- No sé si debería ponerme de rodillas, y adorarte como a una diosa, o darte unos azotes que te quiten el aliento.
- Prefiero lo segundo, gracias -contesta ella, desafiante, escondida también detrás de una gran sonrisa, que es casi lo único que su máscara me permite ver. ¿A qué viene este ataque de envalentonamiento? ¿Desde cuándo se viene arriba así, la tímida Anastasia?
Sin embargo, el hecho de que me diga tan abiertamente que prefiere unos azotes, me enciende aún más. Su seguridad, su aplomo, sólo pueden ser fruto de la excitación. Está tan cachonda como yo. Y, además, ha llevado las bolas de plata varias horas en su interior… Sus ojos brillantes y su boca entreabierta lanzan todo tipo de señales. Las manos, que juguetean nerviosas la una en la otra, evitando acercarse a mí, el olor que rezuma su cuerpo, que conozco ya a la perfección… Ella lo quiere tanto como yo. Pero parece un pez fuera del agua. No sabe cómo ha de comportarse aquí. Qué puede y qué no puede hacer. Voy a echarle una mano. Acaricio con el dedo índice la línea de su mentón, intentando no resultar demasiado obvio, al menos no para el resto de nuestros compañeros de mesa.
- Estás pasándolo mal, ¿eh? A ver qué podemos hacer para solucionarlo.
Su respiración se acelera. Voy bien. Lo estoy haciendo bien. La rodeo con un brazo y la atraigo poco, pero con firmeza, hacia mí. A nuestro alrededor nadie mira. Bien. Con el dedo índice dibujo delicadas filigranas sobre su espalda desnuda. Adoro tocarla. Y que ella me toque. Decido ponerla a prueba. ¿Se atreverá la tímida señorita Steele a regalarme unas caricias delante de mis padres, de mis abuelos? ¿De la alta sociedad de Seattle? Es probable que sí, visto el arranque de autodeterminación del que ha hecho gala hace unos minutos. Veamos cómo de valiente eres a la hora de la verdad, señorita Steele…
El primer paso es tomar su mano y besarla con dulzura, como haría cualquier enamorado. Hasta aquí, todo normal. Pero luego bajo su mano hasta apoyarla en mi regazo. El brazo de Anastasia se tensa, adivinando mis intenciones. Sí, nena. Sí. Ahí vamos. Con su mano escondida sobre la mía, la empujo hasta mi muslo, y entre las piernas, después. Por un momento sopeso retirar la mía y dejar que explore sola, pero tengo demasiadas ganas de que me acaricie. Y no parece que vaya a animarse ella sola. Así qué dejo mi palma sobre su mano para ofrecer algo de protección, una suerte de disimulo.
Estudio su reacción mientras en el escenario se subasta una estancia de una semana a bordo del yate del doctor Larin y su esposa. Una pareja encantadora, pienso durante un segundo. Después, mis ojos se dirigen a mis compañeros de mesa. Todos buscan a los Larin con la mirada. La de Anastasia pelotea como en un partido de tenis de un lado a otro, preguntándose si debe hacerlo, o no. Oh por Dios, nena, sí, hazlo. Los músculos de mis muslos se tensan, oprimiendo mi incipiente erección. Anastasia lo nota y deja escapar una risita que sólo yo noto. Y deja que lleve su mano hasta mi miembro, que empieza a hincharse. Coloca la palma hueca y deja que se vaya llenando con mi pene, que crece, y crece. Mis dedos siguen jugando con su nuca del mismo modo que me gustaría hacer con su clítoris. Mi pulgar sube y baja por la línea de la nuca, donde empieza el pelo. Por mi mente cruzan a la misma velocidad que siguen las pujas las imágenes de la tarde. Nosotros dos, la línea roja, la mamada que me ha hecho, lo sexy que estaba en tacones y medias, dejándose introducir las bolas en la vagina…
- Setenta mil a la de una, setenta mil a la de dos, setenta mil a la de tres. Adjudicada la estancia en el yate por setenta mil dólares a la encantadora pareja del antifaz de arlequín.
Reviso la lista de lotes para la subasta y descubro con alivio que sólo queda uno. La estancia en la casa de mis padres en Montana, en el lago Adriana. La mano de Anastasia sigue jugando con mi pene, cada vez con más confianza, mientras la cifra de la puja sube y sube. Siempre es así, es último lote es no sólo el más suculento, sino el de los benefactores de la fiesta, el de los anfitriones, los señores de la casa. El objetivo primordial de todos los participantes a esta gala no es otro que quedar bien con mis padres. Ser los que salgan a su lado en la fotografía que abra los ecos de sociedad de los periódicos de la mañana. Al fin, la puja termina.
- ¡Adjudicado el lote del señor y la señora Grey por ciento diez mil dólares!
El aplauso es de obligado cumplimiento así que nuestro pequeño juego sexual termina ahí. Pero una vez finalizada la subasta, podemos escaparnos. Ahora vendrá la puja por las chicas para el baile inaugural, un horror de mal gusto que podemos ahorrarnos. Me acerco a Anastasia para proponerle una escapada a la casa del embarcadero. Quiero follar. Ahora. Antes de que el efecto de las bolas de plata se haya pasado.
- ¿Estás lista, nena?
- Lo estoy -responde echándose hacia delante en su asiento, dispuesta a levantarse.
- ¡Vamos Ana! ¡Ha llegado el momento! -interrumpe Mia apareciendo a nuestro lado y levantando a Anastasia de un brazo, bruscamente.
- ¿El momento de qué, Mia? -pregunta Ana, a quien mi hermana ha cogido completamente por sorpresa.
- El momento de la subasta para el baile inaugural. Oh, vamos, me has dicho antes que participarías…
¿Cómo? De pronto siento que toda la sangre que fluía por la mitad baja de mi cuerpo hace tan sólo unos minutos bulle ahora hacia mi rostro, y agradezco llevar la máscara puesta porque el arranque de ira es notable. ¿Cómo que Anastasia va a participar en la subasta por el baile? Es una práctica deleznable, y me parece del todo intolerable que se haga con ella. No puedo permitir que nadie trate siquiera de arrebatármela, que se imagines en el centro de la pista rodeando su cintura co n los brazos. Dispuesto a imponerme me pongo de pie y cuando hago un ademán de retenerla, Mia me fulmina con la mirada, detrás de su antifaz. Una súplica callada de que no le arruine la diversión. Así que dejo que se vayan. Por ella. Por mi hermana. Con Anastasia de esto hablaré luego. Nadie podrá arrebatarme mi primer baile con ella. Nadie que no sea yo respirará su aroma. Nadie mirará en lo más profundo de sus ojos detrás del antifaz. Nadie querrá hacerla volar, danzando entre la gente. Nadie osará atraerla de las caderas. Nadie tocará su piel. Nadie aquí dispone del dinero, ni de la determinación, para hacerlo. Nadie. Nadie. Nadie. Sólo Christian Grey. Sólo yo.
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4 Comentarios
Horale con lo celoso he…
hola quisiera saber si es posible que me puedan mandar todos los capitulos que van hasta ahora a mi correo,, todos los que vayan saliendo lleguen a mi correo…gracias
pd. gracias por compartir estas lineas con nosotros es otra manera de entender la triologia de cincuenta sombras..
Gracias E.L.James
Perdón, subsanado el error. Todo está correcto.Gracias
DISCULPA ESTE ES EL ULTIMO CAPITULO O TADAVIA HAY MAS?