Estamos desayunando y comienzo a percibir que ya no podré seguir con el intento de apartarla de mí. Así que me decido a contarle parte de la verdad. Me acaba de preguntar por qué le regalé los libros. Y me dispongo a explicárselo.
—Bueno, cuando casi te atropelló el ciclista… y yo te sujetaba entre mi s brazos y me mirabas diciéndome: «Bésame, bésame, Christian»… —pienso un momento antes de continuar—. Bueno, creí que te debía una disculpa y una advertencia. —me pregunto si está entendiendo.
—Anastasia, no soy un hombre de flores y corazones. No me interesan las historias de amor. Mis gustos son muy peculiares. Deberías mantenerte alejada de mí. —creo que he dicho la última advertencia, creo que ya no podré volver a hacerlo—. Pero hay algo en ti que me impide apartarme. Supongo que ya lo habías imaginado.
—Pues no te apartes —me dice con voz dulce y delicada.
Algo se quiebra dentro de mí. He intentado mantenerla alejada todo lo que pude. Sé que le gusto demasiado, pero no he querido hacerle mal. No estoy seguro de que esté preparada para lo que se avecina.
—No sabes lo que dices—le comento.
—Pues explícamelo.
Su desafío me confirma que ya nadie podrá impedirlo. Que ni ella ni yo estamos dispuestos a detener lo que ha empezado entre nosotros.
—Entonces sí que vas con mujeres… —me dice un poco torpe.
Me causa gracia que ese sea el comentario que elija hacer en este momento. ¿Todavía le quedaban dudas? Yo creo que no. Es simplemente que está nerviosa y dice cosas como para llenar el momento. No tiene control de la situación.
—Sí, Anastasia, voy con mujeres—le digo para que se quede tranquila. Su cabeza comienza a entender hacia dónde va la situación. Dejo que piense un momento.
—¿Qué planes tienes para los próximos días? —le pregunto con la convicción de que a partir de aquí ya no hay vuelta atrás.
—Hoy trabajo, a partir del mediodía. ¿Qué hora es? —me pregunta alarmada.
—Poco más de las diez. Tienes tiempo de sobra. ¿Y mañana?
Me cuenta que tiene que empacar sus porque se mudará a Seatlle el próximo fin de semana. Perfecto, pienso, la tendré cerca de casa. Le pregunto qué hará con su trabajo. La pregunta parece molestarla. Me cuenta que ha enviado su curriculum a varias empresas.
—¿Y a mi empresa, como te comenté?
Se ruboriza. No entiendo cuál es su problema. Puede que se sienta intimidada, pero es cierto que no es una chica tímida. O, por lo menos, por momento no lo es. No lo es cuando hace sus preguntas, o sus comentarios irónicos, o cuando me pide que no me detenga y que continúe.
—Bueno… no—me dice titubeante, con cierto ¿temor?
—¿Qué tiene de malo mi empresa?
—¿Tu empresa o tu «compañía»? —me pregunta y pierde toda la inocencia para transformarse en la mujer más desafiante que hay en ella.
—¿Está riéndose de mí , señorita Steele?
De repente, comienza a morderse el labio inferior. Esa maldita y hermosa costumbre que tiene de morderse el labio me vuelve loco. Me dan ganas de tirar el desayuno al piso y poseerla aquí mismo, arriba de esta mesa.
—Me gustaría morder ese labio —le digo en tono bajo, para seducirla.
Veo la excitación en sus ojos, en su cuerpo, en su postura. Está nerviosa y es tan atractiva.
—¿Por qué no lo haces? —me responde con un susurro.
Podría hacerlo, pero no lo haré por debo seguir mis reglas. No voy a cambiar mi mundo por esta niña. Le anticipo algo en mi respuesta.
—Porque no voy a tocarte, Anastasia… no hasta que tenga tu consentimiento por escrito —le digo y sonrío.
Sé que probablemente la confunda, pero también esa confusión le generará intriga. Y de la intriga a la seducción hay un pequeño paso.
—¿Qué quieres decir?—me pregunta ansiosa porque le explique todo. Tendrá que aprender que las cosas llevan su tiempo.
—Exactamente lo que he dicho— y espero que entienda que no voy a darle más información por el momento. Aunque me estoy divirtiendo mucho.
No es que quiera ocultarle lo que soy, de hecho, lo sabrá en los próximos días, solo que no se lo puedo explicar aquí, en el medio del desayuno.
—Tengo que mostrártelo, Anastasia. ¿A qué hora sales del trabajo esta tarde?
—A las ocho.
—Bien, podríamos i r a cenar a mi casa de Seattle esta noche o el sábado que viene, y te lo explicaría. Tú decides.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora?
—Porque estoy disfrutando de mi desayuno y de tu compañía. Cuando lo sepas, seguramente no querrás volver a verme.
Se queda pensativa. ¿Qué estarás pensando, señorita Steele? Estoy seguro que ninguna de las extrañas fantasías que esté teniendo ahora son capaces de descubrir la verdad. Probablemente esté pensando cosas terribles, pero nunca se le ocurriría lo que está por vivir.
¿Será una verdadera sumisa Anastasia Steele? ¿Podrá entender mi mundo? Tal vez gane ese costado inocente que tiene. Tal vez gane ese costado de nena superada que tiene. Tal vez se entregue y disfrute de lo nuevo. Me excita aún más no saber la respuesta.
—Esta noche—contesta de repente, saliendo de sus lucubraciones.
Es impaciente. Eso nunca es bueno.
—Como Eva, quieres probar cuanto antes el fruto del árbol de la ciencia.
—¿Está riéndose de mí , señor Grey? —me devuelve la ironía.
Niña maleducada y bravucona. Ya te enseñaré yo.
Llamo a Taylor y le digo que necesitaré el Charlie Tango a las ocho y media y para toda la noche.
Ella mira y escucha la conversación y su cara revela una mezcla de excitación, intriga y miedo.
Cuando dejo el teléfono, me pregunta:
—¿La gente siempre hace lo que les dices?
—Suelen hacerlo si no quieren perder su trabajo — me hace decirle cosas obvias.
—¿Y si no trabajan para ti?
—Bueno, puedo ser muy convincente, Anastasia. Deberías terminarte el desayuno. Luego te llevaré a casa. Pasaré a buscarte por Clayton’ s a las ocho, cuando salgas. Volaremos a Seattle.
Se queda estupefacta.
—¿Volaremos?— me pregunta como si le hubiera dicho que viajaríamos en una nave espacial.
—Sí. Tengo un helicóptero.
No puede creerlo. No cabe en su asombro. Y esto es solo el comienzo…
—¿Iremos a Seattle en helicóptero?
—Sí.
—¿Por qué?
Es delicioso verla en este estado. Entonces sonrío y le respondo:
—Porque puedo. Termínate el desayuno.
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