La casa está en silencio, y en penumbra. Todas las puertas de las habitaciones están cerradas, y sólo se ve una fina línea de luz por debajo de la del despacho de Taylor. Sigue ahí. Debería acercarme a controlar la situación. Acompaño hasta la habitación a Anastasia y la conduzco hasta el cuarto de baño. Un poco de agua no demasiado caliente le sentará bien a sus recién golpeadas nalgas. Lo hizo, me dijo que parara cuando quiso. Es una gran noticia. Puede que vayamos, al fin, por el buen camino. Programo la temperatura y conecto la manilla del agua. Inmediatamente comienza a salir por diez chorros llenando la bañera en un momento.
- Nena –le digo, desabotonando su camisa azul-, ve entrando en el agua. En seguida vengo.
- ¿Dónde vas, Christian? –me pregunta zalamera, consciente del efecto que provoca en mí su desnudez.
- A decirle a Taylor que puede irse a dormir –miento, sabiendo que esto me hará ganar puntos con ella-. Anda, entra.
- ¿Puedo echar sales de baño? –pregunta, pasando las yemas de los dedos por los botes que hay en el estante sobre la bañera.
- Puedes hacer lo que quieras, ya lo sabes.
- Adelante –dice la voz de Taylor desde el fondo de su despacho.
- ¿Novedades? –le pregunto, abriendo apenas la puerta unos centímetros.
- Ninguna, señor Grey –responde levantando la vista de las pantallas.
- Gracias, Taylor. Llámame si hay cualquier cambio. Estaré en mi despacho,hoy no iba a conseguir dormir.
- Por supuesto, señor Grey. Buenas noches.
El olor a sales de baño es tan penetrante que llega hasta el pasillo. Podría haberle dicho la verdad a Anastasia, puedes hacer lo que quieras pero detesto las sales de baño. Ese olor dulzón, pegajoso, empalagoso… Abro despacio la puerta, y la sorprendo cantando, moviendo grandes icebergs de espuma densa de un lado a otro de la bañera.
- Huele maravillosamente –le digo, haciendo notar mi presencia.
- ¡Oh! ¿Ya estás aquí? –me pregunta, sonrojándose, y ocultando las manos bajo el agua.
- Te dije que no tardaría, Anastasia –respondo, quitándome la ropa y dejándola caer en el suelo.
- Creí que me iba a tener que bañar sola.
- Jamás nena. No si yo puedo evitarlo. Hazme un sitio. ¿Chrimoya –pregunto, intrigado por el olor del aceite de baño.
- No –dice, sonriendo-. Prueba otra vez.
- Mango –pruebo, acomodándome a su lado.
- Negativo. El olfato no es una de sus mejores cualidades, señor Grey.
- Así es. Me rindo.
- Arándanos salvajes del Gobi –desvela al fin, estallando en una carcajada.
- Imposible, tienes que reconocer que era imposible.
El agua está maravillosamente caliente. Anastasia busca con sus pies los míos debajo del agua, juguetona. Acaricio su mejilla, sobre la rozadura, limpiándola con agua.
- ¿Te escuece? – pregunto.
- No –responde, sonriendo.
- Y… ¿el trasero? –no sería de extrañar que después de los golpes con la regla el agua caliente escociera-. ¿Te duele? –busco con mi mano sus pies y recorro sus piernas hasta la parte alta de los muslos, buscando acariciar con el índice el punto en el que su culo toca el mármol.
- Está un poco dolorido –dice, ruborizándose-. Pero no mucho. Y el agua me calma.
- Sabes, nena, me alegro mucho de que pararas –le digo colocándole un mechón de pelo que se le ha soltado del moño detrás de la oreja-.
- Sí –responde sonriente-, mi culo también se alegra.
Nos reímos los dos de su broma, y la tomo entre mis brazos, rodeándola con mis piernas. Anastasia apoya su cabeza en mi pecho y deshago el nudo que le mantenía el pelo recogido en lo alto de la cabeza. Su melena cae a ambos lados como una cascada y, como patas de pulpo, se extiende por la superficie del agua.
- ¿Puedo preguntarte algo, Christian? –me pide.
- Por supuesto, Anastasia. Ya sabes que sí, lo que quieras –respondo sin dejar de acariciar su cuerpo bajo el agua, con su suave piel mil veces más suave de lo normal por culpa del aceite de baño.
Se incorpora un poco, lo justo para girarse y mirarme a la cara.
- Tengo que pedirte un favor. Me gustaría que mañana, cuando vaya a trabajar, Sawyer se limitase a acompañarme hasta allí, dejarme en la puerta de la editorial y a recogerme a la salida.
- Anastasia, ya lo hemos hablado –respondo, incorporándome molesto yo también.
- Por favor, Christian, te lo pido por favor… -insiste-.
- Creía que ya estábamos de acuerdo en esto. Ya lo habíamos hablado –distraídamente, sigo acariciando su cuerpo.
- Lo sé, pero…
- ¿Y a la hora de comer? –interrumpo-. ¿Qué pasa con la hora de comer?
- Podría prepararme algo aquí, y comérmelo en la oficina. Así no tendría que salir a la calle. Oh, vamos, Christian, por favor.
- Está bien, Anastasia –concedo al fin, besándole un empeine-. Pero sólo porque me cuesta mucho decirte que no. Y tienes que prometerme que no saldrás, ¿de acuerdo?
- ¡Gracias! –dice, con los ojos iluminados-. Te lo prometo. No saldré.
- Ni un momento. Nada. Para nada.
- No.
- Trato hecho, señorita Steele.
- Muchas gracias Christian –dice, lanzándose sobre mí para besarme, colocándose a horcajadas sobre mí.
- Señorita Steele –digo, sintiendo cómo mi miembro reacciona ante tanta efusividad-, creo recordar que me ha dicho que no tenía demasiado dolorido el trasero… Tal vez podríamos –sin darle tiempo a responder, introduzco mi pene en ella, y me deslizo con la suavidad del aceite en el interior de su cuerpo, aún más tibio que el agua.
Anastasia sube y baja sobre mí, jadeando. Su respiración es lenta, profunda, tanto como mis penetraciones. Me noto tan dentro de ella, tan rodeado de ella… La espuma a nuestro alrededor va desapareciendo con los vaivenes de los cuerpos entrelazados, volviendo el agua de nuevo transparente.
- Ponte de pie, nena –digo, ayudándola con una mano.
Obediente se levanta, y cambio los mandos del agua para que caiga desde el techo, como una lluvia caliente. Anastasia sólo gime, busca mi boca con la suya, busca mi abrazo. Yo la giro. La coloco de espaldas a la pared y la cargo sobre mis brazos. Así, todo el peso de su cuerpo cae sobre mí haciendo que mi pene entre aún más en su cuerpo.
- Ah –se queja Anastasia.
- ¿Qué ocurre, nena?
- Me duele un poco. ¿Te importa si… paramos? –dice, señalándose el culo con las manos.
- La regla… -respondo, bajándola al suelo.
- Eso creo, sí. Pero si te parece bien podríamos seguir. De otra manera.
- ¿Y cómo le gustaría seguir, señorita? –pregunto, curioso.
Anastasia no responde, sino que se arrodilla ante mí. Y me come.