Otra vez, y todas las veces del mundo. Quiero poseerte cada día, todas las horas, en todas las situaciones y todos los momentos. El sexo con ella ha sido siempre una maravilla, pero me quedaba el temor de que su “querer más” la llevara a tocar donde no debía hacerlo. Ese punto de tensión que convertía mi voluntad de atarla y retener sus manos en una posición segura en algo más que en parte de un juego sexual. Ahora, miro mi pecho, dividido en dos zonas separadas por una línea de carmín rojo que empieza a ser menos nítida a causa del sudor, del roce con su cuerpo y de las sábanas, y suspiro tranquilo.

- Voy a poseerte otra vez. Voy a poseerte siempre. De la misma manera que me posees tú a mí, Anastasia. Soy tuyo.

Ella se enciende con mis palabras y se humedece los labios. Sus manos no dejan de acariciar mi pene, y su boca se acerca a la mía. Me lame los labios, el superior, primero, mordiendo con delicadeza la punta de mi lengua cuando sale al encuentro de la suya.

- Shhhhh… -dice-. Déjame a mí.

Obedeciendo, para variar, abandono el beso que iba a devolverle. Dejo caer mis manos a los lados del cuerpo, apoyándolos en la cama y Anastasia vuelve a jugar con mi boca. Empieza un camino de besos que llegan a la base de mi cuello, justo debajo de mi oreja, y al alcanzar el lóbulo succiona deliciosamente. Quiero gruñir de placer, y mis manos no pueden evitar alzarse para acoplarse a sus costados, buscando desesperadamente unos pechos que agarrar.

- Señor Grey -me reprende esta recién descubierta diosa del sexo-, si no se comporta voy a tener que atarle.
- Es que estás tan buena que no puedo resistirme. Fíjate en esto: dos pechos perfectos, firmes y redondos, justo delante de mi cara. ¿No te parece que piden a gritos ser comidos? -sin contenerme, me lanzo hacia sus pezones y los muerdo con ansia. Anastasia se retira medio palmo, lo justo para forzarme a abandonar mi plan de lamer sus pezones.
- Eso vendrá después, señor Grey. Acaba usted de regalarme un nuevo terreno para explorar -replica, reproduciendo en el aire la zona permitida de mi torso-, y quiero hacerlo ahora. Soy muy curiosa.

Sonrío y alzo las manos con las palmas hacia arriba, en un gesto de clara rendición.

- Claudico entonces, señorita Steele. Me doy por vencido. Explore.
- Gracias.

Vuelve a mi oreja, de donde había arrancado. Su lengua juega entrando y saliendo del orificio sus dientes rozan el lóbulo calentándome deliciosamente. Lame, desde el cuello, hasta donde intuyo que está el principio de la línea roja. Noto su aliento cálido tan cerca de mi piel. Baja de la cama y se coloca frente a mí, muy despacio, sin soltar nunca mi pene, que masajea con destreza, arriba y abajo.

- Es la última advertencia, Grey -me reprende otra vez, y sólo entonces advierto que mis manos estaban buscando la parte posterior de sus muslos, tan a mi alcance en esta posición-. Si no es capaz de resistir la visión, cierre los ojos.
- Oh, Anastasia. Quiero follarte. Ya.
- Pues vas a tener que esperar. Cierra los ojos.

Obedezco y ella sigue besando mi cuerpo. La oscuridad multiplica las sensaciones y despierta los recuerdos. Despierta otro aliento cerca de mi piel. Un aliento fétido, alcohólico. Un aliento de humo y de ceniza. No puedo mantener los ojos cerrados y los recuerdos a raya a la vez. Para no decepcionar a Anastasia los abro pero controlo mis manos, y que no note que he desobedecido. Y me concentro en observar su cuerpo, de piel fina y pálida, inclinándose sobre mí. Sus labios atraviesan sin tocar la parte prohibida de mi pecho. La cascada de su pelo cae sobre mis muslos, acariciándolos. Al llegar a mi estómago, a mi ombligo, levanta la cabeza, y sonríe.

- Se ha portado muy bien, señor Grey. Creo que se merece un premio.

Levanta una mano y me la coloca abierta, frente a la boca. Con la lengua húmeda lamo su palma, sabiendo perfectamente qué va a hacer con ella. Sus dedos lubricados vuelven a abrazar mi pene, cubriéndolo por completo, deslizándose con total facilidad arriba y abajo.

- ¿Sabes? Ésta es una de mis zonas no prohibidas favoritas -dice y se mete mi pene en la boca rodeándolo con los labios, con la lengua, con los dientes. Dejamos escapar, casi a la vez, un hondo suspiro.

Instintivamente mis manos se agarran a su cabeza, se enredan en su pelo.

- ¿Te gusta?-pregunta.
- Más que nada en este mundo, nena.
- Dime cómo quieres que te lo haga -me pide antes de volver a comerme.
- Quiero que me mires mientras lo haces -le pido.

Dócil, se acomoda sobre las rodillas para poderme mirar. Desde aquí veo cómo mi miembro duro entra y sale de su boca, cómo sus labios rosados se ciernen sobre él, produciéndome un placer infinito.

- Más dentro, Anastasia. Quiero que te la comas entera.

Una vez más, obedece, y mi polla entra hasta tocar el fondo de su garganta. Le retiró el pelo de la cara para poder verla mejor y, extasiado, exploto en un intenso orgasmo.

- Es mi turno de explorar, ¿no crees?
- Yo no tengo líneas rojas Christian. Y, me parece que conoces bien todos mis recovecos.
- Cada vez que te miro descubro algo nuevo y maravilloso. Siéntate aquí.

Le cedo mi sitio en la cama, y se coloca frente mí. Me arrodillo delante de ella. Con mis manos a la altura de sus rodillas separo sus muslos, y los recorro hacia arriba, hasta llegar a su sexo.

- Esto es un mundo lleno de posibilidades -le acaricio el clítoris, y gime levemente-. Y, por lo visto, está listo para permitirme explorarlas.

Con ambas manos abro sus labios y lamo el clítoris, de abajo arriba, empapando mi lengua de sus jugos. La yema de mis dedos llega hasta su vientre, que se tensa en una primera convulsión. Introduzco la lengua en su vagina y se retuerce. Meto primero un dedo, luego otro, y sin dejar de jugar con su clítoris presiono desde el interior su punto g.

Anastasia se recuesta hacia atrás, levantando un poco las caderas. Así su cuerpo está aún más expuesto a mí. Con el rabillo del ojo alcanzo a ver que sus manos agarran las sábanas con fuerza. Está disfrutando.

Oh, podría tenerla así de cachonda veinticuatro horas al día. Está radiante cuando se excita. Sus muslos se separan más para hacerme sitio, el hueco de su vagina de abre para hacer sitio a mis dados y mi lengua lame, succiona, absorbe, recorre cada pliegue de su sexo hasta que, cuando está a punto de llegar al clímax, empujo con un dedo más en su interior. Las convulsiones de su cuerpo atrapan tres de mis dedos con fuerza. Una y otra vez. Acabo de tener una idea.

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1 Comentarios

  1. MARY dice:

    ufff, que calor¡¡¡¡

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