Una buena lección siempre debe ir acompañada de una buena recompensa. Es la mejor manera de aprender. Anastasia está extasiada de placer. Sin darle tiempo a reaccionar la doy vuelta. Ella está con sus manos atadas, así que debe apoyarse en sus codos. Le doy un fuerte azote en el trasero y, de inmediato, la penetro.

Grita y se corre, en la dosis exacta de placer y dolor. Intenta soltarse pero no la dejo. No me detengo y sigo follándomela. Sé que puede seguir un poco más. Entonces, la desafío.

—Vamos, Anastasia, otra vez —digo loco de placer.

Y, como lo ha hecho hasta ahora, su cuerpo vuelve a responder a mis órdenes. Grita mi nombre corriéndose una vez más para mí. Esto me excita de tal forma que no puedo resistirlo y yo también alcanzo el clímax. Ha sido sensacional. Caigo sobre ella, exhausto.

—¿Te ha gustado? —le pregunto.

Quiero que Anastasia sea consciente de todo lo que está viviendo. Que deje sus “bromas” de lado y comience a tomarse esto en serio.

No responde. Es evidente que todavía está en pleno éxtasis. Entonces, la sorprendo nuevamente. Me levanto y empiezo a vestirme.

Una vez vestido, me acerco a la cama y la desato. Ella observa sus muñecas, probablemente para registrar si le han quedado marcas. La tapo con el edredón para dejarla descansar después de su maravillosa actuación.

Así llega su respuesta:

—Ha sido realmente agradable —susurra.

Joder! Otra vez con el mismo concepto absurdo. ¿Agradable?

—Ya estamos otra vez con la palabrita.

—¿No te gusta que lo diga?

—No, no tiene nada que ver conmigo.

¿Agradable? Agradable es la señora que hace beneficencia y toma el té con sus amigas. Agradable es el conserje que te consigue una mejor ubicación. Agradable es una maestra que lleva de excursión a sus estudiantes. Odio que diga que soy agradable. Esto es sexo, excitación, sumisión, delirio…lo que quieras, pero no “agradable”.

—Vaya… No sé… parece tener un efecto beneficioso sobre ti.

—¿Soy un efecto beneficioso? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi amor propio, señorita Steele?

—No creo que tengas ningún problema de amor propio.

No es una cuestión de amor propio. Se trata de calificar a las cosas como se merecen. De entender lo que está sucediendo.

—¿Tú crees? —le pregunto para escucharla hablar sobre lo que piensa de mí.

Sin embargo, se desvía de la conversación y empieza a indagar sobre algo de lo que, por ahora, no tengo ganas de contarle.

—¿Por qué no te gusta que te toquen?—me pregunta.

Estamos tumbados en la cama. Ella solo lleva el sujetador. Parece indefensa, y, pese a eso, es capaz de preguntar e intimidarme. No voy a dar explicaciones

—Porque no. —le digo y la beso en la frente para contrapesar la dureza de mis palabras. No quiero que piense que no confío en ella, es solo que ahora no me apetece ponerme a hablar de ese tema.

—Así que ese e-mail era lo que tú llamas una broma— retomo la conversación.

Sonríe y se encoge de hombros. De acuerdo, acepto que así sea como va a concluir toda esta confusión de su “broma”. Ahora quiero saber lo realmente importante.

—Ya veo. Entonces todavía estás planteándote mi proposición…

—Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando. Pero tengo cosas que comentar.

Es un alivio escuchar esas palabras. Sé que quiere decirme que sí, pero a veces temo que ganen sus miedos o sus prejuicios. Y ya no quiero perderla, quiero que me conceda un tiempo, que pruebe. Yo sé que le gustará.

—Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar— le digo, para provocarla y jugar un rato con ella.

—Iba a mandártelas por correo, pero me has interrumpido.

—Coitus interruptus.

—¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí.

Bueno, es verdad que el humor no es una de las cualidades que mejor me definan. Solo que ahora me siento más relajado al saber que todo sigue como tenía previsto.

—No es tan divertido, Anastasia. He pensado que estabas diciéndome que no, que ni siquiera querías comentarlo— le digo para que comprenda que su broma me preocupó y que podría haber tenido consecuencias inesperadas.

—Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?

Debo confesar que más de una vez sus respuestas superan mi capacidad de asombro. ¿Cómo puede ir de repente a algo tan particular? Está claro que su mente aún sigue confundida.

—Has estado investigando. No lo sé, Anastasia. Nunca le he puesto un collar a nadie.

Entonces indaga sobre lo que han hecho conmigo. No está mal, busca un punto de identificación. Es un buen paso.

—¿A ti te han puesto un collar? —me pregunta.

—Sí.

—¿La señora Robinson?

—¡La señora Robinson!

¡La señora Robinson! No puedo evitar estallar en carcajadas. Anastasia eres la personificación de la inocencia.

Ella me sonríe, un poco avergonzada.

—Le diré cómo la l lamas. Le encantará.

—¿Sigues en contacto con ella?

Oh, no, no quiero planteos ahora. Yo ya le he comentado que ella ahora es mi amiga. No tengo nada que ocultar al respecto. Me ha quitado el buen humor de un solo golpe y en un solo instante.

—Sí —le respondo sin darle demasiado margen a que siga con el tema.

Sin embargo, se nota por su expresión que hay algo que le ha molestado y mucho. No es que quiera demostrármelo, es solo que, de verdad, hay algo que le hace mal de esto.

—Ya veo —me dice—. Así que tienes a alguien con quien comentar tu alternativo estilo de vida, pero yo no puedo.

De acuerdo, tiene razón, me deja pensando…

—Creo que nunca lo he pensado desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba parte de este estilo de vida. Te di je que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo presentarte a una de mi s ex sumisas. Podrías hablar con ella.

Su cara se desencaja. Nunca la he visto tan molesta y consternada. Supongo que son celos, supongo que todavía no entiende que esto se trata de un pacto, en el cual yo solamente quiero ayudarla, informarla y ofrecerle todo lo que está a mi alcance para que disfrute.

—¿Esto es lo que tú llamas una broma?— me dice ofendida.

—No, Anastasia.

Me quedo perplejo.

—No… me las arreglaré yo sola, muchas gracias —contesta hostil, y se tapa con el edredón hasta el cuello.

Creo que he hecho algo mal. Buscaré la forma de solucionarlo.

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