La información sobre mi helicóptero parece haberla perturbado levemente. Ha dejado de comer. Me molesta que se ponga así.

—Come —le digo para hacerla reaccionar—. Anastasia, no soporto tirar la comida… Come.

—No puedo comerme todo esto —refunfuña como una niña.

—Cómete lo que hay en tu plato. Si ayer hubieras comido como es debido, no estarías aquí y yo no tendría que mostrar mis cartas tan pronto.

Detesto tirar la comida. Detesto verla en posición de niña caprichosa que no quiere comer. Me atrae protegerla, pero, quizás, todo esto está yendo muy rápido.
Desconozco sus gustos sexuales. ¿Qué clase de experiencias tendrá?

Esa tontería que cometió ayer de emborracharse y perder el control. No quiero imaginar cómo hubiera terminado de no haber estado yo por ahí. Tiene que comer y cuidarse.

Mira la comida con asco. ¿Podría ser más infantil? Llega al punto de casi enfadarme. Y lo alcanza cuando comienza reírse sin ninguna explicación.

—¿Qué te hace tanta gracia? —le pregunto y sé que mi tono no es muy amable.

Reacciona de manera adecuada. Coge la tortilla y se la come hasta el último bocado. Así me gusta. Buena chica.

— Te llevaré a casa en cuanto te hayas secado el pelo. No quiero que te pongas enferma— le indico.

Se levanta de la mesa. Su actitud corporal es la de una sumisa: mira hacia abajo, recibe órdenes que acata en silencio. Pareciera incluso que estuvo a punto de pedirme permiso para levantarse. Parece todo muy alentador.

Va en dirección a la habitación pero se detiene.

—¿Dónde has dormido?—me pregunta preocupada.

—En mi cama —le digo para provocarla y sin alterar mis gestos.

Se asombra y ruboriza. Decido bromear:

—Sí , para mí también ha sido toda una novedad.

—Dormir con una mujer… sin sexo— me dice y se pone roja como un tomate.

—No —le confieso de modo anticipatorio—. Sencillamente dormir con una mujer.

Luego, la dejo con la intriga y vuelvo a la lectura del periódico.

Entra al dormitorio.

Me entretengo con la lectura. Hoy será una buena noche. ¿Qué hará cuándo se entere de todo?

Cojo mi Blackberry y veo unos mails del trabajo que me preocupan. Debo hablar con Patrick, uno de mis mejores y más confiables empleados. No lo dudo y aprovecho el tiempo en que ella se seca el pelo para resolver la situación.

Estoy hablando por teléfono con Patrick cuando sale de la habitación. Se ata el pelo con una coleta. No puedo dejar de mirarla y pensar en cómo tiraría de esa coleta mientras me la follo duramente.

Se sienta y no dejo ni de mirarla ni de pensar en lo endemoniadamente sexy que es, en la increíble atracción que siento por esta niña.
Le pido a Patrick que me mantenga informado y cuelgo. Le pregunto a Anastasia si está lista.

Cojo la americana y las llaves del coche y vamos hacia la puerta.

—Usted primero, señorita Steele —le susurro.

Se queda mirándome. ¿En qué piensa? Seguramente en pocos minutos sus pensamientos quedarán opacados.

Hemos dejado de hablar. Eso es lo que necesitaba. Vamos por el pasillo hacia el ascensor. Los ascensores tienen un poder especial en mí. Siento cierta debilidad por ellos. Me sonríe y empieza a descubrir que no saldrá del Heathman igual que como entró. Y yo creo que tampoco. No creo que pueda controlarme.

Llega el ascensor y entramos. Estamos solos. La tensión sexual del ambiente puede que rompa los circuitos. De todas formas, creo que puedo controlarlo un poco más. Quiero que ella también muera de deseo a ser besada. Y sé que lo está sintiendo.

Hasta que lo hace. Ese maldito gesto que me pierde. Sí, se muerde el labio inferior, lo que consigue un único y poderoso efecto en mí.

—A la mierda el papeleo —le digo y me abalanzo sobre ella.

Sujeto sus muñecas con una mano y las levanto sobre su cabeza. Luego, inmovilizo su cadera contra la pared del ascensor. Tiro de esa tentadora coleta que hizo hace un momento con su pelo hasta inclinar su cabeza para que la boca le quede en el ángulo correcto. Y ahí la beso.

Nuestras lenguas se contorsionan juntas. Ella mueve la cara, por lo que levanto la mano y le agarro la mandíbula.

—Eres… tan… dulce —apenas puedo decir entrecortadamente cuando comprendo que está por finalizar nuestro delicioso viaje en ascensor.

El ascensor se detiene, se abre la puerta. La suelto de inmediato. Entran tres hombres que interrumpen el momento. Maldición.

Veo de reojo que está absolutamente excitada. Y también nerviosa. Y maravillada. Es una mezcla de sensaciones. Su dulzura me seduce aún más.

Los hombres bajan en la primera planta. Aprovecho lo que queda de nuestro pequeño recorrido para observarle que se ha lavado los dientes.

—He utilizado tu cepillo—dice con la cara de una niña que hizo una travesura y se confiesa.
Me hace sonreír.

—Ay, Anastasia Steele, ¿qué voy a hacer contigo?—le digo y suspiro.

Las puertas se abren en la planta baja, la tomo de la mano y la saco de allí.

—¿Qué tendrán los ascensores? —me pregunto mientras avanzamos hacia nuestra primera noche juntos.

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2 Comentarios

  1. juleyma dice:

    me super encanta esta novela… estoy adicta

  2. sonia dice:

    esto si que es una buena lectura

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