Ha llegado el momento de hablar y terminar de definir las cuestiones relacionadas con los límites tolerables. Me preocupa un poco su actitud. No termina de estar ni relajada, ni confiada. Es evidente que esto le cuesta demasiado.
Saco una copia de su mail y de la lista para que revisemos punto por punto. Quiero que se sienta cómoda. Y, en especial, quiero que se sienta segura. Que en ningún momento crea que está perdiendo el control. Sé que sentir que uno tiene el control sobre la situación es lo que genera mayor seguridad. Por eso, espero que ella lo sienta.
Termina el champagne de su taza como queriendo tomar coraje.
—¿Más?—le ofrezco con una sonrisa cómplice.
—Por favor.
De repente me doy cuenta del problema recurrente en el que solemos caer en estos casos. No quiero que se emborrache y pierda la consciencia.
—¿Has comido algo?
Me mira con cara de niña rebelde que no quiere ser controlada y mucho menos reprendida. No me importa. Me preocupo por ella y a partir de hoy lo haré aún más. Incluso, a partir de hoy, tendré el poder de castigarla cuando sea necesario. La sola idea me excita.
—Sí. Me he dado un banquete con Ray— dice desinhibida. Veo que el champagne empieza a surtir efecto.
Entonces, pone los ojos en blanco. Es una actitud de adolecente provocadora. Y obtiene la respuesta que está buscando.
Me inclino hacia ella, la cojo de la barbilla y, sin dejar de mirarla fijamente a los ojos, le digo:
—La próxima vez que me pongas los ojos en blanco te voy a dar unos azotes.
Parece asombrada. Bienvenida al juego, señorita Steele.
—Ah —me da como única respuesta.
—Ah —la imito de manera burlona—. Así se empieza, Anastasia.
Veo que sus muslos se contraen. Esto le provoca excitación. Perfecto. Estamos llegando al punto al que deseo llegar.
Lleno su taza de champagne. Ella lo bebe casi todo de un sorbo.
Veo cierta confusión en su rostro. Tal vez, solo se trate de ansiedad. Necesito toda su atención ahora.
—Me sigues ahora, ¿no?
Asiente con la cabeza.
—Respóndeme.
—Sí… te sigo— me dice con complicidad y soltura.
—Bien —le sonrío—. De los actos sexuales… lo hemos hecho casi todo.
Está lo suficientemente receptiva como para meternos de lleno en la lista. Hemos conseguido llegar al punto en que yo la quería tener para mí. Hasta tiene la libertad como para acercarse y mover la lista para mirarla juntos.
APÉNDICE 3
Límites tolerables
A discutir y acordar por ambas partes:
¿Acepta la Sumisa lo siguiente?
• Masturbación
• Penetración vaginal
• Cunnilingus
• Fisting vaginal
• Felación
• Penetración anal
• Ingestión de semen
• Fisting anal
—De puño nada, dices. ¿Hay algo más a lo que te opongas? —pregunto.
Me resulta extraño estar hablando de esto tan directamente. Nunca lo había hecho antes de esta forma. Supongo que ella se sentirá un poco incómoda o le dará algo de vergüenza. Sin embargo, no tenemos otro modo de hacerlo.
—La penetración anal tampoco es que me entusiasme—me dice temerosa.
Observo que esta negociación va a ser más difícil de lo que imaginaba. Me pide que renuncie a algo demasiado básico. Y por supuesto, no se lo permitiré. Desde el primer día he visto ese culo y lo he deseado desde aquella noche en que la di vuelta para penetrarla apoyado sobre su espalda.
—Por lo del puño paso, pero no querría renunciar a tu culo, Anastasia. Bueno, ya veremos. Además, tampoco es algo a lo que podamos lanzarnos sin más. Tu culo necesitará algo de entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —me pregunta intrigada.
No deja de sorprenderme su falta de conocimiento en todos los asuntos sexuales. Ya sé que era virgen, pero es más que eso todavía. A veces pareciera como si nunca hubiera hablado con una amiga, hubiera visto una película o hubiera leído algo, aunque sea por simple curiosidad.
Trato de no hacérselo notar demasiado y le respondo con total naturalidad.
—Oh, sí. Habrá que prepararlo con mimo. La penetración anal puede resultar muy placentera, créeme. Pero si lo probamos y no te gusta, no tenemos por qué volver a hacerlo.
Mis palabras parece que no logran convencerla. No parece la actitud de una mujer del siglo XXI. Hasta me mira con cierta desconfianza como si estuviera pensando que eso jamás podría causarle placer. Ya lo probará. Ya le gustará. Ya me pedirá que volvamos a hacerlo.
—¿Tú lo has hecho? —me pregunta tragando saliva.
—Sí.
No tengo por qué ocultárselo.
—¿Con un hombre?
—No. Nunca he hecho nada con un hombre. No me va.
—¿Con la señora Robinson?
—Sí.
No voy a detenerme en ese punto. Puedo contarle lo que necesite, pero tampoco quiero que volvamos una y otra vez a mi pasado. Una cosa es la información, otra muy distinta es hurgar sobre cada cosa que yo hice. No me interesa darle información en este último sentido. Sigo con la lista y dejo que los pensamientos se vayan acomodando en su cabeza.
—Y la ingestión de semen… Bueno, eso se te da de miedo— le susurro con una sonrisa.
Se pone colorada como un tomate. De todas formas, puedo percibir que lo ha tomado como un cumplido.
—Entonces… Tragar semen, ¿vale?—continúo con una sonrisa.
Sin embargo, ella no me mira. Se concentra en sus manos. Asiente con la cabeza. Pareciera como si quisiera replegarse dentro de sí misma. Vuelve a tomar un largo sorbo de su champagne.
—¿Más? —le pregunto.
—Más. — me responde.
Y lleno su taza para pasar ahora al tema de los juguetes sexuales.
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