Anastasia ha querido negociar: que yo le cuente sobre por qué no me gusta que me toquen a cambio de que yo pueda darle unos buenos azotes.

Este es el tipo de negociación que me más me gusta.

Ahora está aquí, de pie, a mi lado. Yo tengo las bolas chinas en mi mano y, en un momento, las introduciré en ella.

—Buena chica. Abre la boca.

Me mira asombrada. Creo que esperaba otra cosa.

—Más—le ordeno.

Hace caso. Introduzco las bolas chinas en su boca.

—Necesitan lubricación. Chúpalas.

Ella lo hace con delicadeza. La miro a los ojos sin bajar la mirada y veo como su expresión se llena de excitación mientras desliza su lengua sobre el metal.

—No te muevas, Anastasia. Para—le indico.

Ella obedece. Saco las bolas de su boca.

Me siento al borde de la cama y le indico que venga hacia mí.

—Date la vuelta, inclínate hacia delante y agárrate los tobillos.

Escucha atenta pero no me hace caso. Duda. No reacciona.

—No titubees —le digo.

Meto las bolas en mi boca para mantener la lubricación.

Sigue mis indicaciones. Se toma de los tobillos. Su hermoso culo queda frente a mis ojos. Lo acaricio suavemente.

Apenas entramos en contacto, mi excitación crece.

Muevo hacia el costado sus bragas y acaricio su sexo húmedo para mí.

Meto un dedo dentro de ella. Parece que la toma desprevenida. Gime de inmediato ante el contacto.

Su sexo esta delante de mi cara y me excita verlo, tocarlo, olerlo.

Saco el dedo y lo vuelvo a meter. Y ella vuelve a gemir.

Está muy lubricada. Es el momento exacto.

Quito el dedo una vez más y, en cambio, meto, primero una bola, luego, la otra. Ella está muy receptiva.

La escena ante mis ojos es perfecta.

Vuelvo a colocar las bragas en su lugar y le doy un beso en el trasero.

—Ponte derecha —le digo.

Con cierta torpeza, responde y hace lo que le indico. Se ve que se siente un poco extraña, pero muy a gusto.

Parece que va a caerse, así que la sujeto de las caderas para ayudarla. Le pregunto si está bien, para asegurarme de que está cómoda y a gusto.

Me responde que sí. Su respuesta me alivia y me invita a continuar con el juego.

—Vuélvete—le ordeno.

Lo hace.

La tengo frente a mí. Miro su rostro. Tiene expresión preocupada. Puedo percibir que disfruta, pero que está atenta a cómo seguirá todo.

Su vientre está ante mi cara. Veo que lo contrae. Perfecto, las bolas están haciendo su trabajo. O, mejor dicho, ella está haciendo su trabajo con las bolas.

De repente, parece sobresaltarse.

—¿Qué tal? —le pregunto.

—Raro.

He experimentado con bolas chinas con varias de mis sumisas y termina siendo siempre uno de sus juguetes preferidos.

Una mujer puede llevarlas puestas durante todo un día y hacer su actividad cotidiana mientras las tiene dentro.

De hecho, caminar suele aumentar el placer que provocan.

Sin embargo, todo esto es muy nuevo para Anastasia y quiero estar seguro de que lo disfruta tanto como yo.

—¿Raro bueno o raro malo?—indago.

—Raro bueno —me dice y se pone colorada.

Tengo su confianza en este momento. Fantástico. Nos divertiremos.

—Bien. Quiero un vaso de agua. Ve a traerme uno, por favor—le digo y reprimo una sonrisa.

Me mira asustada, pero con cierto dejo de humor en su mirada. Entiende lo que sucede. Sabe que algo estoy tramando.

Continúo explicándole cómo seguiremos.

—Y cuando vuelvas, te tumbaré en mi s rodillas. Piensa en eso, Anastasia.

Ahora sí, parece atemorizarse de verdad. Su temor me excita mucho.

Se queda perpleja. Arqueo mis cejas indicándole que debe accionar.

Me hace caso y sale del dormitorio en busca del agua.

Me la imagino caminando con dificultad por la casa con miedo de cruzarse sin querer con alguien. Me da ternura.

Pero, de inmediato, puedo imaginar cómo crece su excitación con cada movimiento diferente que realiza, cómo va sintiendo el suave contacto de las bolas dentro de ella y me excito de solo pensarlo.

La veo regresar con el vaso en la mano. Se la ve más cómoda.

—Gracias —le digo retomando el juego.

Bebo un trago y lo apoyo sobre la mesa de noche.

El agua pasa por mi garganta. Le da cierto suspenso a la situación.

Anastasia está expectante esperando el próximo paso.

Ahora viene lo mejor, señorita Steele, espero que lo disfrutes tanto como lo haré yo…

—Ven. Ponte a mi lado. Como la otra vez—le ordeno.

Lo que viene no se lo imagina. Y sé que mi sorpresa la excitará aún más.

—Pídemelo —indico en un susurro.

No me entiende. Me mira y no sabe qué hacer.

No tengo paciencia.

—Pídemelo —insisto, esta vez con mucha menos delicadeza.

Pero no lo entiende. Espera una nueva indicación.

Frunce el ceño.

Sé que tiene que llegar a entenderlo. Simplemente no se lo diré.

Ella lo debe descubrir.

—Pídemelo, Anastasia. No te lo voy a repetir más.

Está en el aire. Pierde toda la magia si se lo explico.

Me mira una vez más. Siento su miedo y su desesperación por acatar mi orden, pero no saber cómo actuar.

Hasta que su rostro se relaja, como si hubiera descubierto algo que ni siquiera sospechaba

—Azótame, por favor… señor —dice en voz baja.

Oh, sí, nena, eso era lo que necesitaba escuchar.

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