Cuando me despierto por la mañana entra en la habitación, filtrada a través de las cortinas de la ventana, es muy suave, tiñendo todo con delicadeza. Siento el peso de la pierna de Anastasia, entrelazada con la mía. Su piel desnuda sobre la mía. Noto como si una brisa leve me acariciase el pecho, pasando desde el cuello hasta el estómago. Con los ojos entreabiertos dirijo mi mirada hacia la ventana, buscando el movimiento del aire que me toca, pero las cortinas no se mueven, están quietas. No hay brisa. Miro mi pecho y veo la cabeza de Anastasia, apoyada sobre mi torso. Detrás de ella adivino el motivo del roce que siento en la piel: su mano se pasea rozando apenas el vello de mi torso.
Querría evitarlo, pero no lo consigo, me tenso. Trato de recuperar la sensación agradable de saber que es el viento lo que me toca, pero no puedo, es ella. Es otra persona haciendo contacto directo sobre mi piel. Me cuesta respirar, el peso de su cuerpo sobre el mío de repente se me hace insoportable.
Como si notara mi tensión, levanta la cabeza y se gira para mirarme.
- Buenos días, Christian –me dice en un susurro.
- Buenos días Anastasia –busco las palabras para no herirla. Para no apartarme con brusquedad, para comportarme como un ser humano enamorado que despierta entre los brazos de la persona que ama, pero no lo consigo.- ¿Qué estás haciendo?
- Te miro –dice, miente.
Lucho contra mí mismo para soportar su caricia desafiante. Intuyo hacia dónde se dirige, y me parece bien, pero el esfuerzo es titánico. Noto los músculos de mi cuerpo tensos, rechazando el contacto. Queriendo apartarlo de sí. Pero la mano de Anastasia baja cada vez más, hasta mi entrepierna. A punto de llegar a la tremenda erección que nace de la promesa de lo que la magia de sus manos puede ejercer sobre mí. Bruscamente agarro su mano. Sí, quiero sexo. Pero no de esta manera. No voy a dejarme acariciar, pero vamos a follar. Eso sí. A mi manera.
La tomo de las muñecas, y la aparto de mí. Le doy la vuelta sobre la cama, para recostarla sobre su espalda, y atrapar sus díscolas reacciones presionando con mis manos las suyas. Así sí. Ahora sí. Ahora domino yo la situación, ahora eres tú la que está atrapada bajo mi peso. Ahora soy el que, si quiere, toca.
Acercando mi rostro al suyo, lanzo un susurro a modo de amenaza.
- Me ha dado la impresión, señorita Steele, de que ha estado usted haciendo algo malo –tocarme está prohibido, y lo sabe. Podría castigarla. Podría hacerla entrar en razón. A mi manera.
- Me gusta hacer cosas malas cuando estoy con usted, señor Grey –responde divertida, sin darse cuenta de la gravedad de la situación. Y no puedo culparla. Tengo una imponente erección que le quita seriedad a cualquier cosa que diga ahora.
- ¿Te gusta?
- Me encanta.
- ¿Te encanta? –lanzo la pregunta retórica besando sus labios, la calma al fin recuperada con el control de la situación en mis manos. Las reglas de este juego las establecimos hace tiempo, y el que toca soy yo.
- Sí. Me encanta –responde, devolviéndome el beso.
Su cuerpo se mueve suavemente haciéndose hueco bajo el mío. Sus caderas suben y bajan sutilmente buscando las mías, buscando mi erección. Noto sus pechos debajo de mí, sus pezones erectos clavándose levemente en mí. Echo una mirada hacia abajo, me gusta verlos. Son rotundos, redondos, perfectos. Son el aperitivo perfecto de un desayuno. Lo quiero lamer. Los quiero morder y pellizcar.
- ¿Sexo, o desayuno?
Por toda respuesta Anastasia abre las piernas haciendo sitio en lo alto de sus muslos. Con una destreza recientemente aprendida, animada por la mucha práctica de la noche anterior, encaja su pene entre sus piernas. Y sonríe.
_ Muy sabia decisión –respondo, lamiendo sus labios, abriéndolos con mi lengua, pidiendo paso. Y ella se deja besar. Sus manos, que aún mantengo aprisionadas sobre la almohada, por encima de su cabeza, se relejan. Sueltan la tensión y noto cómo con los dedos acaricia el cabecero de la cama. Con mis dedos guío los suyos para que agarren los barrotes. Sus gestos obedecen los míos con docilidad. Perfecto. Beso sus manos, beso sus dedos y sus muñecas. Sigo la línea de sus brazos hasta llegar a las axilas, que lamo, reteniendo su olor en mi interior. Con las manos agarro sus pechos perfectos, pellizco sus pezones antes de introducírmelos en la boca, y jugar con ellos y mi lengua. Lamo, succiono, beso, muerdo. Anastasia gime.
- Ahhhmmm…
- ¡Te espero en mi habitación! Voy a vestirme –me dice Anastasia saliendo del baño, dejándome solo en la ducha.
La segunda ducha en menos de doce horas en una casa que no es mía y no es un hotel. Realmente estoy haciendo muchas cosas por primera vez. La familiaridad con la que me muevo por el apartamento de Anastasia me sorprende tanto como me tranquiliza. Realmente puedo hacerlo. Todas aquellas cosas que no hice en su momento, todas las aventuras que no viví y mis hermanos tenían, y me contaban, y no comprendía. No quería tener. Salgo del cuarto de baño y me dirijo hacia la habitación de Anastasia. Desde fuera, a través de la puerta entreabierta. Ya se ha vestido, se ha puesto unos vaqueros y una camiseta. Se peina mirándose al espejo de la cómoda.
El día que fuimos a desayunar juntos por primera vez era así también. Una joven despreocupada vestida con cualquier cosa. Peinada de cualquier manera. Ya entonces intuí el potencial que escondía y que poco a poco va saliendo a la luz, como cuando se pule un diamante en bruto. Podríamos hacer algo con ese pelo. Anastasia se merece poder sacarse todo el partido del mundo.
Entro en la habitación terminando de secarme el pelo con una toalla, mis piernas envueltas en otra, fingiendo indiferencia, disimulando. Como si no hubiera estado espiando como un voyeur detrás de la puerta mientras ella luchaba con su pelo. Dejo la toalla sobre la cama y cojo mi ropa interior, mis vaqueros. Me visto.
- ¿Con cuánta frecuencia haces ejercicio? –me pregunta, mirando con el rabillo del ojo mi cuerpo mientras me visto.
- De lunes a viernes –respondo.
- ¿Y qué haces?
Su mundo tiene tan poco que ver con el mío. Su forma de vivir, que no es la adecuada. Tendremos que trabajar sobre ello también.
- Pesas, correr, kickboxing, un poco de todo –respondo, pensando que no sabe de lo que le hablo, pero que pronto lo sabrá.
- ¿Haces kickboxing?
- Sí, entreno con Claude, un atleta olímpico retirado. Es mi entrenador personal, y es francamente bueno. Te gustará.
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2 Comentarios
excelente relato.. como siempre…. espero con ansia los siguientes capitulos
Como de costumbre, se me hace corto, pero así son las cosas. Quizá por eso esperamos impacientes el próximo. Gracias