Sus ojos me miran, inertes, desde detrás de la puerta. Su gesto es el de un animalillo herido, indefenso y orgulloso, que no ha querido dejarse cazar. Un animalillo que, habiendo perdido las fuerzas, se resiste a verse convertido en presa. Pero ahí está, las únicas muestras de vida en su cuerpo son sus ojos sedientos, y su postura, tan erguida… Tan resistiéndose a caer. Me mira, sin reconocerme, al principio. Sus ojos pasando sin posarse en ningún objeto, en ninguna superficie, ignorantes de cualquier acción. Pero de pronto el recorrido de su mirada se detiene, y vuelve atrás. Hasta mí. Hasta mis ojos. Leila me ha visto. Sabe quién soy.
Incómodo, sin saber bien qué hacer, me revuelvo en el sofá de piel, que cruje bajo mi peso. No me atrevo a hablar con ella hasta que no vea al doctor Flynn pero joder, llevo cuatro días en estado de ansiedad permanente por su culpa. Y ha estado a punto de hacerle algo a Anastasia. Anastasia… una punzada de dolor me atraviesa al recordarla. Pero ahora no es el momento. Ahora no. Centro mi atención de nuevo en Leila, tratando de entender, tratando de adivinar.
Está sentada en una fina silla de diseño, como todo en este lugar. La inmensa luz blanca que se cuela por la ventana inunda la estancia, comiéndose los bordes de su silueta en un incómodo contraluz. Leila se quiere mover, pero no puede. Pequeño movimientos de sus extremidades sacuden su cuerpo. Un pie ahora, los dedos de una mano después… No deja jamás de mirarme, como si sus ojos pudieran entablar conversación con los míos. Y los míos responden Ya no, Leila. Ya no hablamos el mismo idioma. Has querido herirme. Sin querer, has querido atacar lo único que quiero. Nunca, Leila, nunca, tú y yo volveremos a hablar el mismo idioma.
Entonces sus labios dibujan una frase.
Sabía que vendrías. Lo sabía. Si limpiaba el camino, vendrías.
¿Qué le habrán dado? Parece totalmente fuera de sí misma física y mentalmente. Lleva unos pantalones vaqueros viejos, y raídos. Sucios. Unas deportivas de cordones y un jersey de lana, pese a que fuera ya no hace frío. Hace semanas que no hace frío. Es como un personaje sacado de otro tiempo, de otra dimensión. Leila fue parte de mi vida una vez, pero es una vida que me parece ajena, lejana y despreciable. Una vida sin Anastasia que ya no es vida, y que ya no quiero.
¿Señor Grey? – la recepcionista me llama.- El doctor Flynn le recibirá ahora. Pase, por favor.
Muchas gracias –respondo levantándome.
Antes de abandonar la sala de espera, echo un último y rápido vistazo a la habitación en la que he visto a Leila. Sus labios siguen hablándome sin voz.
Lo sabía. Sabía que vendrías. Por eso tenía que limpiar el camino. Lo sabía. Lo sabía. Sabía que vendrías. Vendrías. Lo sabía. Limpiar el camino.
El doctor Flynn firma unas recetas en su escritorio, mientras despacha por teléfono algunos asuntos con quien parece la policía.
Así lo haré, señor agente. Descuide… Por supuesto, haré que el procurador se ocupe del papeleo. La cadena de custodia empieza en esta consulta, ya lo sé. Pero supongo que usted debe saber que no es una criminal y, si no lo sabe, le agradecería que me enviara a alguien de la oficina del fiscal lo antes posible. Ya he hecho que un juez autorice que la entrevista tenga lugar aquí.
¿Algún problema? – interrumpo en voz baja, pero el doctor Flynn sacude la mano con un gesto negativo.
Eso espero. Y ahora, si me disculpa, tengo pacientes que atender. No todo gira alrededor de su oficina, señor, y si me permite recordárselo, esto es América.
Cuelga el teléfono y lo lanza con fuerza sobre la mesa.
Me cago en todos los malditos agentes incompetentes de policía –gruñe.
