Anastasia deja de atusarse el pelo y fija sus ojos en los míos a través del espejo.
- ¿Cómo que me gustará? ¿Qué quieres decir con eso?
- Que te gustará como entrenador –respondo sin parar de vestirme, abotonándome la camisa y fingiendo normalidad.
La forma de vida que lleva no es saludable, necesita hacer ejercicio, y no voy a discutir esto también. Al abrocharme los pantalones noto en el bolsillo el bulto de las llaves de su coche, y recuerdo que también va a necesitarlo. Conociendo a Taylor, seguro que lo trajo anoche, y está aparcado en la misma puerta del apartamento. Dudo si dárselas ahora mismo, pero prefiero esperar a otro momento, resolver un conflicto cada vez, con Anastasia es mejor no abrir varios frentes contemporáneamente. Y ahora es el ejercicio lo que tenemos que tratar.
- ¿Y para qué iba a necesitar yo un entrenador personal? –deja con suavidad el cepillo sobre la cómoda y se gira para mirarme directamente, haciendo un gesto con la mano señalando la cama-. Tú ya me tienes suficientemente en forma.
Recupera el cepillo y vuelve al espejo. Se mira el pelo mientras lucha con él, creo que intentando alisarlo. Definitivamente hay que hacer algo con ese pelo también. Y con ese cuerpo, para que se mantenga sano, firme, fuerte. Termino de ajustarme la ropa y me acerco a ella por detrás, rodeándola con mis brazos. Es tan pequeña, tan delgada, tan frágil y delicada…
- Pero nena, necesito que estés en forma para lo que tengo en mente.
Lo que tengo en mente son horas y horas de sexo, de cabalgadas uno sobre el otro. Sus ojos vuelven a encontrarse con los míos a través del espejo mientras hundo mi nariz en el hueco mágico de su cuello, que rezuma su olor. Olor a Anastasia. Y noto como la mi cuerpo se excita al mero contacto con su piel.
- Sé que lo estás deseando –le susurro al oído.
Anastasia responde con los ojos brillantes a mi propuesta, pero de pronto algo cruza su mente, un pensamiento oscuro enturbia su mirada, su gesto se endurece y sus manos, que cubrían las mías alrededor de su cintura, caen lánguidas a los lados de su cuerpo, como muertas.
- ¿Qué te ocurre? –pregunto con el miedo que me da siempre no saber qué le pasa por la mente.
- Nada –termina por responder, después de una pausa de duda-. De acuerdo Christian, conoceré a Claude.
- ¿De verdad? –insisto, aliviado de que sea Claude el motivo de su súbito estremecimiento.
- Sí hombre sí. Si te hace tan feliz…
- Sí, me hace muy feliz. No te haces una idea de cuánto. Y… ¿qué te gustaría hacer hoy? –pregunto dibujando surcos con mi boca sobre su cuello, su mentón, acercándome a su boca.
- Pues hoy me gustaría cortarme el pelo –dice apartando levemente su cuello de mis labios-, y tengo que ingresar un talón. Y comprarme un coche.
- Ah –quería esperar al desayuno para acompañar el té Earl Grey de unas llaves de un Audi, pero se impone dárselas ahora.
Deslizo la mano derecha en el bolsillo de los vaqueros y cojo el llavero. Las saco despacio para que no hagan ruido y busco su mano con el dorso de la mía. Abro sus dedos, y coloco las llaves dentro de su palma, cerrándola después alrededor de ellas.
- Lo tienes aquí mismo, nena.
- ¿Cómo que aquí mismo? –dice enfadada. Otra vez el aire de suficiencia.
- Que está aquí mismo, en la puerta de tu casa. Le pedí a Taylor que lo trajera, así que lo trajo anoche.
Está furiosa. Está otra vez en modo “no necesito que hagas nada por mí, sé valerme por mí misma”. ¿Pero por qué no entiende que quiera cuidarla, que quiera ocuparme de ella? Rebusca a su vez en sus propios bolsillos y saca el cheque que le di por el importe de la venta de su coche viejo.
