Grace asomó la cabeza por la puerta, riendo.
Me ha parecido escuchar a alguien haciendo burla y riéndose de mi amadísimo esposo. ¿Quién de mis hijos ingratos ha sido?
He sido yo madre, pero si hiciéramos una competición tanto Christian como yo nos disputaríamos un oro muy reñido.
Estallamos en carcajadas los tres.
¿Se puede saber qué hacéis aquí tan misteriosos? ¿No deberías estar haciendo el equipaje, Elliot?
Estoy en ello mamá, pero quería pedirle un favor a Christian. Estábamos en ello cuando has llegado.
¿Y de qué se trata Lelliot? ¿Vas a decírmelo o tengo que contratar a una pitonisa que lea tus deseos en una bola de cristal?
Sacó la mano del bolsillo y me lanzó las llaves de su BMW.
Toma, enano. Tú ya tienes edad para conducir y yo tengo que dejar a mi pequeño aquí así que… todo tuyo.
¿En serio? – atónito miré a Grace que sonreía cómplice.- Grace, ¿tú lo sabías?
Pues claro querido.
¡Gracias Elliot! ¡No puedo creerlo!
De nada enano. Un pajarito me ha dicho que ahora vas a ir a la Roosevelt así que necesitarás un medio de transporte, ¿no? No querrás llegar allí de la manita de Olsen, y con Mia cantando horteradas en el asiento a tu lado.
Elliot, no sé qué decirte.
Os dejo solos, pareja. Voy a ver si Julianna tiene la cena lista. ¡Os quiero listos en diez minutos!
Vale mamá –Elliot volvió a girarse hacia mí.- No tienes por qué decir nada Christian. Este último año no nos hemos llevado especialmente bien y no sé si es que eso de irme me pone nostálgico o qué pero me apetece tener un detalle contigo. ¡Al fin y al cabo eres mi hermanito!
Sonreí. Era cierto, el último año había sido muy difícil entre nosotros. En la escuela había causado tantos problemas que el sólo hecho de que le relacionaran conmigo le había costado más de un disgusto a Elliot. Los profesores le atacaban diciendo que como hermano mayor que era debería tener alguna autoridad sobre mí, algún poder. Bien sabían que eso era imposible, pero lo intentaban de todos modos. Entre los chicos de su clase, había tenido que posicionarse entre los que me insultaban y los que no lo hacían pero no se atrevían a defenderme. Al final, la única solución que había encontrado era, simplemente, ignorarme.
Lo cuidaré mucho. Te lo prometo.
¡Eso espero! Ah y, el asiento trasero es abatible –dijo mientras me guiñaba un ojo.- Más de una y más de dos han pasado por los encantos Grey en la parte trasera de ese BMW.
¿En serio?
¡Pues claro! ¿Qué querías, que me revolcara como un animal detrás de un seto? De hecho, puede que des con la ropa interior de Mary Leland.
Elliot eres un cerdo –le reprendí, con una punzada de envidia.
Es posible, pero a tu edad sabía mucho más de lo que sabes tú ahora. Y si me aceptas un consejo te diré que no pierdas el tiempo. Las chicas en la secundaria están duras como peritas –entornó los ojos lascivo mientras lo decía- y se abren como membrillos dulces.
Vale, vale, está bien. ¡Déjalo ya! No hace falta que me demuestres nada. Tu fama te precede.
Venga, confiesa. ¿Te has estrenado ya? ¿Has echado tu primer casquete?
No pienso contestarte Elliot –tanta pregunta íntima me incomodaba. Claro que era virgen.
Vamos Christian, ya tienes dieciséis años. ¡Y apuesto a que más de una vez al día se te pone dura!
Y tan dura. Cada vez que me acordaba de la señora Lincoln. Pero no podía contárselo a mi hermano. No era el tipo de chica que le gustaba a él, jamás se fijaría en una mujer mayor, y mucho menos si era amiga de nuestra madre y nos había visto crecer, como era el caso. Nunca lo entendería y temía que se lo contara a Grace o peor aún, a Carrick.
Anda, vete a hacer la maleta. ¡Muchas gracias! ¿Quieres que te lleve mañana al aeropuerto?
¿En mi propio coche? Digo, en el tuyo… ¡Claro! Será toda una experiencia.
A la mañana siguiente salimos todos como si fuéramos un cortejo fúnebre, en una hilera de coches todos seguidos. Abría la marcha Olsen, que llevaba a Mia para dejarla en el colegio después del aeropuerto. Detrás íbamos Elliot, Grace y yo en mi recién herdado BMW. Y detrás Carrick, que no se fiaba de que fuéramos a llegar sanos y salvos si conducía yo y había decidido que lo mejor era ir detrás por si pasaba algo cambiarnos de coche y no perder, bajo ningún concepto, el vuelo de su hijo.
