Leo su mail. Parece que esta niña no está dispuesta a dejarme trabajar hoy.
“Tengo muchas preguntas, pero no me parece adecuado hacértelas vía e-mail, y algunos tenemos que trabajar para ganarnos la vida.
No quiero ni necesito un ordenador indefinidamente.
Hasta luego. Que tengas un buen día…Señor.
Ana.”
Sonrío. Esta nena me tiene tonto. Sin pensar, respondo.
“Hasta luego, nena.
P.D.: Yo también trabajo para ganarme la vida.”
Me imagino su sonrisa al leer mi respuesta. Me la imagino mordiéndose el labio sin darse cuenta. ¿Cuántas cosas haces, Anastasia Steele, sin darte cuenta de sus efectos? ¿Cuántas cosas tienes que aprender a controlar todavía? ¿Cuántas tienes que conocer de ti misma?
Me gusta su desenfado. Que sea insegura y que al mismo se burle como una niña traviesa. Tiene miedo del contrato, pero, al mismo tiempo, puede escribirme “Señor” en tono burlón. Intenta provocarme. Y, lo mejor, es que lo consigue.
Me molesta que tenga tantos inconvenientes en recibir regalos. ¿Acaso no la halaga que me preocupe por ella? Sé que en el fondo le debe agradar, pero insiste en demostrarse autosuficiente. Ya se acostumbrará. Y dejará de preocuparse por tonterías. Anastasia Steele: la típica chica que cree que por aceptar un regalo pierde su independencia. Peor aún, su honor. Ya entenderá que sólo se trata de que a mí me gusta que todos los que me rodean estén a gusto y se sientan bien. Es muy simple, tengo gustos caros y me gusta que la gente que está conmigo pueda disfrutar de una buena vida.
Apenas dejo el intercambio de mails me vuelvo a concentrar en mis actividades laborales. A las 10 h tengo una reunión con una joven ingeniera, Lena Caine. Tiene un proyecto muy interesante sobre aprovechamiento de energía sobre el que quiero escuchar un poco más. Tal vez, quiera financiarlo.
Antes de que llegue, me dispongo a responder unos correos, tarea que, normalmente, me llevaría diez minutos. Sin embargo, no puedo evitar pensar en que Anastasia ha leído el contrato. Quiero que se decida ya. Sé que la impaciencia no es buena consejera. Tengo que pensar una nueva estrategia para conseguirlo. Sé que Anastasia es una sumisa. Yo lo sé, aunque ella, quizás, todavía no lo sepa. Tiene instinto de sumisa. Tiene pasión de sumisa. Tiene ese pequeño toque perverso de sumisa. Basta, por Dios, tengo que trabajar. Yo también trabajo para ganarme la vida, nena.
Llega Lena Caine. Me gusta su estilo, la ropa que lleva, la manera en que se presenta. Ha estudiado en Harvard. Comentamos, a modo de broma, que bien podríamos haber sido compañeros allí si yo no hubiera sido un chico tan malo. A los quince minutos de conversación me doy cuenta de que me podría llevar a esta chica a la cama en la próxima media hora. Es verdad, no soy de mezclar estas cosas con el trabajo. Siempre mantuve cierto orden. Me gusta que cada cosa esté en su lugar.
Recuerdo a Anastasia, el primer día en que la conocí. Aquel día de la entrevista usé mis juegos de seducción como lo hago con cualquier mujer atractiva. Como lo hice hace un momento con Lena Caine. Y, sin embargo, Anastasia tuvo esa actitud tan…tan…Anastasia. Ese “no, pero sí” que me vuelve loco.
Me despido de Lena de manera cordial. Parece una buena chica y está claro que es muy inteligente. No creo que esté dispuesta a acostarse conmigo solo por conseguir llevar a cabo su proyecto. Creo que está tan accesible solo porque la seduje. Esta clase de situaciones son las que luego me hacen fama de gay. No deja de causarme gracia.
La gente tiende a tener su mente muy cerrada. Si un hombre es un seductor pero luego no se abalanza sobre la mujer que se le regala, entonces…es gay. No contemplan otras posibilidades. No piensan que, tal vez, ese hombre tenga otros gustos. Otros gustos tan simples como no querer que alguien se le regale. Soy un conquistador, no quiero que me regalen el premio, porque me aburro. Yo soy quien debe ganarlo.
El resto de cosas que quedan a resolver en el día de trabajo funcionan de maravillas. Tengo un buen día y se deja claro en mi manera de interactuar y tomar decisiones. Cerramos un acuerdo en África, otros dos dentro de Estados Unidos. Un buen fin de semana hace que el lunes sea más productivo.
Ya a las 5 de la tarde, cuando la intensidad de la jornada ha mermado, recuerdo a Anastasia y decido darle lo que seguro está esperando.
Abro el correo.
“Querida señorita Steele:
Espero que haya tenido un buen día de trabajo.”
Conozco lo suficiente bien su forma de ser como para saber que llegará a su casa ansiosa para ver si le he escrito algo. No soy un hombre convencional, lo sé, pero me gusta ver complacida a mi niña.
Me la imagino entrando a casa, apurada, con su candidez habitual, aunque tal vez un poco cansada por el día de trabajo y un poco dolorida aún por las prácticas del fin de semana. Entra, prende ansiosa el ordenador, incluso antes de cualquier otra actividad, con el bolso todavía sobre su hombro y ahí estoy yo, para hacerla feliz.
Y, entonces, llega su respuesta.
“Señor…he tenido un excelente día de trabajo.
Gracias.”
Decido que es buen momento para jugar un rato con ella y lograr el objetivo inmediato: que haga su investigación sobre nuestro tema. Es un buen momento para conseguir que dé un paso más hacia nuestro contrato.
“Señorita Steele:
Me alegro mucho de que haya tenido un día excelente.
Mientras escribe mails no está investigando.”
Me deleito con su respuesta inmediata.
“Señor Grey: deja de mandarme e-mails y podré hacer los deberes. Me gustaría sacar otro sobresaliente.”
No hay duda, esta chica es mi match. Le devuelvo la jugada con guiño.
“Señorita Steele:
Deje de escribirme e-mails…y haga los deberes.
Me gustaría ponerle otro sobresaliente.
El primero fue muy merecido ;)”
Apenas unos minutos después me manda un nuevo correo preguntándome qué le sugiero que ponga en el buscador. Aquí está, es ella, posicionándose como una alumna exquisita. No dudo en darle las instrucciones y hacer que siga mis órdenes.
“Señorita Steele:
Empiece siempre con la Wikipedia.
No quiero más e-mails a menos que tenga preguntas.
¿Entendido?”
Y responde:
“Sí, señor.
Eres muy autoritario.”
Pienso que es verdad, que soy muy autoritario. Su afirmación, de todas formas, me deja reflexionando un momento. ¿Por qué este mensaje? Por un instante creo que lo pudo haber hecho de modo burlón, esa dulce ironía que todavía tiene con esta situación. Pero no, Anastasia, no hay más espacio de bromas. Soy muy autoritario y tendrás que empezar a acostumbrarte. Entonces decido responderle con la más pura verdad.
“Anastasia, no te imaginas cuanto.
Bueno, quizás ahora te haces una ligera idea.
Haz los deberes.”
Y sé que ahora podrá pensar que tengo cambios de humor muy repentinos. Lo cual, por otra parte, también es verdad. Pero, y eso es lo más importante, estoy convencido de que, en este mismo minuto, la señorita Anastasia Steele está frente al ordenador buscando la información que yo deseo. Un nuevo paso hacia la firma de nuestro contrato.
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