- Olvídate de ella y ven conmigo, nena –digo tirando suavemente de ella para ayudarla a levantarse del sofá.

Sonríe y deja caer la camisa sobre sus hombros, levantándose desnuda con la ayuda de mi mano. La luz del amanecer empieza a filtrarse por los ventanales del salón, y teñida del rojo de las luces del alba Anastasia está preciosa. Cuando se levanta de la un beso juguetón, un lametón en mis labios, y avanza delante de mí hacia su habitación. Su cuerpo se mueve leve, se contonea suave, melódico.

Recojo mi teléfono, olvidado en el brazo del sofá. La luz que parpadea cuando hay una notificación está apagada, así que aún no se sabe nada. Me lo llevo conmigo hasta el cuarto de Anastasia, y lo dejo en la mesilla de noche, en la que aún brilla la bombilla de la lamparita. La apago, y dejo que sea la poca luz natural la que nos acune ahora.

Anastasia se mete en la cama primero, y ahueca las almohadas.

- ¿Qué haces con eso, nena? –pregunto, decidido a no dejarla dormir, al menos de momento.

- ¿No íbamos a dormir?

- No –respondo, acercándome a ella, su rostro a la altura de mi cintura-. Además, no pretenderás que me meta en la cama con los vaqueros puestos, ¿no? Grace me enseñó que es de mala educación dormir con la ropa de la calle puesta. Además, acabo de cambiar las sábanas, y poner unas limpias. No me gustaría arruinarlas.

- Aham… muy ingenioso el truco, señor Grey –dice entre risas-. ¿Y dormir en ropa interior, se puede? –pregunta, mientras desabrocha mi bragueta.

- Se podría pero –espero a que la cinturilla de los tejanos baja a la altura de mis caderas-, como podrá comprobar, señorita Steele, no llevo ropa interior.

Mi desnudez se alegra de verla, y de que sea ella la que me reciba.

- Ya veo, ya –dice acercándose a mi pene, su aliento llegando cálido a mi piel. Sin apartar las manos de la cinturilla de mi pantalón, lame mi miembro, de abajo arriba, cada vez más duro al contacto con su lengua.

- Oh, Anastasia…

- ¿Le gusta así, señor Grey? –pregunta, antes de meterse por completo mi pene en su boca, y succionar.

- ¡Oooh! –no puedo reprimir un gemido y, temiendo que esto pueda durar menos de lo que una demostración de testosterona se merece, la aparto de mí, retirando su cara con las manos.

Me mira lujuriosa, con un interrogante en los ojos.

- ¿Ya? –dice, lamiéndose el labio inferior.

- No nena, ya no. Pero te he prometido una lección de lo que es un ataque de testosterona, y lo vas a tener.

Beso profundamente su boca, entrando con mi lengua hasta lo más hondo, chupando, lamiendo, mordiendo. Anastasia gime. Salgo de los vaqueros levantando primero un pie y luego otro, sin dejar de besarla.

- Ahora verás.

Con un movimiento ágil le doy la vuelta, y la coloco a cuatro patas con las rodillas en el borde de la cama, y me quedo de pie, dibujando círculos con mis manos abiertas sobre sus nalgas.

- Tienes un culo maravilloso Anastasia. Tienes el mejor culo que he visto en mi vida –y descargo una palmada sobre él.

- ¡Ah! –dice ella, sorprendida.

- Shhh, nena. No he hecho más que empezar.

Con las manos separo sus nalgas y las beso, lamiendo la unión entre ellas, deslizando mi lengua desde arriba hasta abajo, hasta el monte de su clítoris, dejando que entre un poco en su vagina, ya humedecida.

- Oh, Christian –dice.

- En silencio, Anastasia. Quiero que disfrutes en silencio. Esto es lo que hacemos los hombres.