Grace le hizo todo tipo de recomendaciones durante el camino a Sea-Tac. Yo iba completamente absorto en mis pensamientos, dedicado exclusivamente a conducir y a no pisar ni una sola vez una línea blanca de la carretera. Por si fuera poco Elliot me metía más presión.
Hermanito, hoy es la prueba de fuego. Carrick va detrás de ti examinándote. Sáltate un semáforo, pisa una línea continua, o rebasa los límites de velocidad en una sola milla y despídete del coche.
Vamos Elliot, no es para tanto. No seas tan duro con tu padre.
Sí, lo hace porque nos quiere bla, bla, bla… - con un gesto burlón le indicó a Grace que se sabía la película. – Hazme caso hermanito, ésta es la carrera más importante de tu vida. Llega a Sea-Tac vencedor y habrás vencido para siempre.
Con los ojos buscaba a través del retrovisor los de Carrick que, efectivamente, me seguí muy de cerca. Así que devolví toda mi atención a la carretera y atravesamos la barrera de salidas del aeropuerto sin haber cometido una sola infracción. Estacioné el coche con máximo cuidado y al salir le abrí la puerta a Grace. Carrick estaba ya parado a nuestro lado.
Enhorabuena hijo, creo que has demostrado que tienes madera de conductor. El coche es tuyo.
¡Gracias! –respondí.
Venga familia, basta de cháchara que al final voy a perder el vuelo. ¡Que alguien me traiga un carrito para el equipaje!
Olsen apareció diligente con uno.
Aquí lo tiene señorito.
Cargamos en él las maletas y nos dirigimos a la terminal desde la que salía su avión. Grace intentaba disimular su pena pero los ojos vidriosos la delataban. Cada vez que una maleta pasaba por la cinta su expresión se tensaba un poco más.
Come bien, cariño.
¡Hablando de comer bien! Mira lo que te he preparado para el viaje hermano –Mia le tendió una bolsa de papel marrón de la que salía un olor delicioso.
¿Y esto? – Elliot miró en el interior de la bolsa y encantado se dirigió a Mia.- ¿Tarta de arándanos y almendra? ¿De verdad?
¡Sí! ¡La he hecho yo sola!
¡No puedo creerlo hermanita! ¡Eres la mejor!
Bueno, me ha ayudado mamá un poquito…
Se fundieron en un abrazo y Grace no pudo contener más la emoción, rompiendo a llorar. Mia, a pesar de tener sólo once años, tenía un don en la cocina. La tarta de arándanos y almendra era la tarta que la abuela nos preparaba cuando éramos pequeños y había que celebrar una ocasión muy especial. Un cumpleaños, una graduación, una muy buena noticia…
Sabes Mia, el día que llegaste a casa la abuela había preparado una igual –Carrick también sonaba emocionado. Era como si desviar la atención de la marcha de Elliot relajase la tensión.
Claro que lo sé papá. ¡Me lo has contado cientos de veces!
La megafonía llamó a los pasajeros del vuelo de Elliot y nos despedimos. Todos ellos se fundieron con mi hermano en un enorme abrazo y cuando terminó se volvió hacia mí, que esperaba parado junto a Olsen.
Hermano –dijo tendiéndome la mano.
Me vio titubear y la retiró rápidamente.
Hasta pronto Elliot. Que tengas buen viaje –sonreí haciéndole un saludo marcial.
Nos vemos en Acción de Gracias. Cuídate –respondió, devolviéndome el saludo.
Nos quedamos allí de pie esperando a que pasara el control de pasaportes y se perdiera entre la multitud en dirección a su puerta de embarque. A la salida del aparcamiento la comitiva se deshizo y cada uno puso rumbo a un sitio: Olsen y Mia a su colegio, que empezaba ese día, Carrick iba a llevar a Grace al trabajo y yo volví a casa. Mis clases no empezaban hasta la mañana siguiente.
¡Pórtate bien cariño!
Sí mamá.
¡Y conduce con cuidado!
Pues claro Carrick. ¡Ya has visto que soy un buen conductor!
De camino a casa di un rodeo para pasar por delante de mi nueva escuela. La Roosevelt High School era una institución mítica en Seattle. Un enorme edificio de ladrillo rojo con inmensos ventanales y tres puertas de entrada en forma de arco de medio punto. Se veía ya algo de movimiento y algunos alumnos estaban sentados en la escalinata de la entrada. Los campos de deportes estaban ya listos para el nuevo curso, el césped perfectamente cortado y regado, los setos que los delimitaban podados con un gusto exquisito.
