La encierro en el vestuario para indagar por qué no me ha contestado. Me he quedado preocupado creyendo que podría haberle sucedido algo. Su coche no parece ser muy confiable. Y además anoche salió del hotel un tanto alterada y confundida.

Luego, cuando la he visto hoy entre los graduados, he vuelto a estar tranquilo. Pero furioso. Su irresponsabilidad infantil me sulfura.

—¿Por qué no me has mandado un e-mai l? ¿O un mensaje al móvil?-le pregunto sin poder disimular mi disgusto.

Su cara de desconcierto ante mi pregunta me enfada aún más. Esa desfachatez de adolescente revelándose contra un padre sobreprotector…

—Hoy no he mirado ni el ordenador ni el teléfono— se excusa en tono bajo de voz y hasta un poco tembloroso.

Me molesta que intente disuadirme.

—Tu discurso ha estado muy bien—me dice, intentando cambiar de tema.

—Gracias.

—Ahora entiendo tus problemas con la comida— continúa desviando la atención, lo que me pone cada vez más nervioso. Me enfurece que no se dé cuenta de lo que ha pasado, que lo tome como algo natural.

—Anastasia, no quiero hablar de eso ahora. Estaba preocupado por ti.

—¿Preocupado? ¿Por qué?—me responde con total desenfado.

No puedo creerlo. De verdad que alucino con esa desfachatez.

—Porque volviste a casa en esa trampa mortal a la que tú llamas coche—y solo ese es el principio de mi reproche.

—¿Qué? No es ninguna trampa mortal. Está perfectamente. José suele hacerle la revisión.

No puedo creerlo. No puedo creerlo. No puedo creerlo. Trato de no ponerme más nervioso, pero me cuesta conseguirlo.

—¿José, el fotógrafo?— pregunto aún más preocupado. En parte porque no se preocupa, en parte por la manera desprejuiciada que tiene de afirmarlo.

—Sí, el Escarabajo era de su madre.

—Sí, y seguramente también de su abuela y de su bisabuela—pruebo con la ironía a ver si consigo hacerla reaccionar—. No es un coche seguro.

—Lo tengo desde hace más de tres años. Siento que te hayas preocupado. ¿Por qué no me has llamado?

Al escuchar esa pregunta me empiezo a dar cuenta de lo que realmente me está pasando. Al mismo tiempo, verla tan tranquila solo consigue hacer que me ponga más nervioso.

Rápidamente reconozco dentro de mí qué es lo que, en realidad, me está sucediendo. No soporto más la incertidumbre. Ha logrado que me pusiera ansioso de verdad. Estoy dispuesto a dejarla marchar si es realmente lo que ella quiere. Pero necesito que de su boca salga una respuesta certera.

Respiro hondo y se lo digo, confiando en que podré hacerla entrar en razón.

—Anastasia, necesito una respuesta. La espera está volviéndome loco—me sincero.

—Christian… Mira, he dejado a mi padrastro solo—intenta nuevamente evadirse.

Pero no voy a permitírselo. Ya le he tenido demasiada paciencia. Me repito a mí mismo que si no quiere que lo diga, pero que deje de poner excusas, de venir para marcharse sin resolver nada. Le he dado todas las explicaciones que quería, he escuchado sus objeciones y he conciliado para resolverlas, le he ofrecido despejar todas sus dudas e, incluso, le he dicho que podría abandonar todo cuando quisiera. Creo que es suficiente.

—Mañana. Quiero una respuesta mañana.

—De acuerdo, mañana. Ya te diré algo— finalmente dice con decisión.

Me gusta escuchar esa respuesta. Me relaja.

Entonces, le pregunto si se quedará a tomar algo. Menciona que Ray la estará esperando. Creo que se trata de su padrastro.

—¿Tu padrastro? Me gustaría conocerlo— le comento.

—Creo que no es buena idea.

Abro el pestillo para salir de ese vestuario hacia el exterior.

—¿Te avergüenzas de mí?—le pregunto, convencido de que no se trata de eso. Lo hago solo para escuchar su respuesta.

—¡No! ¿Y cómo te presento a mi padre? ¿«Este es el hombre que me ha desvirgado y que quiere mantener conmigo una relación sadomasoquista»? No llevas puestas las zapatillas de deporte.

Reconozco que estas respuestas me parecen ingeniosas y divertidas. Me gusta esa ironía que sale de ella, incluso en los momentos de mayor tensión. Le sonrío.

Y ella responde a mi sonrisa.

Le propongo que se distienda y que le diga que soy un amigo. No debería hacerse problema por eso.

No le daré más espacios para dudas. Salgo del vestuario. Me quedo hablando con los profesores mientras ella va corriendo a buscar a su padrastro. Está nerviosa. Y es tan simple lo que tiene que hacer que no logro entender por qué se pone así.

Paso un rato aburrido con charlas de rutina. Los profesores quieren hablar conmigo, consultarme sobre sus proyectos. A veces pareciera que quieren que invirtiera en ellos. No es que no digan cosas interesantes, pero estoy inquieto por otra cosa y no puedo prestarles demasiada atención.

Tarda más de lo previsto. Rastreo el lugar con la mirada y no logro verla. ¿Dónde está? ¿Se ha ido? ¿Ha escapado? No le perdonaría que hiciera un cosa así.

Me divierte la idea de conocer a su padrastro. No sé porqué le da más importancia a las cosas que lo que las cosas tienen. Las cosas se resuelven de manera simple y expeditiva. Si no, solo son problemas.

Pasa el tiempo y no la veo en ningún lado. Un camarero pasa con una bandeja de champagne de mala calidad. Cojo una copa para un brindis simbólico, pero no logro terminar ese brebaje que llaman bebida.

Me dirijo hacia otro sector del entolado y allí la veo. Un rubio bastante guapo la tiene cogida de la cintura. ¿De qué se trata todo esto?

De repente, me interrumpe Katherine.

—Muy buen discurso, Christian. Emocionante lo que has contado de tu infancia. Y difícil de imaginar.

—Gracias. ¿Con quién está Anastasia?

—Oh, es Ethan, mi hermano. Ha llegado de Europa. Vamos que los presentaré.

Nos dirigimos hacia el sector en donde están Anastasia, su padrastro y el hermano de Katherine. Anastasia no pudo escapar, si era eso lo que estaba buscando.

—Hola, Ray. —Katherine saluda al padrastro de Anastasia—. ¿Conoces al novio de Ana? Christian Grey.

Lo hizo a propósito. La malvada señorita Kavanagh cree que así hará lograr que me sienta incómodo. Pero nada altera mi temple.

—Señor Steele, encantado de conocerlo —digo, dejando de lado el modo de presentación que ha elegido la amiga de Anastasia.

Nos damos la mano y Anastasia mira estupefacta. ¿De qué tiene tanto miedo? ¿Me estoy perdiendo de algo terrible? Decido no prestarle demasiada atención.

Ray, su padrastro, se ve un hombre amable y simple.

Luego, Katherine me presenta a su hermano, que está empeñado en mantener el brazo en la cintura de “mi novia”. Entonces, tiendo la mano a Anastasia para sacarla de esos brazos que no me gustan.

—Ana, cariño— la llamo. Y sé que, a pesar de que sepa que se trata de una ironía, algo dentro de ella se conmueve al escuchar esas palabras.

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