- Anastasia –murmuro en su oído-, ¿tú sabes cuánto significas para mí?
- No –responde jadeando.
- Sí que lo sabes, nena –digo, apretándola entre mis brazos, deteniéndome por un momento para mirar el fondo de sus ojos, dentro de ella-. No voy a dejarte marchar.
Entonces acelero el ritmo. Sentir que es mía, que la poseo, que no hay nadie más en el mundo que vaya a tenerla como yo la tengo hace que mi excitación aumente. Follo, una y otra vez. Me restriego sobre ella, entro y salgo de su cuerpo cada vez más deprisa.
- Eres mía, Anastasia Steele. Sólo mía.
- Ah, sí, tuya, sólo tuya –responde.
- Y yo cuido de lo que es mío nena.
Y parte de cuidar de lo que es mío es proporcionar placer. Y voy a hacer que tengamos juntos un orgasmo. Salgo de ella, que intenta retenerme, quejosa. Quieta nena, lo prefieres así, ya lo verás. Tiro de sus piernas abiertas para dejar la parte baja de su espalda apoyada en el borde de la cama, y me coloco de pie, delante de esta diosa que me hace enloquecer. Me inclino sobre ella, acariciándole la cintura, y la sujeto por el cuello para poder volver a entrar en ella con fuerza. Muerdo el lóbulo de su oreja.
- Ahhhh, Christian –jadea.
- Bien nena, eso es. Grita, quiero oírte.
Mi cuerpo está a punto de explotar. Anastasia está tumbada boca arriba en la cama, debajo de mí, con las piernas abiertas. Me incorporo un poco para que mis embestidas sean más profundas, y la agarro de los muslos. Ella deja caer la cabeza hacia atrás, hacia un lado, apoyada en las sábanas pegajosas. Gime y grita cada vez que entro dentro de ella. Sus pechos se mueven rítmicamente al son que marcan mis caderas, su boca se abre y se cierra, buscando aliento, se lame los labios, se los muerde. Cuando estoy a punto de explotar agarra con sus manos las mías, apretando fuerte. Ella está a punto, y yo me dejo ir, también.
- Nena, vamos –susurro.
- Aghhhhh –chilla, literalmente, reventando en un orgasmo.
- Sí nena, así me gusta.
Las contracciones de su vagina son tan fuertes que me hacen llegar inmediatamente al clímax. Mi miembro atrapado en su cuerpo se convulsiona, liberando toda la tensión. Y me dejo caer a su lado, recolocando suavemente sus piernas sobre la cama. Me deslizo justo pegado a su espalda, y respiramos a la vez, agotados. Mis ojos, que ya se han acostumbrado a la luz tenue, no dejan de buscar las formas de su cuerpo a mi lado. Lo recorro con una mano, con las yemas de los dedos, sintiendo cómo sube y baja cada vez más lentamente, su respiración calmándose después del sexo.
De pronto, dice:
- Lo que siento por ti me asusta, Christian.
Busca mi mano con la suya para tomarla.
- A mí también.
Y es cierto. Me asusta. Me hace sentir vulnerable. Toda la seguridad que siento ahora mismo, con ella entre mis brazos, en la penumbra de una noche cualquiera, es el extremo opuesto del vacío insano que me quedó cuando se fue. Cuando creí que mi vida podría terminarse, por segunda vez, apenas después de haber empezado la primera.
- ¿Y si me dejas, Christian? –me pregunta, constatando que sus temores son los mismos que los míos.
- No creo que nunca me vaya a cansar de ti, Anastasia. Puedes estar tranquila: no me voy a ir a ninguna parte.
Anastasia se gira, y se coloca frente a mí. Recojo su pelo despeinado detrás de su cabeza, dejando su rostro limpio. Me mira con los ojos brillantes, sonríe, y me besa.
- Jamás había sentido nada parecido a lo que sentí cuando me dejaste, Anastasia. Y créeme, haría lo que fuera para no volver a pasar por un infierno así de nuevo. Cualquier cosa.
Sonríe, y me besa de nuevo, dándome la seguridad que necesito para saber que el mundo está en orden otra vez. Ojalá pudiera estar con ella todo el día, todos los días. Ojalá no tuviera que separarme de ella nunca, y borrar con su compañía el mal sabor de boca de las últimas semanas. Hago un repaso mental, mañana es sábado, y pasado domingo. Hasta el lunes no tenemos que volver a la oficina, y podríamos salir a navegar, podríamos ir a algún sitio, o simplemente refugiarnos en el Escala y pasar las horas el uno junto al otro, como esta noche. Hay tantas cosas que no sé y quiero saber. Pero no, le prometí a mi padre que mañana iría a la cena benéfica… maldita velada de verano…
- ¿Te gustaría acompañarme mañana a la cena de verano que da mi padre? Es una especie de velada benéfica, la celebra todos los años. Y le prometí que esta vez iría.
- Claro que iré Christian –responde, besándome de nuevo, sonriendo.
De pronto la sonrisa desaparece y una mueca de contrariedad cubre su boca.
- ¿Qué ocurre? –le pregunto.
- Nada –responde ella, secamente.
- Vamos Ana, dímelo.
- Es que –duda un segundo antes de continuar-, no tengo nada que ponerme. Seguro que vais todos muy elegantes.
Respiro aliviado, por un momento había temido que se tratara de otra cosa, que no hubiera cambiado de opinión.
- No te enfades cariño, pero todavía tengo toda la ropa que compré para ti. Está en casa, guardada en un armario. Estoy seguro de que habrá por lo menos un par de vestidos que irán bien para la ocasión.
- ¿Ah sí? –me dice, con un tono entre irónico y sarcástico-. Está bien. Mañana hablaremos de eso. Necesito una ducha. Tengo restos de helado por todo el cuerpo.
Como siempre que está incómoda, Anastasia se levanta de la cama tratando de cubrir pudorosamente su cuerpo. La dejo hacer, le daré unos minutos e iré a reunirme con ella en la ducha.
- ¿Dónde tienes un juego de sábanas limpio? –pregunto, soltando la tensión con un cambio de tema.
- ¿Pero es que sabes cómo cambiar unas sábanas? –me pregunta.
- Por favor, Anastasia, no son más que unos trozos de tela. Yo creo que seré capaz. Déjame intentarlo.
Saca de un armario las sábanas y una toalla, y me las alcanza.
- Toma, tal vez necesites esto también.
- Podría secarme con la tuya.
- ¿No necesita el señor Grey su propia toalla, y su propio cepillo de dientes? –dice, molesta aún.
- No si puedo compartirlos contigo –respondo, quitándole de las manos las sábanas, y dándole un beso tierno en la frente.
Más sonriente, se marcha en dirección al baño. Me quedo solo en la habitación, dispuesto a demostrarle que soy capaz de realizar unas mínimas tareas domésticas. Llevo el resto del helado a la cocina, aunque se ha echado a perder, lavo la cuchara, y vuelvo a la habitación. Abro las ventanas para ventilar mientras quito las sábanas manchadas de vainilla, coloco las nuevas, y ahueco los almohadones. Satisfecho, cojo la toalla y me dirijo al baño, esperando llegar a tiempo de frotar su espalda.
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4 Comentarios
Bien descrita la escena e incluso algo más amplia que en el libro, con pequeños detalles que son lógicos. Estupendo cmo siempre. Gracias
excelente¡¡¡¡¡¡¡
Espero con muchísima emoción los siguientes capitulos
por favor espero los demás capítulos con ancias