Aquello era enorme. Lo suficiente como para poderme perder entre el resto de los estudiantes y pasar desapercibido. Di una vuelta de reconocimiento pensando en las miles de posibilidades que había para mí en un lugar como aquél, tan lejos de todo lo que quería escapar. Tenía la oportunidad de empezar de cero, de reinventar el Christian que quería ser. Aparqué mi recién adquirido coche y me dirigí a la entrada principal. No quería que llegase el primer día y parecer un idiota perdido entre la multitud. El inmenso hall era impresionante y las paredes estaban empezando a cubrirse de carteles con información sobre las actividades que iban a tener lugar a lo largo del año. Un grupo de chicas saltaba y chillaba delante de la lista de futuras animadoras admitidas en el equipo. La Roosevelt era famosa por ganar casi todos los años el concurso interestatal de atletismo, y la competencia por pertenecer al selecto grupo de animadoras debía ser feroz. A su lado, otra chica miraba tristemente el suelo, abrazada a su chaqueta ligera.
Cuando pasé por su lado repararon en presencia, pese al alborozo de haber sido admitidas, y empezaron a cuchichear. La que parecía triste, y probablemente no había sido aceptada en el equipo, me miró, siguiendo mis pasos con los ojos. Ignorándola completamente seguí de largo. Lo último que necesitaba era una nueva Amanda nada más llegar a la escuela nueva, una inadaptada, una rechazada. Tenía muy claro que, en el caso de decidir establecer relaciones de cualquier tipo en esta nueva etapa, sería sólo, única y exclusivamente con triunfadores. Y si eso quería decir ser injusto, que lo fuera. Pero no iba a ser el apestado otra vez. Aquí no.
Seguí mi camino como si supiera a dónde me llevaban mis pies. Llegando al patio interior me crucé con dos chicos con el uniforme del equipo de atletismo de la escuela que colocaban un pequeño stand con una pancarta en la que se leía “¿Has elegido ya tu club?”. Los dos muchachos repartían panfletos con miles de posibilidades de las hermandades a pequeña escala. Había que pertenecer al menos a dos clubes para ser aceptado en la Roosevelt.
-Eh, chaval, ¿eres nuevo? No creo haberte visto por aquí –me dijo uno de ellos.
- Sí, algo así –respondí.
- ¿Acabas de mudarte a Seattle?
- No –quería cortar aquella conversación, no tenía ganas de ser interrogado por un empollón antes incluso de empezar las clases.
- Pues entonces o te han echado de tu escuela antigua o quieres escapar por algo –dio un codazo a su compañero, riéndose de mí.
No me iba a dejar intimidar por dos capullos en traje de deporte. Estaba claro que lo que se llevaba allí era ser musculoso y lo más guapo posible. Y eliminar al rival más débil. Y yo no estaba dispuesto a ser ése.
Sabes, musculitos, algunos tenemos cerebro y, ¡oh! Además sabemos utilizarlo para algo más que para impresionar a un montón de capullos en una grada –me vine arriba.
¿Cómo dices, gilipollas? ¿Qué problema tienes? –sus ojos estaban llenos de ira, pero mi ataque le había pillado tan desprevenido que no acertó a amenazarme físicamente, que era lo único sensato que habría podido hacer.
Ningún problema Brutus, sigue a lo tuyo. Y suerte esta temporada. Dame un papelillo de esos, que ya veré a qué me apunto.
Te voy a –ya había tenido tiempo de reaccionar y levantó una mano.
Quito, Jason, déjalo –su amigo le paró la mano y trató de tranquilizarle. –Sólo es un puto pijo subnormal. Probablemente se apunte al club de amigos del bicho palo. Que le jodan.
Eso, que me jodan, pensé. Lo que sea con tal que me dejen tranquilo. Se me habían quitado las ganas de seguir con la aventura de descubrimiento, así que volví al coche. De todos modos, cuanto antes me quitara de en medio, mejor. Brutus no iba a pegarme pero casi mejor que no se quedara con mi cara. El curso era largo y no me interesaba ser el blanco de las burlas del capitán del equipo de atletistmo. Ni crearme fama de amigo del bicho palo. Había estado a punto de echarlo todo a perder. ¿Y si el subnormal musculado me hubiera amenazado de verdad? Habría respondido a su ataque, sin duda. Y no me preocupaba mucho el resultado final del combate, sino la promesa que le había hecho a Grace de que me iba a portar mejor, y no iba a provocar más problemas en la escuela nueva.