La reunión familiar está resultando un éxito. Sabía que Anastasia iba a comportarse de manera maravillosa, pero de todas formas me resultaba extraño verme a mí, en casa, con toda mi familia y con “mi chica”.
Mia está más chispeante que de de costumbre. Ha contado anécdotas divertidísimas sobre su estancia en París. Mi pequeña hermana necesitaba vivir un tiempo lejos de casa. Creo que eso la ha ayudado mucho.
El proyecto arquitectónico de Elliot es muy interesante. Se trata de una comunidad ecológica. Admiro a mi hermano y las cosas que está logrando son geniales. Me molesta que la estúpida de Kate esté a su lado, pero no puedo hacer demasiado. Tendré que acostumbrarme.
Ana los mira. Creo que disfruta que su amiga esté aquí.
Veo que se muerde el labio y me quedo atrapado en la imagen.
—No te muerdas el labio. Me dan ganas de hacértelo— le digo provocador.
Toda la energía se concentra en un solo punto. Quiero desnudarla y follarla. Aún más sabiendo que no lleva bragas. ¿Cómo consigue ponerme así en apenas diez segundos? ¿Qué efecto causa en mí esta chica?
No recuerdo que ninguna otra me haya excitado con tanta facilidad. Es decir, nunca he tenido problemas al respecto, pero nunca he sentido esta sensación descontrolada.
Estoy aquí, con mi familia, terminando de cenar. Me río de las bromas de Mia, escucho atento el proyecto de Elliot, y, de repente, en un instante, alcanza con que Anastasia se muerda el labio para volverme loco, para desear desnudarla de un manera inmediata.
¿Será bueno esto? No lo sé…
Por ahora, le haré caso a mi instinto.
Mientras mamá y Mia recogen las copas del postre, el resto habla de paneles solares. Yo ya he perdido todo el hilo de cualquier conversación, entregado a mis pensamientos con Anastasia.
La tomo de la rodilla y comienzo a subir la mano sin que nadie se dé cuenta. Avanzo hacia arriba una vez más. Ella se acalora, lo noto en su actitud. Y cierra fuerte las piernas, evitando que llegue a donde quiero llegar.
Lo cual, por supuesto, me excita mucho más.
—¿Quieres que te enseñe la finca? —le pregunto en un tono de voz que todos pueden escuchar.
Ana se queda en silencio. Supongo que está buscando alguna excusa para decir que no, pero la tengo atrapada. Sonrío.
Me levanto y le tiendo la mano.
Me mira un instante. Ya te tengo, eres mía.
Responde dándome la mano. Será maravilloso follarla en la finca familiar. Toda una nueva experiencia que no había considerado.
Nos retiramos del comedor. Ella viene detrás de mí.
—Si me disculpa… —le dice a mi padre cuando sale.
Así me gusta, señorita Steele, que sea educada.
No puedo evitar una sonrisa que, por suerte, nadie puede ver.
A medida que avanzamos comienzo a imaginarme todo lo que le haré a Anastasia.
Pasamos por la cocina donde mi madre y mi hermana cargan el lavavajillas.
—Voy a enseñarle el patio a Anastasia —le digo a mamá.
Sé que jamás podría cruzarse por su cabeza lo que haré en ese patio. Como mucho podrá imaginar unos besos apasionados, una excesiva muestra de afecto.
Me siento un mentiroso. Pero, justo en este momento, no tengo culpa por eso.
Mi madre nos sonríe con su calidez habitual. Yo le devuelvo la sonrisa como he hecho siempre. Es una gran mujer y nunca quisiera decepcionarla.
De hecho, me alegra verla feliz. Está contenta porque me ve con una mujer. Tal vez, sienta que mi vida se está encaminando.
Sé que está muy orgullosa de mí, de todos mis logros laborales. Pero también sé que “el desarrollo personal”, como lo llama ella, es algo que considera muy importante.
Grace siempre tuvo una sensibilidad especial.
Yo sé que ha sufrido mucho por mi culpa cuando era niño y, ahora, quiero que sea feliz. Por eso, no toleraría que jamás se enterara de lo jodido que estoy por dentro.
Salimos al patio. Anastasia me sigue de manera temerosa. Yo empiezo a buscar a dónde la llevaré para obtener lo mejor de ella.
Paso por entre los arbustos y salgo hacia la bahía.
Ana viene detrás de mí. Se queda maravillada al ver el paisaje. Yo me quedo maravillado al mirarla a ella. Las luces de la noche la hacen más bella.
Todos mis pensamientos comienzan a arder bajo la luz de una luna increíble. Es un escenario perfecto.
Caminamos en silencio. De repente, Ana se detiene. Me aprovecho del momento y tiro de ella. Sus zapatos se hunden en el césped.
—Para, por favor— me dice falsamente ofendida.
Oh, señorita Steele, sabes a dónde vienes si me sigues por aquí.
No le digo nada. Me limito a caminar un poco más.
A ella le cuesta seguirme. Los tacones y la hierba húmeda juegan en su contra. Y a mi favor, por supuesto.
Entonces me detengo y la miro fijamente.
Se queda paralizada.
Luego, reacciona.
—Los tacones. Tengo que quitarme los zapatos.
Eso era exactamente lo que quería oír.
No lo dudo un instante.
—No te molestes —le digo.
Y antes de que pueda pensar a qué me estoy refiriendo, me agacho y la cargo a mi hombro.
Pega un grito asustada.
Le doy una palmada fuerte en el culo.
—Baja la voz —protesto.
Me hace caso de inmediato y se queda en silencio.
Sigo caminando con ella en mi hombro. Me encanta llevarla así.
Un momento después me pregunta temerosa:
—¿Adónde me llevas?
—Al embarcadero —respondo sin más explicaciones.
Continúo mi camino, cada vez más rápido. Ella se sostiene de mis caderas lo cual facilita mis movimientos.
—¿Por qué?—me pregunta unos segundos después.
—Necesito estar a solas contigo.
—¿Para qué?
Sus preguntas despiertan una excitante furia dentro de mí.
—Porque te voy a dar unos azotes y luego te voy a follar.
—¿Por qué? —me pregunta como una niña inocente.
—Ya sabes por qué —le digo con cierto enfado.
—Pensé que eras un hombre impulsivo —me dice asustada.
—Anastasia, estoy siendo impulsivo, te lo aseguro.
Y cada vez voy más de prisa. Quiero llegar ya mismo al maldito embarcadero.
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