Llegamos a casa. Anastasia sobre mi regazo.
Le he pedido que se quede a dormir conmigo. Si no, no la veré en toda la semana. Ha aceptado. Me ha hecho sentir bien.
Quiero que firme el contrato. Pero tiene que estar convencida. Sin dudas, sin arrepentimientos.
Que lo haga después del viaje a Georgia. Si Anastasia todavía no está segura, lo mejor será que vaya a ver su madre, que se relaje y reflexione. Y, luego, al volver, que firme.
Yo sigo convencido de que lo desea. Anastasia es una verdadera sumisa. Lo puedo percibir en su excitación cada vez que estamos juntos.
Claro, después está su lengua viperina o sus repentinos ataques de vergüenza o introspección. No sé qué haremos con estas actitudes. Tal vez, lo único que queda es seguir trabajando en eso.
Salimos del coche.
Taylor abre la puerta del coche y Anastasia agradece. Noto que está nerviosa cuando lo mira, preocupada por lo que él pudo escuchar o pensar. Lo dejo pasar sin prestar mayor atención a eso.
Anastasia debe trabajar sobre su seguridad.
La observo. Está hermosa con ese vestido. Sin embargo, me doy cuenta de que no lleva abrigo. Me molesta que no se cuide.
—¿Por qué no llevas chaqueta?
—La tengo en mi coche nuevo —me responde bostezando.
Me quito la mía y la pongo sus hombros.
Me mira agradecida con dulzura y vuelve a bostezar.
Le sonrío.
—¿Cansada, señorita Steele?—le pregunto burlonamente.
—Sí, señor Grey. Hoy me han convencido de que hiciera cosas que jamás había creído posibles.
Me divierte que se tome el trabajo de explicarme. Pero yo quiero más de ella, así que será mejor que deje el sueño para la semana en la que no nos veremos.
—Bueno, si tienes muy mala suerte, a lo mejor consigo convencerte de hacer alguna cosa más—le digo, mientras entramos al edificio.
Me mira preocupada. Con su expresión parece decir: “oh, de verdad que no puedo más”.
En cambio, mi expresión dice: “Oh, créeme que siempre puedes un poco más y, en un rato, lo comprobarás”.
Vamos en el ascensor. Comienza a morderse el maldito labio.
La tomo de la barbilla y hago que deje de hacerlo.
—Algún día te follaré en este ascensor, Anastasia, pero ahora estás cansada, así que creo que nos conformaremos con la cama.
Luego, me acerco a ella y tiro suavemente con mis dientes de su hermoso y maldito labio.
Reacciona de inmediato. Esta es mi chica. Ella responde mordiéndome también.
Me encanta. Un suave gemido sale de mi boca.
Las puertas del ascensor se abren.
Entramos a casa.
—¿Necesitas una copa o algo?—le pregunto.
—No.
Esa es la respuesta que quería escuchar. Me gusta que estemos de acuerdo.
—Bien. Vámonos a la cama—le digo.
Me mira extrañada. No entiendo por qué.
—¿Te vas a conformar con una simple y aburrida relación vainilla?
Su provocación me divierte.
Suena como mi conciencia, aunque un poco más divertida. Trato de no prestarle atención a esto y seguir jugando con ella.
—Ni es simple ni aburrida… tiene un sabor fascinante —le digo.
—¿Desde cuándo?—me pregunta extrañada, pero con una sonrisa hermosa.
—Desde el sábado pasado. ¿Por qué? ¿Esperabas algo más exótico?
Querida Anastasia, no te das cuenta de nada de lo que está pasando. Me gustas tanto.
La miro y creo que saltan chispas de nuestros ojos.
Sin embargo, la respuesta no acompaña esta sensación:
—Ay, no. Ya he tenido suficiente exotismo por hoy.
Intento provocarla, para que sigamos divirtiéndonos.
—¿Seguro? Aquí tenemos para todos los gustos… por lo menos treinta y un sabores.
Le sonrío. Quisiera que pruebe todos esos sabores ya mismo.
—Ya lo he observado —me dice seria.
Veo que no tiene ganas de seguir jugando conmigo, así que caigo en la frase más sincera que cruza mi cabeza.
—Venga ya, señorita Steele, mañana le espera un gran día. Cuanto antes se acueste, antes la follaré y antes podrá dormirse.
Me mira un poco ofendida.
—Es usted todo un romántico, señor Grey—dice llena de ironía.
—Y usted tiene una lengua viperina, señorita Steele. Voy a tener que someterla de alguna forma. Ven.
Está cansada y es verdad. Lo veo en su rostro, en su actitud corporal.
Entonces, decido actuar con rapidez y evitar que tenga tiempo de reaccionar.
La llevo por el pasillo y doy una patada a la puerta de mi habitación.
—Manos arriba —le ordeno.
Como en un paso de magia, le quito el vestido, antes de que pueda darse cuenta.
—¡Tachán! —exclamo divertido.
No está muy receptiva. De todas formas, ríe y aplaude, al ver lo rápido que he sacado su vestido. Lo pongo cuidado en la silla.
Al regreso, ella pregunta:
—¿Cuál es el siguiente truco?
Me gusta mucho que me provoque.
—Ay, mi querida señorita Steele. Métete en la cama, que enseguida lo vas a ver.
Pero no lo hace. Me sorprende un poco que no me obedezca.
Me mira entre desafiante y divertida.
—¿Crees que por una vez debería hacerme la dura?
Su desafío me resulta excitante. Puedo conseguir lo que quiero y me agrada cuando me retan a hacerlo.
—Bueno… la puerta está cerrada; no sé cómo vas a evitarme. Me parece que el trato ya está hecho.
Estoy por abalanzarme sobre ella. Algo me detiene.
—Pero soy buena negociadora—me dice.
La situación se vuelve algo rara. La excitación baja. No quisiera discutir. No entiendo qué es lo que está buscando.
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