Mientras lamo su clítoris recorro con dos dedos la entrada de su vagina, para que sean sus propios flujos los que hagan de lubricante. Anastasia mueve sus caderas al ritmo de mis lametones, arquea la espalda, separa las rodillas… está deseando que la penetre. Y yo también. Introduzco rápidamente los dos dedos en ella, y Ana ahoga un gemido, obediente. En silencio. Entro y salgo de su cuerpo que empieza a contraerse alrededor de mi mano. Entonces paro, y cojo del bolsillo de los pantalones un condón, lo abro rápidamente y me lo pongo, sin dejar de trabajar su clítoris con la boca. Sin que ella sepa de dónde llega, una embestida la penetra de golpe, hasta el fondo.

- ¡Aaaaaah! –grita.

- ¿En qué hemos quedado, Anastasia? –digo en un susurro, sin dejar de entrar y salir fuertemente de su cuerpo.

- En silencio –dice, con la voz entrecortada por mis envites.

- Así me gusta.

Nuestros cuerpos se mueven como si fueran uno solo, mis manos apretadas a los lados de su cintura, guiándola cada vez, ayudando a que yo entre y salga de ella sin ninguna vacilación. El olor del sexo vuelve a llenar la habitación.

- Estoy muy dentro, Anastasia, pero voy a entrar más. Levanta tus caderas, y no te resistas.

Cuando ella bascula sus caderas, mi pene entra aún más dentro de su vagina, y siento que no voy a poder aguantar mucho más.

- Ahora viene el toque final, nena. Así folla un hombre.

Libero una de mis manos, y la paso por debajo de su vientre, por encima de su pubis, hasta llegar a su clítoris, que está empapado. Y a la vez que sigo penetrándola, cada vez más rápido, empiezo a masturbarla a la vez. Anastasia grita. Grita de placer. Su clítoris está hinchado, está duro, se contrae con el masaje que mis dedos le provocan. Con la otra mano acaricio sus pechos, tiro de sus pezones, que pellizco con fuerza. Cuando noto que voy a estallar, como en el fin de una sinfonía perfecta, Anastasia grita de nuevo.

- Christian, ¡no puedo más!

- ¿Vas a correrte, nena?

- ¡Sí! –gime, jadea.

- Vamos nena, vámonos juntos.

Mi cuerpo estalla dentro de ella al sentir que los músculos de su vagina se contraen en un orgasmo instensísimo, igual que el mío.

- ¡Christian! –grita ella.

- ¡Ana! ¡Ana! ¡Ana! –grito yo también.

Caemos rendidos en la cama, el uno sobre el otro, mi pene aún dentro de ella, nuestros cuerpos jadeantes y sudorosos pegados, fundidos.

- Esto es un ataque de testosterona nena, y no la escenita del bar –murmuro en su oreja, sin poder evitar mordisquear su lóbulo al terminar la frase. Ella se estremece al contacto con mis dientes.

- Ya veo… Gracias por la lección, señor Grey. Ha sido de lo más instructivo.

- Y de lo más placentero, espero.

- Así es, señor Grey. ¿Y yo? ¿He sido una buena alumna? –me pregunta.

- Un poco desobediente a veces, no me gusta tener que repetir las cosas –bromeo yo también-. Pero entiendo que es difícil mantenerse en silencio cuando un hombre de verdad hace gala de su testosterona atacando por todos los flancos a la vez –me retiro de ella para quitarme el preservativo, y ella hace un mohín, quejosa-. ¿Acaso no ha tenido suficiente, señorita Steele?

- Sí, sí, basta por hoy –sonríe, y me besa en los labios-. ¿Vas a dejarme dormir ahora?

- Sí. Tienes que descansar.

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4 Comentarios

  1. irma dice:

    muy bien redactado, espero el siguiente capitulo!!!

  2. MARY dice:

    Horaleee, excelente¡¡¡¡¡¡¡¡¡

  3. paulita27 dice:

    un baño helado y vuelvo oh por Dios mas detallado por favor 3:)

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