Hay algo muy seductor en su forma de actuar. Esa mezcla de ingenuidad y atrevimiento en dosis exactas.
Me encanta besarla. Su boca tiene una forma perfecta de encajar con la mía. Me seduce su labio inferior. Y ese gesto que hace cuando lo muerde. Yo también deseo morderlo.
Desde el día en que la vi que he deseado hacer esto. Nada puede detenerme ahora.
Me quedaría pegado a su boca toda la noche.
Muerdo su labio cuidadosamente y tiro de él. Gime y me excita y me hace sonreír.
—Por favor, Ana, déjame hacerte el amor.
—Sí —me dice en voz baja y decidida.
La llevo a mi dormitorio. Una vez más observa todo, atenta, sacando fotos con la mirada. Me acerco a ella y siento que tiembla. Es normal, trataré de darle seguridad. Me mira.
Me quito el reloj y la americana. Me mira sin moverse.
Continúo. Me quito las Converse y los calcetines.
Anastasia sigue quieta.
De repente me doy cuenta de que tendremos que usar preservativos. Mierda. Odio usarlos. Siempre me hago análisis y hago que mis sumisas se los hagan también. Una vez que este tema está resuelto, busco que usen algún método anticonceptivo que nos permita evitar el preservativo. De todas formas, siempre tengo algunos en mi cajón.
—Supongo que no tomas la píldora—le digo.
—Me temo que no.
De acuerdo, intentaré no pensar en esto. Saco los condones y los dejo sobre la mesilla. La miro y le advierto:
—Tienes que estar preparad. ¿Quieres que cierre las persianas?
Quiero que se sienta cómoda y segura. Como veo que sigue un poco temerosa, adecúo el espacio a su gusto.
—No me importa —responde con sinceridad—. Creía que no permitías a nadie dormir en tu cama.
No sé si su afirmación es una provocación, pero me hace gracia.
—¿Quién ha dicho que vamos a dormir? —le pregunto.
—Oh.
Esta chica me encanta y deseo que se sienta bien. No voy a hacer nada brusco, pero sí seré seguro y preciso para ayudarle. Quiero que guarde el mejor recuerdo posible de lo que está por suceder.
Me acerco a ella lentamente. Sus ojos brillan. Está expectante y excitada. Disfruto de cada rasgo de su expresión.
—Vamos a quitarte la chaqueta, si te parece —le susurro.
Anastasia no responde. Sigue extasiada por la situación. Entonces, deslizo lentamente la chaqueta por sus hombros y la apoyo sobre la silla.
Sentir el roce con su cuerpo me excita aún más. Quiero hacerle el amor toda la noche.
—¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, Ana Steele? —le pregunto.
No puede responder. Lo dice con la mirada. Ella también me desea y el brillo de sus ojos es bellísimo. La cojo del mentón.
—¿Tienes idea de lo que voy a hacerte? —vuelvo a decirle dulcemente.
No deja de mirarme ni un instante. Me gusta su mirada sostenida. Comienzo a besarla, mientras desabrocho su blusa. Luego, sin despegarme de sus labios, le quito la blusa y la dejo caer al suelo. Entonces, me separo levemente de ella y observo su torso casi desnudo.
Tiene sujetador azul de encaje que le queda muy sexy. Y su piel es blanca y perfecta. La contemplo y deseo besarla centímetro a centímetro. Se lo digo.
Parece ruborizarse al escucharlo. Yo no dejo de mirar cada parte de su cuerpo.
Me detengo en su cabello. Le deshago el peinado y veo como cae el pelo sobre los hombros. Es tan terriblemente sexy. Y parece no saberlo. Lo cual la vuelve mucho más sexy todavía.
—Me gustan las morenas —le cuento.
Quiero que gane toda la confianza posible. Que se sienta cómoda y halagada a mi lado.
La sujeto de la cabeza con firmeza y la beso. Su gemido se siente dentro de mi boca. La acerco hacia mi cuerpo y la aprieto. La cojo de su trasero y la empujo hacia mí. Sí, nena, quiero que sientas mi erección.
El contacto con mi pene erecto multiplica su excitación. Sus gemidos se vuelven más agudos y fuertes. La deseo con locura.
Entonces, empieza a moverse. Me toma de los brazos y luego sube hasta mi pelo.
La llevo lentamente hacia la cama. Llegamos al borde. Allí nos quedamos, de pie.
Me arrodillo frente a ella. La sujeto de las caderas y lamo su ombligo. Luego, la beso y mordisqueo de una cadera hacia la otra. Ella gime cada vez más fuerte.
Pone sus manos sobre mi pelo y tira con suavidad. Desabrocho sus vaqueros. La miro desde allí abajo. Contemplo su belleza. La huelo.
Ahora sí la tiro sobre la cama. Desnudo sus pies y los lamo. Luego, los recorro con los dientes. Puedo sentir que le gusta, que lo está disfrutando.
—Ana, no te imaginas lo que podría hacer contigo —le advierto.
Son tantas las cosas que se me pasan por la cabeza. Esta chica me inspira, saca lo mejor de mi instinto sexual.
Le saco los vaqueros. La observo casi desnuda sobre mi cama.
—Eres muy hermosa, Anastasia Steele. Me muero por estar dentro de ti.
Ahora quisiera ver cómo se toca. Es que esta chica es una verdadera belleza. Y es virgen. Entonces, quiero ver su experiencia en darse satisfacción a sí misma.
—Muéstrame cómo te das placer—le pido.
Ella se queda mirándome. Veo que su vergüenza es muy fuerte. Quiero que se relaje y me muestre lo mejor de sí.
—No seas tímida, Ana. Muéstramelo —le ruego.
Me vuelve a mirar, un poco asombrada.
—No entiendo lo que quieres decir —me dice casi jadeando.
—¿Cómo te corres sola? Quiero verlo.
Estoy ansioso por ver eso. Ya mismo.
—No me corro sola —me dice con voz inocente.
Me sorprende esa información. ¿De dónde ha salido esta niña? No puedo creerlo. No veo motivos para que me mienta, pero, sinceramente, me cuesta creer lo que escucho.
—Bueno, veremos qué podemos hacer —le digo, invitándola a un juego delicioso.
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