En la tarde llega la respuesta de Anastasia. Justo después de que llegara de su trabajo.

“Señor:

Le ruego que observe la fecha de origen: 1580-1590. Quisiera recordarle al señor, con todo respeto, que estamos en 2011. Desde entonces hemos avanzado un largo camino.

Me permito ofrecerle una definición para que la tenga en cuenta en nuestra reunión:

compromiso: sustantivo

1. llegar a un entendimiento mediante concesiones mutuas; alcanzar un acuerdo ajustando exigencias o principios en conflicto u oposición mediante la recíproca modificación de las demandas. 2. el resultado de dicho acuerdo. 3. poner en peligro, exponer a un peligro, una sospecha, etc.: poner en un compromiso la integridad de alguien.”

Por lo visto, sigue con su plan de rebelarse. Por un lado me preocupa, no sé cómo concluirá esta situación. Por el otro, me seduce, cuando sea mi sumisa el placer será doble porque habré dominado a alguien que pretendía portarse muy mal. Le mando una respuesta práctica y rápida, diciéndole que pasaré a buscarla para nuestra reunión a las siete en punto. Ocho minutos después llega una respuesta algo molesta que ya anuncia desde el asunto: “Las mujeres sabemos conducir”

“Señor:

Tengo coche y sé conducir.

Preferiría que quedáramos en otro sitio.

¿Dónde nos encontramos?

¿En tu hotel a las siete?”

¿Cómo Anastasia puede ser tan testaruda? ¿Qué es lo que pretende demostrar con todo esto? ¿Será capaz de hacer lo que le diga? Por un momento siento que estoy perdiendo el tiempo. Esto me hace enfurecer, me irrita. No va a ganarme una jovencita que solo quiere llamar la atención. De inmediato le escribo y le recuerdo lo que decía mi mail sobre la sumisión. ¿Podrás entenderlo de una vez, Anastasia Steele?

No, no puede entenderlo. Unos minutos después llega su nuevo mensaje:

“Señor Grey:

Preferiría conducir.

Por favor.”

Decido no exasperarme, aunque no me faltan ganas de hacerlo. Entonces recuerdo una vieja frase que decía un amigo: “Si no puedes con ellos, úneteles”.

De acuerdo, que haga lo que quiera, ya le daré su merecido cuando llegue. Sale mi respuesta:

“Muy bien.

En mi hotel a las siete.

Nos vemos en el Marble Bar.”

Cualquier mujer estaría agradecida de que un hombre le ofreciera ir a buscarla, que la tratara como un princesa. No hago más que consentirla, lo único que pido es tener el control de la situación.

¿Qué mujer no se siente halagada de recibir un regalo importante que al mismo tiempo se trata de algo que necesita? Anastasia parece no notarlo. Lo toma como un riesgo a su integridad. Ya encontrará el lado positivo. Bueno, eso espero. Sí, lo hará. Tendrá que hacerlo.

Llega su respuesta con un simple “Gracias” al que respondo con la misma simpleza: “De nada”.

Luego, me concentro en mi rutina. Anoche no he dormido bien y hoy empezado muy temprano con la reunión. Quizás hoy solo haga un rato de ejercicio, una baño de inmersión con música, una cena tranquila.

Decido salir a correr. Tengo ganas de ver la ciudad. Me gusta cruzarme con la gente, ver sus miradas, sus actitudes. Y oxigenarme con aire natural, aunque nuestro aire esté tan contaminado.

¿Estoy nervioso por la reunión con Anastasia de mañana? Claro que no. Tal vez un poco preocupado. Quizás lo mejor sería dejarla ir. Sus objeciones me cansan. Todas mis sumisas siempre han aceptado de inmediato firmar el contrato sin hacer una larga lista de objeciones. Porque eran sumisas. Si no quiere que no lo haga, pero que deje de dar vueltas.

Corro durante una hora con mi mente en blanco. Regreso, empapado de sudor, y en un momento de impulso tomo mi Blackberry y miro el teléfono de Anastasia.

Voy a llamarla y decirle que es mejor dejarlo aquí, que yo no deseo hacerle mal y que siento que sus dudas y objeciones nos están haciendo perder el tiempo. Yo le advertí que era mejor que se mantuviera alejada, pero no me hizo caso. Luego, fue demasiado tarde. Quizás ahora entiende a qué me refería.

Miro su nombre una vez más. Estoy a punto de apretar el botón. Joder, en qué clase de cobarde me he transformado ahora? No puedo llamarla, ni quiero hacerlo.

Quiero volver a ser el mismo Christian Grey y sentarme mañana frente a ella muy tranquilo y resolver este asunto, escuchar sus objeciones, demostrarle que tengo razón, seducirla y firmar el contrato.

Me acuesto con la convicción de que así será y me duermo.

A la mañana siguiente tengo una reunión de trabajo con un viejo cascarrabias que debería estar en su casa mirando la televisión en lugar de seguir en frente de una empresa. Tiene unos campos que son importantes para nosotros, queremos aplicar nueva tecnología en ellos, nuestros expertos han hecho avances que ayudarían a sus cultivos, pero él no lo entiende y cree que queremos engañarlo. Hay gente que no sabe darse cuenta cuándo ha pasado su tiempo.

No hay forma de que lleguemos a un acuerdo. Antes de marcharse me dice:

—Lo siento, muchacho, pero hoy no es tu día de suerte.

—No creo en la suerte, creo que en el trabajo, en el esfuerzo y en la convicción. Usted se está perdiendo de hacer un gran negocio conmigo y no creo que sea por su mala suerte, sino por su falta de perspectiva para reconocer un buen trato.

Viejo gilipollas, deberías estar dando de comer a las gallinas en el campo, en lugar de hacer que todos los avances se atrasen por tus ideas pasadas de moda.

Que las cosas no salgan como tenía planeado sigue siendo lo único que me saca de control. Trabajo duro para conseguirlo y quiero que los demás hagan lo que quiero. En definitva, les hago bien, lo que les ofrezco es lo mejor para ellos. Tal vez por eso me enerve que no lo puedan ver, cegados en sus convicciones temerosas.

No me gusta la gente que piensa la vida en términos de buena o mala suerte. No me gusta el azar. Me parece que es la forma que tienen los perezosos y los que no tienen la fuerza de voluntad suficiente para conseguir lo que desean. Y me molesta que se hable en esos términos en una reunión de trabajos.

Para el mediodía ya me encuentro bien nuevamente, Lo bueno de esos momentos de ira es que pasan rápido. Ya estoy listo para enfocarme en un nuevo objetivo. Y lo consigo, todos los acuerdos de la tarde salen como yo quiero.

A las 7 estoy sentado en la barra del Heathman, bebiendo una copa de vino. Ahora llega la reunión más esperada del día. Vamos a ver qué sucederá con la bella pero testaruda Anastasia Steele.

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