- Mi Ana. Eres mía, nena.
- Sí, soy tuya. Siempre -animada por sus propias palabras el ritmo de su cabalgada se hace más rápido. Tanto que estoy a punto de correrme cuando oigo que se derrumba entre gritos sobre mí, y me dejo ir.

- Ohh, nena…

Joder, la satisfacción de sexo con Anastasia no tiene parangón. Nunca había disfrutado tanto, nunca los orgasmos habían sido tan intensos. Y nunca, sobre todo nunca, había terminado con una mujer apoyada en mi pecho recuperando el aliento, coronada por mis caricias, mi miembro aún dentro de su cuerpo. Y, sin embargo, el pelo de Anastasia me cubre el torso, y no puedo evitar cubrirlo de caricias, recorrer la suave piel de su espalda. Concentrarme y notar el aleteo de sus pestañas encima de mí. D pronto se alza, me mira.

- Eres preciosa.
- Y tú eres sorprendentemente dulce en algunas ocasiones.

Me incorporo para salir de ella, y su cuerpo se tensa alrededor de mi pene cuando sale, como queriendo retenerlo. Involuntariamente, su cuerpo me quiere retener. Cuando vuelva a tomar la píldora las cosas serán distintas, mejores. La beso con la ternura que desconocía hasta que ella llegó a mi vida.

- No tienes ni idea de lo atractiva que eres.

Ella sacude la cabeza, sin creerme.

- Vamos, no me digas que no te has dado cuenta. Con todos esos chicos que van detrás de ti…
- ¿Chicos? ¿Pero qué chicos?
- Si quieres una lista créeme, puedo hacértela. Tu amigo ell fotógrafo, está completamente loco por ti. Luego está el tipo de la ferretería. Después, el hermano mayor de tu amiga Kate y, por último pero no menos importante, tu jefe.
- Vamos Christian, eso no es cierto.
- Claro que lo es. Todos ellos te desean. Todos ellos quieren lo que es mío -la atraigo hacia mí para darle más énfasis a mis palabras, y susurro frente a ella-, pero tú eres mía.
- Sí, soy tuya -replica sonriendo.

Sus dedos recorren las marcas del lápiz de labios que aún siguen delimitando mis sonáis infranqueables. No puedo evitar tensarme, pese a que confío plenamente en ella. Sé que no traspasará los límites, que no irá más allá de donde yo deje que vaya. Pero el contacto humano tan cerca, me incomoda.

- la marca sigue intacta… Quiero explorar -dice, sin dejar de perseguir la línea roja, algo borrada por el roce con las sábanas.
- ¿Quieres explorar la casa?
- Más bien estaba pensando en el mapa del tesoro que he dibujado sobre tu cuerpo.
- ¿Qué significa eso, señorita Steele?
- Nada, sólo quiero tocarte allá donde pueda sin ir más allá.
- De acuerdo, pero… Espera -cedo, no sin hacer un tremendo esfuerzo para dejarme acariciar. Me incorporo para retirarme el preservativo, que cuelga aún de mi pene fláccido. Es odioso-. Detesto estos chismes. Creo que voy a llamar a la doctora Greene para que venga y te ponga una inyección.
- ¿Y tú crees que la mejor ginecóloga de todo Seattle vendría corriendo a tu llamada? -pregunta con un mohín. Sabe la respuesta.
- Puedo ser muy persuasivo, nena -aprovecho el cambio de tercio para retirarle un mechón de pelo de la cara. Hacerle un cumplido suele funcionar. Tal vez si follamos ya, otra vez, retrasemos la sesión de exploración… Necesito hablar con Flynn-. Estás preciosa, me encanta el corte de pelo que te ha hecho Franco.

Y sin embargo, el cumplido no funciona esta vez.

- Para de cambiar de tema, Christian.

Resignado, me recuesto sobre los antebrazos y coloca a Anastasia sobre mí. Tomo aire, profundamente.

- Toca lo que quieras, nena.

Su mano se adelanta hacia mi pecho, los dedos separados, ligeramente tensos. Duda cuándo apoyarlos, en qué momento tocar, y la incertidumbre me incomoda aún más. Contengo la respiración en el mismo momento en el que me roza. Ella siente mi rechazo, y retira otra vez la mano, que empezaba a dibujar el contorno de mi vientre.

- No es necesario que lo hagamos ahora, Christian -su tono suena entre compasivo y apenado.
- Sí, hagámoslo. Es sólo que tengo que… Adaptarme. Hace mucho tiempo que nadie me acaricia, Ana.
- ¿Desde la señora Robinson?

Así es. Elena me tocaba. Elena me acariciaba. Elena conocía mi cuerpo mejor que yo mismo. Elena fue la que me enseñó a quererme, a cuidarme y a respetarme. A mirar de frente cada cicatriz, a vivir con ella sin pensar que eran manchas en mi pasado. Elena, esa mujer a la que le debo tanto y que Anastasia sigue llamando despectivamente la señora Robinson.

- Preferiría no hablar de ella ahora, Anastasia. Este día ya ha sido suficientemente difícil, no quiero que nos lo amargue una conversación acerca de Elena.
- Para mí no es ningún problema hablar de ella -me miente descaradamente.
- Sí que lo es, te sulfurad cada vez que menciono su nombre. Pero mi pasado es mi pasado, y no puedo cambiarlo. Lo cierto es que es una suerte que tú no tengas uno, porque yo no podría soportarlo. Estoy convencido de que me volvería loco.

La sola idea de imaginarme al capullo del fotógrafo intentando besarla, o los ojos con los que su jefe la miraban en el bar, me hacen querer hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. No quiero ni pensar cómo reaccionaria al saber que Anastasia hubiera compartido cama con alguno de ellos. Que la hubieran poseído, visto desnuda, hecho gozar. Sacudo la cabeza.

- ¿Te volverías más loco que ahora? -su mirada picara me arranca una sonrisa. Sé que ha sido sólo mía, yo soy el único hombre de su vida, y así será.
- Me volvería loco por ti, nena.
- Oh Dios mío, si vas a enloquecer tal vez debería llamar al doctor Flynn…

- No creo que sea necesario –suficientes progresos estoy haciendo ya hoy…

Me incorporo, incómodo, molesto por el comentario de Anastasia. Tras un breve instante de silencio ella reacciona, y se coloca detrás de mí. Noto su aliento en mi hombro, cada vez más cerca. Siento una mano que se posa en mi vientre y un escalofrío me azota. Me obligo a mirarla para comprobar que es ella, la única persona en el mundo cuyo contacto estoy dispuesto a tolerar, la que me toca. Cuando mis ojos se cruzan con los suyos mi espíritu se serena. Es Anastasia. Es por nosotros. Sus dedos, que se habían parado esperando mi reacción, arrancan de nuevo.

- Me gusta poder tocarte, Christian –dice con voz suave. Y yo, empiezo a pensar que me gusta que me toque.

La yema de sus dedos traza círculos pequeños en mi estómago, y se deslizan hacia abajo. Se pierden en mi ombligo, serpentean provocándome un cosquilleo agradable. A fin de cuentas, puede que esto no esté tan mal, y suspiro con alivio. Las manos diestras de Anastasia bajan aún más, despertando otra vez mis instintos sexuales. Sin esconder la respuesta de mi cuerpo a sus caricias sobre mi pene, sonrío.

- ¿Otra vez, Christian? –su tono juguetón me enciende aún más.

- Oh sí, otra vez, señorita Steele.

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