- Ya que estamos jugando, toma –dice, ofreciéndome iracunda el cheque-. Esto es tuyo entonces.
- De ninguna manera –retrocedo levantando las manos-. Ese dinero es tuyo, Anastasia.
- No –responde, firme-. Preferiría comprarte el coche.
¡Maldita sea! ¿Por qué es tan tozuda?
- No, Anastasia. Tu dinero, y tu coche –insisto.
- He dicho que no, Christian. Tu dinero, mi coche. Es la única forma en la que esto va a funcionar.
- Te regalé ese coche por tu graduación –y los regalos no se devuelven, mierda, qué cabezota es. Conozco el estado de sus finanzas igual que conozco su talla de ropa interior. Sé que la ropa interior que tenía eran básicos de algodón y no rasos de La Perla. Y sé también que no tiene dinero para comprarse un coche. No quiero que lo haga. Quiero regalárselo yo. Y quiero que tenga ese dinero.
- Si me hubieras regalado una pluma sería un regalo de graduación Christian –insiste una vez más, agitando el sobre con el cheque delante de mi cara-. Pero me compraste un Audi. Una pluma habría sido un regalo adecuado. Un coche, no –sacudiendo la cabeza en un gesto de desaprobación, deja el sobre con el cheque sobre la cómoda.
- ¿De verdad quieres discutir esto? –le digo yo, pensando que en realidad es una demostración más de que las marcadas de territorio de macho, los ataques de testosterona como el de ayer, no van con ella.
- No –responde.
- Bien. Pues aquí tienes las llaves de tu coche –las dejo sobre la cómoda para zanjar la cuestión, dando por hecho que, de momento, no las va a coger. Al menos de mi mano, pero el coche se lo queda. Y el cheque también.
- ¡No Christian! ¡No es eso lo que quería decir!
- Mira Anastasia, fin de la discusión. No me presiones.
Anastasia me mira con furia en los ojos, tramando algo. Su silencio es lo que más me perturba. Su no ceder. Su no decir simplemente “gracias, Christian, acepto tus regalos, tus atenciones, que me cuides”. No es eso lo que dice su silencio, y sin ninguna duda, no es eso tampoco lo que está pensando. Entonces coge el cheque de la cómoda y lo rompe en varios pedazos que tira después a la papelera. Mi mira, levanta una ceja con gesto triunfante, pensando que ha ganado. Ingenua. A mí no se me gana así como así. Nunca se me gana tan fácilmente. A mí nunca se me gana.
- Es usted de lo más desafiante, señorita Steele.
Hay pocas cosas más sencillas que ésta. Me giro y salgo de la habitación. Saco mi Blackberry del bolsillo y presiono el botón de marcación rápida de la oficina. Anastasia se queda en su habitación, convencida de que, por esta vez, se ha salido con la suya.
- Andrea Morgan.
- Soy yo. Necesito que hagas una gestión. Transfiere veinticuatro mil dólares a la cuenta de Anastasia Steele.
- Hoy es sábado señor Grey, me temo que no será posible hacer la transferencia hoy.
- Da la orden hoy. Es suficiente. Lamento molestarte en tu día de descanso pero esto no puede esperar.
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5 Comentarios
Muy bien hilvanado todo el episodio, que en el original se deja al pensamiento del lector. Está muy bien. Gracias de nuevo
Muy bien… como siempre… inmejorable.
se me hace eterno el tiempo en que tardan en subir mas capítulos…. apiádense de nosotras.
¿ Hay un error en la web? Porque sólo hay reseñada la fecha del 4 de Octubre, además no está subido el capítulo. Han pasado bastantes días que no son habituales en la publicación. No es un reclamo, sólo un aviso de algún posible error en ello. Gracias y perdón
;D