Nunca había visto al doctor Flynn así.
¿Qué ha pasado?
Que no se puede hablar con un ignorante, coño.
¿El agente de policía?
El mismo. El agente Robbins. Apunte bien el nombre en su mente por si alguna vez tiene que cruzarse con él. Yo le recomendaría que lo evitara.
¿Pero qué ha pasado, Flynn?
Un gilipollas del vecindario de Anastasia vio la Leila durante horas parada, en la calle. Se asustó y llamó a la policía. Al parecer Taylor la trajo aquí antes de que les diera tiempo a llegar y el vecino les siguió hasta aquí, para no perderles la pista. ¿No le bastaba que se hubiera ido? ¿No era eso lo que quería? – Flynn gesticula y golpea la mesa mientras habla.
¿Y cuál es el problema ahora? – le pregunto, porque no termino de entender qué ha pasado.
Pues que la ha denunciado.
¿Alegando qué?
¡Acoso! Lo que te digo, es gilipollas. ¡Ni siquiera estaba esperándole a él!
Hombre, que estaba acosando a alguien es innegable –tengo que concederle eso, al menos.-
No joda, señor Grey.
No se preocupe Flynn, haré que mis abogados se encarguen de esto. No habrá ningún problema. Le aseguro que no es la primera vez que me enfrento con la oficina del fiscal, se por dónde apretarles las tuercas. Y ahora dígame, ¿cómo está?
Flynn parece calmarse un poco, y se sienta de nuevo en su silla, detrás de la mesa.
Hemos tenido que darle un tranquilizante, no se ha tomado muy bien que la trajéramos aquí. Quería a toda costa “limpiar el camino” hasta usted. Eso decía.
¿Limpiar el camino?
Quitar de en medio a Anastasia, señor Grey.
Oír su nombre es una nueva bofetada. Anastasia. Anastasia. Anastasia.
Yo… la he visto, doctor Flynn. No tiene buen aspecto.
Lo sé. Pero se pondrá bien. Sólo tenemos que mantenerla vigilada, y controlada. Y para empezar ahora mismo estoy obligado a hacerlo no sólo por el juramento hipocrático, sino también por culpa del subnormal del agente Robbins y por la ley. Así que, descuide, yo me ocupo.
Gracias, doctor Flynn. Y le ruego que no repare en gastos. Quiero lo mejor para ella, yo me ocuparé. No quiero que nada le ocurra, ¿entendido?
Por supuesto. ¿Está usted bien, señor Grey? No tiene buen aspecto –pregunta el doctor.
Hace un par de días que se me ha desordenado el sueño. Duermo a deshora y, cuando lo hago, me atacan las pesadillas.
Pase al diván, señor Grey. Acomódese. Y hábleme de esas pesadillas.
Liberado de la tensión que me producía no saber de Leila, me dejo caer en el diván de mi terapeuta, sintiéndome muy muy pequeño. Sintiendo que necesito ayuda.
Adelante –me dice.
Y sé que no va a decir más. Éstas son las reglas. Él me da el pie, y yo lo tomo como quiero. Y echo la vista atrás, intentando decidir desde dónde empezar a contarle. ¿Desde que Anastasia se marchó? ¿Desde Georgia? ¿Desde que la conocí? ¿Desde la primera vez que Elena Lincoln golpeó mi cuerpo con una vara de bambú?
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3 Comentarios
Dios mio, cuanto dolor y la preocupación por el amor de su vida….. todo lo que tiene que cargar……
Christian realmente tiene la facilidad de olvidar lo que ya no necesita, un poco duro, pero, tal vez es por su pasado. Pobre Leila, me recuerda que muchas mujeres pasan por el momento de no olvidar y no saber vivir una ruptura y más en este caso donde no había amor.
Ya sabemos las intenciones de Leila respecto a Anastasia y lo ocurrido hasta su internamiento. Sigue estando emocionante porque es una parte no reflejada en el libro e importante en la huida de Christian y Anastasia del peligro que representaba. Gracias