca, con dos dedos. Casi me siento orgulloso, pensando que hace unas semanas no sabía ni qué era esto. Dócil, levanta los ojos hacia mí, y asiento. Sí, nena. Adelante.

Con una mano sujeta mi miembro por la base y apoya el preservativo, estudiando antes la posición del mismo, tal y como me ha visto hacer a mí. Una vez colocado, la empujo ligeramente de los hombros hacia atrás, dejando su espalda apotada contra la cama. Las piernas ligeramente levantadas, mis manos por debajo de sus rodillas, para facilitar mi entrada. Y en cuanto apoyo mi pene sobre ella, un profundo gemido sale de sus labios. Como por arte de magia, estoy dentro. La abrazo, me aprieto contra ella, tomo su cara entre mis manos, regodeándome en la visión celestial de esta mujer preciosa, calmándome sólo con su presencia.

- Eres capaz de que me olvide de absolutamente todo, Anastasia. Tú eres la mejor de las terapias.

Ella hace desaparecer todas las preocupaciones.

- Más rápido Christian, por favor –me suplica, apretándome las nalgas con las manos.

- No, nena. No. Necesito ir despacio.

Ella admite mi ritmo sin poder hacer nada, en cualquier caso, para cambiarlo y establecer el suyo. Mi cuerpo pesa sobre el suyo, aunque sin aplastarla. Sus pechos rozan mi torso, su cadera se hunde en la mía, y sólo queda un leve resquicio por el que pasa el aire con el vaivén de los envites y enfría nuestro sudor. Entro más dentro, necesito estar más dentro. Empujo, consciente de que Anastasia está a punto de llegar al orgasmo, su clímax acercándose con cada vaivén. El mío también. Empujo, empujo. Siento las paredes de su vagina cerrarse sobre mí. Empujo una vez más. Ella gime, coge aire profundamente y lo deja salir.

- Oh, joder, Anastasia, joder –exclamo mientras me dejo ir al notar su orgasmo alrededor de mí.

Ella gime una vez más, sacudiendo sus nalgas. Aprisionándome dentro de mí. Yo hundo mi cara entre sus pechos, jadeando. La rodeo con mis brazos, respirando su olor. Su sudor. El aire que sale de sus pulmones. El ritmo de mis pulsaciones baja a medida que el ejercicio físico se detiene, y nuestros ritmos cardiacos se acompasan. Lentos. Estables. Con ella todo es diferente. Con ella todo es real. Con ella siento una paz interior que no es que no tuviera antes, es que no sabía que existía. Y no creo que, ahora que la he probado, pueda permitirme perder. No, de nuevo.

- Nunca me voy a cansar de ti, Anastasia. Te lo ruego, no me dejes. Nunca –le ruego, bajando mi cabeza hasta su vientre. La beso.

- No voy a irme a ninguna parte, Christian. Y te recuerdo que era yo la que quería besar tu vientre…

- Puedes hacerlo, nena. Ya nada te lo impide –puede, puede. Puede tocarme. Parece imposible, pero puede hacerlo. Lo ha hecho. Hemos superado juntos esa barrera… Al menos la primera parte de ella.

- Me encantaría, pero estoy tan cansada que no puedo moverme… Por más que lo desee, habrá que esperar.

- Pues duérmete, nena.

La ayudo a colocarse en posición correcta en la cama, poniendo en su sitio la coche y ahuecando las almohadas. Se deja hacer. Retiro de su rostro el pelo que, húmedo por el sudor, dibuja surcos caprichosos en su frente. Es deliciosamente bella. La abrazo, y dejo que se acurruque en mi regazo, sintiendo como con cada una de sus respiraciones el sueño la atrapa. Un suspiro profundo me indica que ya está en brazos de Morfeo.

Al fin, me dejo ir. Devuelvo a mi mente los pensamientos del día tratando de ponerlos en orden para poder conciliar el sueño. Sé que si no lo hago no podré dormir. Pero, ¿cómo poner en orden todo lo que ha ocurrido hoy? Anastasia tocándome, la intensidad de ese momento, solos ella, yo, y la línea del lápiz de labios sobre mi pecho. La fiesta, Anastasia en sociedad, mi familia, todo el mundo hablando y opinando… Elena. Y Leila. Joder, todo es tan confuso, todo es tan difícil fuera de ella. Y sin embargo a su lado el mundo frena. Para.

Se revuelve entre sueños, girándose hacia el lado opuesto al que estoy yo. La dejo hacer, y la abrazo por la espalda, encajando la desnuda curva de su cuerpo en el mío. Si no voy a dormir, por lo menos quiero compartir esta paz con ella. Levanto una mano para apagar el aplica que da la luz tenue de la suite que estaba cuando llegamos. Ni siquiera nos hemos molestado en hacerlo antes, o en encender otra. Ya en la oscuridad, en el piso once de este lujoso hotel, en el mundo estamos por fin, solos ella y yo.

Después de lo que me parecen miles de horas despierto. Anastasia sigue dormida entre mis brazos, boca abajo, respirando pesadamente. Es maravilloso verla despertar. Compruebo en el reloj de la pared que no son aún las siete de la mañana… No ha amanecido pero las primeras luces de la mañana se filtran a través de las pesadas cortinas opacas que no cerramos anoche. Inquieto, busco al otro lado del cristal, sin querer, una figura como la de Leila. Igual que anoche. La que se nos escapó. Una ligera figura vestida de negro escabulléndose en plena noche. Inquieto, me levanto con cuidado para no despertar a Anastasia. Me acerco hasta la cristalera y busco tras las cortinas el pomo de la puerta. Es una cerradura. No se puede abrir sin llave. Respiro aliviado. Al volver hacia la cama una luz llama mi atención. Es el aviso de mi BlackBerry. Hay mensajes.

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1 Comentarios

  1. MARY dice:

    El amor sublime que protege, que guía, que calma.

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