La sensación del agua cálida y la espuma es muy estimulante. Anastasia ha comenzado a bañarme. Ahora mismo está concentrada en mi pene. Le he dado instrucciones sobre los movimientos que debe hacer. Y luego, comenzó a hacerlo ella sola. Sus caricias son maravillosas.
Cierro los ojos y disfruto de cómo lo frota, lo aprieta, lo acaricia. Esto está muy bien.
De repente, la sorpresa más exquisita que puede suceder. Se inclina y comienza a chuparlo. Desliza su lengua por la punta.
—Uau… Ana.
Abro los ojos. La miro. Lo hace muy bien. No parece inhibida.
No existe nada más en el mundo en este momento.
—Dios —le digo y me entrego a ella.
Cierro los ojos y la dejo hacer su trabajo.
Mete la boca hasta el fondo. Gimo de placer. Gira la lengua. Se apoya en mis muslos y otra vez la boca hasta el fondo.
La cojo de la trenzas. Y comienzo a moverme. Le follo la boca. Y ella sigue haciéndolo muy bien.
—Oh… nena… es fantástico.
Comienza a hacerlo más fuerte. Sube y baja y sus labios se deslizan con la presión exacta. Mi pene entra y sale de su boca.
—Dios, ¿hasta dónde puedes llegar? —le digo entre gemidos.
Chupa cada vez más rápido, empujando cada vez más hondo. Lo hace muy bien. Es increíble que no tenga nada de experiencia. Lo hace muy bien, repito en mi cabeza. Sí, sí, lo hace muy bien.
—Anastasia, voy a correrme en tu boca —le anuncio—. Si no quieres, para.
Continúo con mi movimiento hacia el fondo de su boca. Ella lo recibe. La miro. La cojo del pelo con más fuerza. Siento llegar el orgasmo. Lo retraso un momento, quiero seguir disfrutando.
Pero el movimiento de su boca es exacto, así que me entrego. Me corro en su boca. Ella traga todo. Esto es maravilloso.
Me cuesta recuperarme y volver a la realidad. La miro. Me siento en un sueño.
Anastasia se incorpora. Sonríe. Está contenta. Cuando me doy cuenta de todo, no dejo de sentirme muy sorprendido.
—¿No tienes arcadas? Dios, Ana… ha estado… muy bien, de verdad, muy bien. Aunque no lo esperaba. ¿Sabes?
No responde. Sonríe y se muerde el labio.
Ha sido maravilloso. No puedo terminar de entenderlo.
—¿Lo habías hecho antes?—le pregunto.
—No.
Le creo. Parece increíble porque lo ha hecho demasiado bien, pero confío en ella. Se ha entregado a su cuerpo de manera espontánea. Y ya hemos visto los buenos resultados.
—Bien. Otra novedad, señorita Steele. Bueno, tienes un sobresaliente en técnicas orales. Ven, vamos a la cama. Te debo un orgasmo.
Me mira entusiasmada. Parece que le gusta esto de tener orgasmos. Sonrío.
Salgo de la bañera. Me pongo una toalla en la cintura. Saco otra para ella.
Anastasia me mira atenta. Observa cada movimiento.
Le tiendo mi mano. La toma y sale de la bañera. La envuelvo con la toalla, la abrazo y la beso. Me encanta lo que ha hecho con su boca. Todavía estoy extasiado.
Le doy un beso largo. Sujeto su cabeza con ambas manos.
Me gusta sentir su lengua en contacto con la mía.
Un momento después me aparto para observarla. Me encanta su rostro. Es maravillosa. Es una sumisa aunque todavía no lo sepa. Tiene que serlo. Tiene que ser mía. Nuestros cuerpos se llevan demasiado bien para que no lo sea.
—Dime que sí —le digo, continuando mi pensamiento en voz alta.
—¿A qué?—me pregunta.
—A nuestro acuerdo. A ser mía. Por favor, Ana —le respondo. Creo que mi tono de voz tiene algo de súplica. Es que esto puede ser muy bueno. Y tiene que transformarse en realidad.
La vuelvo a besar. Vuelvo a sentir su lengua con la mía. Después me separo nuevamente y, otra vez, contemplo su rostro. Quiero que sea mía. En este momento me obsesiona la idea.
La llevo hasta el dormitorio. Necesito que firme el contrato. De repente todo mi deseo está puesto en eso. Haremos una prueba.
De pie, junto a la cama, le pregunto:
—¿Confías en mí?
Espero su respuesta. Creo que hasta estoy algo nervioso. No podría aceptar un no. Tengo que conseguirla. Quiero que ahora practiquemos algunas cosas nuevas. Quiero que delire de placer.
De repente asiente y me mira sorprendida de su respuesta.
—Buena chica —le susurro.
Llega un momento especial de nuestro encuentro. Algo que debe conocer para empezar a formar parte de mi mundo.
Voy hacia el armario y traigo la corbata gris de seda.
—Junta las manos por delante —le ordeno.
Le saco la toalla y la tiro al suelo. Mirar su cuerpo desnudo es un placer.
Asi, desnuda, obedece a mi orden. Rodeo sus muñecas con la corbata y hago un nudo. Compruebo que el nudo no se mueva.
Ana me mira expectante. Trata de adivinar el próximo movimiento. Está algo nerviosa. Pronto estará más excitada.
Verla desnuda y atada me vuelve loco. Las trenzas son el complemento perfecto. Es una niña de piel blanca y expresión dulce. Que puede ser muy perversa cuando quiere.
Acaricio su pelo.
—Pareces muy joven con estas trenzas —le digo mientras me acerco a ella.
Retrocede. Me quito la toalla. Podría volver a follarla ya mismo.
—Oh, Anastasia, ¿qué voy a hacer contigo?
La tumbo en la cama y me pongo a su lado. Le indico que ponga las manos por encima de la cabeza.
—Deja las manos así. No las muevas. ¿Entendido?
Espero su respuesta que no llega. Me mira. Disfruta y está excitada, pero no habla. Le iré enseñando el juego.
—Contéstame —le ordeno.
—No moveré las manos.
—Buena chica —murmuro.
Y aquí empezamos una vez más.
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